Prólogo.

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Solo. Así es como me encontraba después de su muerte.

Estaba devastado y casi al punto de no importarme nada. Pero había alguien que me necesitaba, alguien me daría la fuerza necesaria para no hundirme en mi dolor.

Me giré y lo vi. Recostado en lo que dejaría de ser su cama, a mi pequeño bebé, con sus mejillas rosadas y regordetas, sus ojos brillantes y llenos de felicidad.

Dios, ¿qué haría solo con un pequeño de dos años?
Esa es la pregunta que cruzaba mi mente y la que todos me hacían después del funeral.
Tenía miedo y no lo negaba. Estaba asustado de no poder sacarlo adelante. Sin trabajo y sin ayuda de nadie sería más difícil de lo que había imaginado.
Pero el sólo hecho de pensar en que yo era su única familia, que él era lo único que tenía, me hacía ser valiente, en cierta forma emanaba de mí la protección de un padre.
Porque sólo nos teníamos el uno al otro.

Entonces mi pequeño bebé despertó y su ternura me hizo llenarme de lágrimas al dirigir su mirada hacia la mía, era como si entendiera mi preocupación, como si... quisiera decir algo para reconfortarme.

Me acerqué a él y lo tomé entre mis brazos para llevarlo a mi regazo.
Sus ojos adormilados me hicieron recordarla y eso me llenó aún más de tristeza.

Sí, era cierto, estábamos solos. Tenía a un niño de dos años a mi cargo.
Pero también una cosa era cierta: ese pequeño que tenía enfrente era mi motor para poder seguir.
A partir de ese momento yo no haría más que vivir por él.

Y les diré una cosa, hay miles de apuestas sin sentido en el mundo. Hay millones de estúpidas apuestas sin un objetivo como el que yo tenía. Miles de personas apostando dinero en los casinos, o idiotas apostando enamorar a una chica.

Porque sacar adelante a mi hijo sin la ayuda de nadie sería mi apuesta.
La apuesta de mi vida.





























La apuesta de mi vida ✓TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora