alguna vez nos hubiéramos caído de un paraíso, éste no sería confiable porque
existiría la posibilidad de volver a caer. La verdad, para ser absoluta, tiene que ser
cierta en todos los tiempos y lugares. Esto, automáticamente, niega cualquier
entidad “externa” o “creadora”. Un análisis minucioso de los dioses que son
adorados en distintas partes del mundo, ya sean posesivos, celosos o vengativos
como en el caso de Alá, hace que nuestro sentido común nos lleve a no querer
involucrarnos con ellos. ¡Es muy poco sabio elegir como dios a alguien que no
quisiéramos tener como vecino! El Buda, por el contrario, es amigo de todos.
Únicamente trabaja por la liberación y la iluminación de todos los seres y no tiene
otra meta que su bienestar ulterior. El Buda desea colegas y no seguidores y no es
una carga ni para la decencia ni para la inteligencia. En sus enseñanzas no hay
sentencias de muerte religiosa como en el Islam. Tampoco impone culpas sobre la
sexualidad ni dogmas de iglesia en los que se tenga que creer ciegamente. Lo dicho
por el Buda es lógico, puede ser experimentado y ayuda a liberar a todos los seres.
Por lo demás, sus enseñanzas son fáciles de manejar: para beneficiarnos, solamente
necesitamos confiar en la meta que queremos alcanzar, la iluminación o el estado
de un Buda; en las enseñanzas, llamadas dharma, que nos conducen a donde
queremos llegar, y en los amigos que nos ayudan en el camino, los cuales reciben el
nombre de sangha.
El budismo tampoco hace parte de la “Nueva Era”, en la que se mezclan las
diferentes tradiciones espirituales y las ciencias “blandas” para complacer a
aquellos que prefieren sentirse bien en lugar de cuestionarse. Es impresionante que
el humanismo idealista de los años 60 se haya convertido en el egoísmo glamoroso
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y superficial que caracteriza a los yuppies, cuyas “verdades” condicionadas, pueden
ser incluso menos confiables que los mismos paraísos que podemos volver a
perder. Ya se trate de un fenómeno interno o externo, todo lo que aparece en un
cierto tiempo y lugar obedece a condiciones y, por lo tanto, cambiará y
desaparecerá de nuevo. A nivel de los símbolos visibles, aunque los cristales sean
centrales para la “Nueva Era” y el nivel más alto de las enseñanzas del Buda sea el
Camino del Diamante, este último no es la edición esnobista y mejorada de la
primera.
¿Qué es, entonces, lo que el Buda enseña? El Buda afirma la existencia de una
verdad sin principio ni fin, que lo permea todo, que lo contiene y lo conoce todo,
que es inseparable del espacio y que, en determinadas circunstancias, puede ser
experimentada como nuestra propia mente. Esta verdad se llama el nivel supremo
y nada existe independientemente de ella. Al experimentar la naturaleza de la
lama ole
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