—Que grata coincidencia, Alyxa...

            Alyx se giró y miró sorprendida a Alexander. Su figura, alta, sumida en las sombras, era arrogante, poderosa. Tenía el cabello suelto y le caía juguetonamente sobre el rostro. Su mirada, en cambio, era peligrosa, amenazante. Sintió un nuevo escalofrío.

            —¡Ha escapado! —gritó un chico, llegando hasta ellos—. No he podido alcanzarle. ¿Qué es lo que ha sucedido? —Se paró de golpe y  miró a Alyx  —.¿Quién es esa? —preguntó, señalando descaradamente a Alyx con el dedo.

            —La culpable de su huída —informó Alexander sin emoción.

            —¿No podías buscartelas menos problemáticas? Siempre he dicho que eres un hombre complicado, pero ahora me doy cuenta de que no te entiendo...

            —Nathan...

            —¿Si?

            —¡Cállate!

            —¡No hace falta que te enfades conmigo! —protestó Nathan infantilmente.

            —He dicho que te calles —repitió Alexander molesto—. Ve a por Steve antes de que decida hacer algo por su cuenta.

            Alyx siguió con la mirada a Nathan. No muy lejos de allí Steve permanecía de pié, con la mirada pérdida y  un brazo doblado. Sobre él, a escasos centímetros de su brazo como si realmente estuviera apoyado en él, el ave de plata se erguía majestuoso, con las alas extendidas como si pretendiese echar a volar en cualquier momento. Nathan se reunió con él, y tras intercambiar unas cuantas palabras, Steve alzó débilmente el brazo haciendo que el ave iniciara su ascenso y desapareciera.

            —¿Te gustó el espectáculo? —preguntó Alexander, arrodillándose a su lado—. ¿Te das cuenta de la situación en la que te encuentras? —Alyx no respondió. Estaba asustada y se sentía débil. El miedo que le estaba carcomiendo era distinto a cualquier otro que hubiera experimentado hasta aquel momento. Alexander sonrió como si lo supiera—. No lo entiendes, ¿verdad? Te han visto, saben que lo sabes. Te buscaran, te encontraran y te atraparan —Hizo una pausa sin dejar de mirarla directamente a los ojos—. Pero para cuando te maten, llevaras un tiempo suplicando que lo hagan.

            —¿Qué...?

            Alyx sentía deseos de echarse a llorar. No entendía lo que le estaba diciendo y en aquel momento tampoco le importaba. Cerró los ojos con fuerza, deseando que, de una u otra forma, toda aquella pesadilla llegara a su fin. Una mano firme y fuerte agarró su barbilla, obligándola a abrir los ojos. Alexander la sujetaba con rudeza y en su mirada había desprecio.

            —Estoy cansado —soltó Steve acercándose a ellos—. Si vas a matarla, hazlo ya —dijo con aspereza.

            Alexander sonrió divertido, como si tal decisión le agradase, y apretó con más fuerza la barbilla de Alyx. Después, todo comenzó a dar vueltas hasta llegar la oscuridad.

            Abrió los ojos despacio, sintiendo que todo le daba vueltas. Se sentó en la cama, confusa y algo adormecida. ¿Qué hora era? Miró el despertador con pereza, esperando a que las agujas y los números dejaran de moverse. Las siete y media. Volvió a tumbarse. Le dolía la cabeza. ¿Las siete y media? ¡No iba a llegar a clase! Se levantó rápidamente y se vistió.

            —No tengo tiempo —gruñó a su madre en cuanto entró en la cocina—. Llego tarde a clase.

            —Espera, espera —la detuvo su madre en el pasillo antes de que alcanzara la puerta.

Cazadores de ángelesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora