II. Miedo y frío

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DENEA

La llegada a Poniente no fue como Viserys le había relatado innumerables veces. "El sol brillará con más fuerza que nunca, celebrando que los Targaryen han regresado. Cientos de familias, humildes y nobles, nos esperarán cuando desembarquemos. Agitarán pañuelos blancos, vociferarán mi nombre, proclamarán la legitimidad al trono de nuestra casa. Todos se volcarán con su verdadero rey, se ofrecerán a hospedarme y brindarme todo cuanto necesite. Y los nobles hincarán su rodilla hasta el suelo para jurarme lealtad".

La realidad distaba mucho de las historias con las que su hermano mayor fantaseaba. Unas espesas nubes grises cubrían el cielo y soplaba un fuerte vendaval que hacía imposible mantener los ojos abiertos mucho tiempo. Diez abanderados de los Stark formaban la comitiva que aguardaba su llegada para escoltarlos hasta Invernalia, nadie más. No había gritos, no había vítores, ni alegría, ni fiesta. Solo un evidente frío que calaba hasta los huesos, y un tenso silencio, roto solo por los saludos de cortesía entre su hermano y aquellos rudos hombres. Viserys y Denea eran acompañados por hombres libres que juraron lealtad a la causa Targaryen en Pentos, pero no eran muchos, apenas llegaban a los cinco: Sir Jorah Mormont, exiliado de Poniente por culpa de los Stark, acudía ahora refugiado en brazos de otra casa de importante nombre, Sir Barristan Selmy, antiguo guardia real de su padre el rey Aerys Targaryen, que decidió apoyar a los príncipes, Daario Naharis, mercenario de la ciudad libre de Tyrosh y dos de sus leales combatientes, Grech y Josh Theiran.

Denea vestía uno de sus vestidos favoritos, como ordenó su hermano, pero en el momento en que desembarcó supo que no sería suficiente para soportar el frío que azotaba en las tierras del Norte. Ordenó a Misandei que buscara una capa entre sus pertenencias, y antes de partir consiguió abrigarse con la prenda de piel. El viaje duró dos días, eran guiados por los hombres que la casa Stark había enviado a escoltarlos, pero ninguno de ellos parecía ostentar un cargo importante. No eran más que jóvenes soldados en adiestramiento, y los que tenían mayor edad no debían ser más que soldados experimentados en alguna batalla de hace años. Sin embargo, Viserys trataba de entablar algún tipo de conversación con el que parecía dirigir la comitiva, buscaba información sobre Desembarco del Rey, sobre las disposiciones de los Stark, sobre Poniente. Pero apenas lo conseguía, su actitud arrogante hacía que los hombres que los acompañaban apenas quisieran dirigirse a él y contarle las noticias más relevantes que estaban ocurriendo.

Denea acertó a ver los muros grises de la ciudadela de Invernalia al segundo amanecer. Estaba cansada de viajar sin descanso a lomos de ese corcel que le habían prestado, y agradeció por un instante haber llegado a su destino. Pero pronto se arrepintió, pues llegar a Invernalia suponía la negociación inminente de Viserys con aquel a quien llamaban el Rey del Norte. Por lo poco que había oído acerca de él, sabía que se llamaba Robb Stark. Lo definían como un puro norteño, tosco y serio en cuanto a su semblante, pero con un gran sentido del honor y la justicia.

Se disponía a bajar de su caballo con la ayuda de Misandei, cuando su hermano se dirigió a ella, para darle estrictas indicaciones de cómo debía comportarse ante el rey.

-Habla solo cuando yo te lo ordene-empezó a decirle en su habitual tono amenazador-sonríe, y muéstrate educada, fina y recatada, debes gustarle a ese norteño. Con suerte, aceptará vuestro matrimonio, y te convertirás en la Reina del Norte. Es solo un título a pesar de todo, el verdadero rey siempre seré yo... Pero solo así los Stark me darán el ejército que necesito para conquistar Desembarco del Rey.

 Pero solo así los Stark me darán el ejército que necesito para conquistar Desembarco del Rey

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