1. Mucho ruido y pocas nueces

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-Pues una pérdida de tiempo, qué iba a ser-Pablo hizo un gesto con la mano que parecía implicar con bastante claridad a dónde mandaba al presidente del gobierno. Íñigo suspiró y se puso el cinturón mientras arrancaban rumbo de nuevo a Lavapiés.

-Bueno, pérdida, pérdida... Los periódicos se estarán haciendo eco de la reunión varios días-intentó suavizar la cosa. Pablo resopló burdamente.

-¡Reunión! Un tour por Moncloa, eso me han dado. Ya conozco Moncloa de mi juventud y me la volveré a conocer cuando gane, no veo el propósito de...

-Bien de ego-se oyó la voz de Juan Carlos Monedero, oculto tras un ejemplar de Mongolia. Pablo e Íñigo le miraron, uno con el ceño fruncido y el otro conteniendo la respiración.-No sé qué coño esperabas, Pablo. Bastante con que te ha dejado entrar. Igual se pensaba que le ponías una bomba bolivariana-el rostro burlón del profesor asomó tras los papeles, y Pablo hizo un mohín de desagrado. Juan Carlos rió.

-Respeto, respeto piden y es aquello de lo que carecen-masculló el líder de Podemos.

-Ya conoces el dicho-replicó Juan Carlos.-No les toques las narices.

-¡Y tanto que se las voy a tocar!

-No les toques las narices-repitió el profesor, inclinándose hacia adelante y agarrando a Pablo por la pechera de la camisa.-Me jodieron a mí, jodieron a Íñigo. Jodieron a Tania y que me parta un rayo si hay algún cargo de Podemos que no haya sido acusado de cualquier banalidad, cualquiera, con tal de que sea mínimamente criminal. Te mole o no, la casta domina, y sacándoles la lengua sólo les darás más ganas de arrancarte esa coleta tuya.

-No sé para qué coño te tengo aquí, deberías estar en tu casa y lejos de Podemos, si tantas ganas tenías de irte-Pablo, sin réplicas, había acudido a escupir veneno para descargarse con Monedero. Íñigo se dio por vencido y se dedicó a observar la M-30; cuando los dos profesores se enzarzaban, más valía no meterse en medio. Harían las paces tarde o temprano.

-Me necesitas, perroflauta-sonrió Juan Carlos y volvió a esconderse tras su periódico.




-Qué cojones, yo no me veo con ese.

A veces Pablo podía ser un auténtico crío.

-No puede ser peor que Rajoy.

-Al menos Mariano sabe lo bajo que está-le defendió Pablo.-¿No hay noticias de Sánchez al menos? ¿O de Rosa? Este es un niñato prepotente que lleva la casta grabada en la frente. Todavía huele a Nenuco y billetes de quinientos, ¿qué puede salir de eso si no piques? No pienso caer en ese nido de víboras.

-Víboras catalanas, tan letales ellas-Juan Carlos nunca perdía una ocasión para meter baza de fondo. Íñigo le chistó y el profesor le miró mal.

-La reunión la ha propuesto su equipo, no él ni nosotros-recordó el joven, ignorando al otro.-Algo quieren. Al menos te enterarás de algún chisme.

-No creo que digan de pactar-rió Pablo, dando un trago a su cerveza. Aquella noche, solo estaban ellos tres en la sede; les habían dado el finde libre al resto del equipo, y casi estaban ahí por gusto. Pablo sabía que probablemente sería uno de los últimos fines de semana de libertad y paz antes de comenzar las preparaciones para las electorales.

-Un Podemos-Ciudadanos sería bestial-rió Juan Carlos.

-Toda una esperanza para España-completó Pablo. Íñigo torció el gesto.-Voy a ir. Por curiosidad, más que nada...-hubo una pausa.-¿Os quedáis mucho más?

-Yo tengo cuestiones de unos formularios-musitó vagamente Íñigo.

-Yo debería pirarme-con un gruñido, Monedero se puso en pie.-Mañana se supone que tengo que estar en no sé dónde. Mejor ir sin parecer un panda.

-Das miedo hasta bien descansado-se burló Pablo, y Juan Carlos acentuó su marcado ceño crítico, que le había ganado tanto temor entre el alumnado.-Anda, ve. Aún tengo que contestar un par de emails-murmuró adentrándose en dirección a su oficina, bostezando.

Íñigo no despidió a Juan Carlos. Siempre habían sido distantes. Juan Carlos no se despidió de Íñigo, sumergiéndose en la noche madrileña al salir como si se lo hubiese tragado la oscuridad.

El niño de Podemos llevaba un buen rato organizando un fajo de papeles administrativos cuando notó una presencia a su espalda. Al girarse, vio al líder de Podemos mirándole, botella en mano, apoyado en el marco de la puerta.

-Tú también tienes movidas mañana.

-No tardaré mucho más-se encogió de hombros Íñigo.-¿Tienes prisa por que me vaya?

-¿Y tú, Errejón? ¿Tienes diez minutos más que perder aquí?-inquirió Pablo, tomándose lo que le quedaba de cerveza. El chico dudó.

-¿Perder?-atinó finalmente, en quizás una tentativa de corregir la palabra. Pablo sonrió, divertido.

-Diez minutos de tu tiempo y del mío-se acercó despacio, dejando la botella en una mesa. Íñigo dejó bruscamente los papeles y antes de poder decir referéndum alguno de los dos se abalanzó sobre el otro en un apasionado beso, desmedido, voraz, con cuatro manos marcadas por los libros y los bolis Bic deslizándose sobre camisas arrugadas de Alcampo, levantando chispas invisibles en la ardiente piel que había bajo ellas. En no poco estaban las camisas abiertas y sacadas de los pantalones, escasos segundos pasaron hasta el ruido de una cremallera. Pablo se deslizó hacia el suelo, marcando una descuidada senda de besos hacia abajo por el pecho de Íñigo, que jadeó.

-Recuerda esto cuando veas mañana la sonrisita marca Rivera-susurró Pablo, echando el aliento sobre la ropa interior de Íñigo.-Recuerda el contraste entre las tres horas de nada con ese, y los diez minutos de todo que te esperan-y abrió la boca.

Seguro que a Pablo le sabría a Estrella Galicia, pero Íñigo aún no había bebido nada desde que llegaron de Moncloa. Su sed no tardaría en ser saciada; benditos diez minutos en Comú.




No Hay Pam Para Tanto PimDonde viven las historias. Descúbrelo ahora