Capítulo 1

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Bora Bora... «¿Qué mejor lugar para pasar una luna de miel?». Es una isla paradisíaca de la Polinesia, un viaje que siempre quise realizar, solo me faltaba el medio económico para hacerlo, y, ahora, estoy disfrutando de sus playas, aunque sería mejor estando sola, y no con la compañía insoportable de mi  "querido" esposo José Do Santos.

Cuando lo vi por primera vez, almorzando en aquel restaurante de lujo junto a su esposa, y dirigió su mirada lujuriosa hacia mí, supe que debía hacer algo al respecto. Me di cuenta de que era una presa vulnerable, dispuesto a dar más de lo que tiene. Aunque la repugnancia que me provoca sus sesenta y cinco años, comparados con mis veinticinco, estaba dispuesta a seguir adelante, firme con mis propósitos, a pesar de los fantasmas que me hacen recordar los momentos de mi niñez, teniendo muchas veces deseos de matar, como debí hacerlo once años atrás, con una persona tan despreciable como él. No obstante, no podía perder el objetivo, y tenía decidido a no dejarlo escapar, y proseguí a investigar su cuenta bancaria; para mi grata sorpresa, tiene más de lo que sospechaba, su patrimonio asciende a unos cuantos millones de dólares, más propiedades, que requerían de una intervención inmediata de mi parte. Ver los grandes y suntuosos hoteles que llevaban su nombre, me hicieron proponer llegar majestuosa a la meta.

Después de tres semanas investigando hasta el más recóndito secreto de su vida, llegué a la conclusión, de que sería un trabajo "fácil". Su esposa en aquel tiempo, María Magdalena Bonner, era una mantenida, sin derecho a su dinero, para mi suerte, no tuvieron hijos, ni siquiera un bastardo por ahí, por lo tanto, lo más factible era, que me convertiría en la dueña y señora de todos sus bienes.

Empecé a frecuentar los lugares a los que asistían, esta vez, era una subasta de cuadros parisinos, al parecer, a la señora le gusta el arte europeo. Me dejé ver por José en contadas ocasiones, donde siempre me sonreía mientras estaba de la mano de su esposa, ratificando que el trabajo concluiría más rápido de lo que aparentaba.

Con paso firme, pero pausado, me acerqué a ver un cuadro, pasando a llevar a María Magdalena, provocando que derramara champagne sobre su vestido; ella me miro con furia y altanería, lo que me hizo sonreír por dentro, porque sabía que después de mover bien las piezas del juego, me sentiría plena.

— ¡Lo siento! me distraje mirando la belleza del cuadro.
Puse las manos sobre mi boca, como si estuviera preocupada por el error cometido. José me miró con desenfreno, mientras que por dentro me sentía dichosa por mi gran actuación.

— ¡Acabas de manchar mi vestido! -
—gritó la vieja. Observé en cámara lenta como apretaba su mandíbula tan fuertemente, que hubo un momento en que creí que la placa de sus dientes saldría volando, dejándola en ridículo, y caería en la copa de algún asistente; hecho que jamás ocurrió, cediendo a los deseos de burla sobre ella, por lo que tuve que seguir con mi plan.

—¡Se lo pagaré! —mentí, para luego buscar en mi bolso una tarjeta diseñada estratégicamente para la ocasión, con la suerte de que José la cogiera.

-
— ¡Por supuesto que llamaré! ¡Tendrás que pagar! —exclamó indignada. Su mirada desprendía un elevado ego; en esa oportunidad tuve que tragarme el insulto que tenía guardado desde el primer día en que vi su horrendo rostro. Su registro despectivo hacia mí, provocó el deseo de sacar las garras; preguntándome ahora: «¿Cómo fui capaz de soportar tanto?», supongo que el dinero me hace ser una mujer fuerte, no tengo más explicación—. Aunque no creo que tengas lo suficiente para costear un vestido traído desde Europa
—conté hasta diez mentalmente, hasta creo  llegué más allá, mientras me hacia la dulce damisela arrepentida de sus actos.

La arpía Where stories live. Discover now