SOLDADO DE FORTUNA: Las aventuras de Konrad Stark de Alexis Brito

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—Dos copas de champán, por favor.

El posadero soltó una estruendosa risotada.

—Hemos agotado las existencias, hermana. —Depositó una botella sobre la barra sucia—. ¿Qué le parece un traguito de coñac?

La desconocida no se dejó amilanar.

—De acuerdo —aceptó—. ¿Tiene vasos limpios?

El hombretón se frotó una oreja con un trapo grasiento para escuchar mejor; era la primera vez en treinta años que le hacían una pregunta como aquella.

—¿Puede repetir lo que ha dicho? —apostilló—. Creo que no la he entendido bien.

La mujer hizo un gesto de exasperación:

—¡No importa! —gruñó—. ¡Deme lo que tenga!

El tabernero se encogió de hombros y llenó dos vasos hasta los bordes. Una mirada lasciva le brillaba en los ojillos porcinos.

—La primera ronda invita la casa, señoras.

La desconocida fue brusca:

—Gracias.

Divertido, Stark contempló como ambas olisqueaban la bebida antes de apurarla de un trago. Como buen conocedor del sexo opuesto, intuía que aquellas mujeres buscaban emociones fuertes; escapar de una vida de sedas y joyas, de criados serviciales y maridos impotentes. La idea de presentarse e invitarlas a su mesa lo puso de buen humor; dadas las circunstancias, era lo más parecido a un caballero que las señoras podían encontrar en aquel tugurio. La mujer que había llevado la conversación pidió otra ronda:

—Dos más, por favor.

El hombretón asintió con una sonrisa pícara.

—Por supuesto, hermana.

En aquel momento, un individuo con pinta de no haber visto una pastilla de jabón en mucho tiempo cruzó el local y se dirigió a la mujer:

—¿Quieres bailar conmigo, preciosa?

Esta se envaró como un resorte.

—No, gracias.

El borracho insistió:

—Podríamos pegarnos un buen revolcón —dijo con voz trémula y aguardentosa—. Te aseguro que te lo vas a pasar muy bien.

La desconocida se mostró altanera:

—¡Déjeme en paz!

Este la agarró por la muñeca con violencia.

—A mí no me desprecia ninguna zorra —resopló amenazadoramente—. ¿Te enteras?

El posadero intervino en la conversación:

—Deja tranquilas a las señoras, amigo —gruñó—. Como molestes a la clientela, te las verás conmigo.

El borracho hizo oídos sordos a su aseveración.

—Vamos a la parte de arriba —instó mientras intentaba llevarla hacia las escaleras—. Te voy a enseñar buenos moda…

Antes de que pudiera terminar la frase, salió despedido por los aires y se derrumbó con la mandíbula rota; el puñetazo del sajón lo había dejado fuera de combate. Este se quitó el sombrero y efectuó una reverencia.

—Lamento haberme inmiscuido en vuestros asuntos, mi señora —se disculpó—. ¿Se encuentra usted bien?

La mujer lo estudió de la cabeza a los pies mientras recuperaba su aplomo.

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⏰ Última actualización: Jul 08, 2013 ⏰

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