-¿En serio es el momento, Celeste?- inquirí, observando a mi hermana recogerse el cabello lacio y castaño en una coleta de caballo para protegerlo de la sangre.

-¡Claro que es el momento! ¿Acaso quieres que papá entre y vea esta cochinada en su sala? ¿Acaso también quieren traumatizarlo a él?- Aquella pregunta iba tanto para Ángel como para mí, pero ninguno de nosotros quiso responder. En cierto modo, ella tenía razón. Si mi padre regresara a casa y viese aquel desastre, con la mesa volteada con todo lo que había encima roto, tendría algunas preguntas que hacer.

Si yo me hallaba tan confundida respecto a las cosas que Ángel nos habia dicho, ¿como se sentiría Celeste, una novata en este tipo de cosas? Pensar en el termino "novato" me hizo dudar, ya que si descendíamos de una portadora de luz y nuestra familia ciertamente estaba maldita, sin saberlo ambas éramos ya unas expertas en la materia. Tal vez por eso fue que en seguida me arrodillé junto a Celeste y ambas comenzamos a limpiar la sangre del piso.

-Angel... necesito que nos digas qué pasa con nuestra familia. ¿A que te refieres con que el mal entró a la casa? ¿Por qué si nuestra madre era una portadora de luz murió de tal forma? Pensé que eran protectores de nuestra familia, pero a ella tuvieron que cuidarla. No entiendo nada-.

Durante todo ese rato, Ángel había permanecido inmóvil recostado sobre una pared. La misma a donde habia arrojado a Laura cuando se materializó en medio de la sala dispuesto a defendernos. Durante un minuto, mientras limpiaba una de las baldosas de cerámica, me imagine a Ángel infinidad de noches vigilando la casa como un ser invisible, un guardián dispuesto allí solo para protegernos del mal.

-Supongo que yo tambien debo revelar la verdad-. dijo Ángel, suspirando y sentándose en el sillón nuevamente. Me pregunte si esa acción era necesaria para él.

-Me parece lo mínimo que puedes hacer, Angel- dijo Celeste, quitándose un mechón de cabello de la frente sudorosa por el arduo trabajo que suponía quitar la sangre con un cepillo que se encontraba dentro del balde con agua jabonosa.

-Bien- dijo, a modo de respuesta. -Su... Su madre, como ya les dije, era una portadora de luz, como yo. Fue la guardiana anterior a mí encargada de cuidar de su familia, de todos los Arismendi sobre los que cae la maldición. Durante generaciones, ella se aseguró que la maldad jamas entraría en las casas de sus protegidos, pues el terrible oprobio que habita en su sangre es que estan condenados a extinguirse, que seran tentados por la maldad y atraídos a ella. Tal vez ella fue victima de esa maldición de manera indirecta, pues al llegar a la generación de tu padre, no pudo evitar enamorarse de él-.

Mi padre había sufrido toda su vida la supuesta demencia de mi abuelo y la consiguiente locura de mi tio, su hermano, quiénes aseguraban que un demonio había embrujado a los Arismendi con aquellas horribles palabras que finalmente había escuchado.

-No sabría decir por que se enamoró de él, pero supongo que es algo que traen los de tu familia. Son encantadores-. prosiguió Angel. No sabría decir si fue algo que imagine luego de todas las emociones vividas, pero pude ver al hermoso hombre moreno sonreírle... a Celeste.

-Al hacerlo, perdió todos sus poderes y su papel de protectora. Hay una regla inquebrantable para los portadores de luz, ademas de no revelarse a los familiares: Nunca enamorarse de ellos-.

Esa regla si que no era posible. Si Ángel y yo habíamos sido novios durante mis años universitarios, ¿por qué el seguia siendo nuestro protector? Quise preguntarle, pero Celeste se me adelantó.

-Pero si tú saliste con Rosa, ¿por qué siguen tus poderes contigo?-. Claro, que sin mi delicadeza para preguntar.

-El amor para los portadores de luz es mucho más intenso que para los humanos. Es como si la luz en nuestro interior se convirtiera en fuego, nos quema, es insoportable la idea de vivir eternamente sin nuestro ser amado-.

-Ella renunció. Por él, por papá-. dije, casi en un susurro. De repente, me sentí tan triste por todo lo que había sucedido en nuestra familia, que no pude evitar sollozar al imaginarme a mi madre sacrificar todo su mundo, lo que ella era, para estar junto a él. Eso era amor verdadero.

Igual que mi amor por Cristóbal. Que más daba si él era un vampiro, que no pudiese convertir a Sonia en una de ellos por sus reglas. Él estuvo a punto de hacerlo, de romper una de las reglas de su mundo por mí. Estuvo dispuesto a pasar las consecuencias de ese hecho porque se lo había pedido. Mi amor por él aun quemaba, dentro en el pecho, como una intensa llamarada. Tal vez ese era un rasgo heredado de mi madre.

-Si, ella renunció. Para hacerlo, hay que hacer algo terrible que te alejará de nuestro mundo de una vez por todas. Hay que dar un salto de amor. Y ella lo hizo por tu padre-.

Mi madre había decidido que estar con mi padre aunque sea por una vida humana era suficiente. El hecho de ser una inmortal guardiana no le bastaba si no podía estar a su lado, por lo que dio ese "salto de amor" término que me parecía lo bastante claro para preguntarle a Ángel. Se arriesgó y ganó, aunque fuese por muy corto tiempo, un gran amor.

Un amor que yo estaba a punto de perder para siempre.

Al terminar de limpiar la sangre, recordé las palabras que dijo Laura cuando se hicieron obvios sus planes de matarme. Había dicho que en la próxima luna nueva, el aquelarre de brujas del sur atacaría al clan Bolívar. La sola idea de no volver a ver a mi razón de permanecer viva, o por lo menos de saber que él se encontraba bien sin mi, me hizo dar un grito agudo que espantó a Celeste y a Ángel.

-¿Qué sucede?-preguntó Ángel.

-¿Te pasa algo?- soltó Celeste.

-Sí... Que si no regreso a San Antonio, mi amor morirá y yo con él-.

Pude escuchar alla, en la lejanía, como una risa siniestra se elevaba entre el sonido de la lluvia.

Cénit (Sol Durmiente Vol.3)Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz