Capítulo 1

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Me encontraba caminando de vuelta a mi departamento. El largo turno en la cafetería por fin había terminado, así que me encaminé bajo las últimas luces del día, con un par de malas propinas en el bolsillo. Las hojas secas comenzaban a caer a causa del otoño y crujían bajo el peso de mis botas. El viento suave y frío se colaba por las costuras de mi suéter, y mis manos no desistían de su intención de congelarse.

En mi caminar, mi atención se vio captada por una joven que empujaba una enorme carriola por la banqueta. Parecía de mi edad. Al pasar junto a ella, pude observar al tierno bebé que se encontraba en el interior de la carriola. Reía ante los gestos que su madre estaba haciendo para él. Se intercambiaban miradas divertidas y el frío parecía no afectarles para nada. Aquella imagen repleta de amor causó un impacto en mí, sobre todo por la idea de que esa podría ser yo, si la vida me hubiera llevado por caminos diferentes. Si no hubiera ocurrido lo de junio.

Siempre quise ser madre. No dejaba de pensar que sería una experiencia hermosa. Ya no tendría que vivir sola, con el trabajo como único motivo para levantarme todos los días, y tendría una inspiración para esforzarme el doble por mejorar diariamente. Pero más que nada, el amor que podría dar y recibir de una forma tan honesta y bella era una idea que me tenía eternamente hipnotizada.

Tras unos minutos de caminata llegué a mi departamento, un conjunto de tres pequeñas habitaciones con las paredes cubiertas de un papel tapiz horrible y desgarrado por porciones que aparentaba ser de la era de piedra. Pasé por la sala hasta la cocina. La comida es la mejor solución para las desilusiones, y para mí cada día era una desilusión nueva. Abrí el refrigerador en búsqueda de algo apropiado para cenar. No tenía ánimo de cocinar. Decidí aprovechar el pollo que me había sobrado del día anterior y recalentarlo. Utilicé un tenedor para servir la comida en un plato, incluyendo algo de arroz, y metí todo al horno de microondas. Me dispuse a servirme un vaso de agua, cuando el microondas comenzó a proferir sonidos extraños, a los cuales se sumaron parpadeos de la luz del interior. Alarmada, corrí hasta el horno y presioné el botón de detener justo cuando los sonidos comenzaban a intensificarse. El ruido cesó y la luz regresó a su estabilidad usual en unos segundos. Me apresuré a sacar mi comida de ahí, encontrándome con el tenedor que había utilizado aún sobre el plato. Ante mi estúpido fracaso, me dirigí a la estufa. Una vez saboreando mi cena, me dejé llevar por el pensamiento de que mi torpeza no parecía tener límites. Me enojé conmigo misma, como lo hacía cada vez que cometía un error tan absurdo. Era una persona demasiado despistada, apenas capaz de mantenerse con vida a sí misma. Una risa sarcástica escapó de mis labios al recordar mi idea de hacía unos minutos, la idea de ser madre. Era completamente absurda. Jamás tendría la capacidad para ello.

Finalmente me encontraba en cama, tras un día absolutamente agotador, tratando de conciliar el sueño. Algunos pensamientos desagradables cruzaron mi mente. Traté de apartarlos, pero no tuve éxito. Comúnmente, con la oscuridad de la noches llegaban los malos recuerdos. Fue así que diversas imágenes comenzaron a pasearse por mi cabeza.

Y recordé esa noche.

Esa noche nos habíamos quedado en el restaurante hasta tarde. Gastamos una buena suma en la comida, pero estábamos celebrando. Lo valía. Había pocas ocasiones tan especiales. Y éramos tan felices. Un par de ingenuos, tal vez, pero felices. Ninguno de los dos bebió alcohol en esa cena, lo cual no fue impedimento para que riéramos como si no hubiera un mañana. Recuerdo la música tranquila de los 80's que sonaba de fondo cuando por fin salimos del restaurante. Recuerdo que al subirme al auto él me tomó de la mano.

El dolor de ese sólo recuerdo me devolvió a la realidad en mi departamento de techos con problemas de humedad. Logré, después de numerosos esfuerzos, enfocar mis pensamientos en recuerdos menos dolorosos. Cerré los ojos. Poco a poco, mi mente se arrulló a sí misma. Estaba cerca de quedarme dormida cuando un sonido me despertó. Alguien llamó a la puerta. No solía recibir muchas visitas, mucho menos tan tarde, por lo que la curiosidad venció al sueño y me arrastré como pude hasta la puerta principal. El barrio tendía a ser peligroso a esas horas, de modo que me invadió un fuerte nerviosismo al comprobar a través de la mirilla que no había nadie fuera del departamento. Al menos no a la vista. Por alguna razón concluí que lo mejor era abrir la puerta, así que eso hice, pero sólo me encontré con una calle desierta, oscura y un poco tenebrosa. Las puertas de los demás departamentos en la planta baja estaban cerradas y las luces apagadas. Un escalofrío me recorrió la espalda. Me disponía a volver adentro deprisa cuando vi una caja de cartón sobre mi tapete de entrada. Estaba cubierta por lo que aparentaba ser una manta de lana tejida a mano. Me agaché temblorosa para levantar un poco la manta, y al hacerlo descubrí el rostro de un bebé.

Aquello era lo último que esperaba encontrarme en esa caja. Si esto hubiera ocurrido durante el día probablemente lo hubiera pensado más, pero en ese momento mi primer impulso fue llevar al bebé adentro para alejarlo del peligro del exterior. Tomé la caja con cuidado y rápidamente ingresamos los dos al departamento. Cerré la puerta y eché el cerrojo. Fui a mi habitación y coloqué la caja sobre mi viejo escritorio de madera. Retiré la cobija de lana lo suficiente como para ver el rostro del bebé y acerqué mis manos para tocar sus mejillas en busca de señales de frío. El calor al tacto me hizo entender que la manta lo había protegido bien.

Volví a cubrirlo y busqué el control del aire acondicionado. Traté de accionar la calefacción, pero fue inútil, la máquina no respondía. Tranquila, me dije a mí misma, no hace tanto frío aquí dentro. Cerré la puerta de la habitación para tratar de mantener el calor. Busqué una manta en el armario y la coloqué sobre la caja. Todo esto lo hice de manera casi automática, sin pensarlo mucho, como si estuviera en shock. Pero cuando mi consciencia volvió y mi mente se aclaró, el pánico me invadió.

Mi Bebé | [EDITANDO]Where stories live. Discover now