Dolor

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Romina abrió los ojos lentamente, le dolía pestañear así que volvió a cerrarlos, pero sintió un ardor profundo en el antebrazo, le escocía la piel, pero no podía levantarse. Trató, inútilmente, de mover el brazo, pero parecía estar petrificada, como pegada a la cama. ¿Cama? Luego de la ansiedad inicial consiguió calmarse y respiró profundo. El ardor se intensificaba en el antebrazo, parecía que la piel iba a arrancarse sola o simplemente se desprendería calcinada. Al fin logró voltear la cabeza y miró la cortina roja de su dormitorio entreabierta... Estaba... ¡En su dormitorio! ¿Cómo había...? Trató de tranquilizarse de nuevo, respirar, respirar, debía concentrarse. Poco a poco sintió que su cuerpo se aflojaba, como si la hubieran desamarrado. Retiró con cuidado su brazo, que estaba justamente en el trayecto de un rayo de sol que se filtraba por la ventana.

Tenía la piel enrojecida, adolorida, pero bastaron unos minutos para que se recuperara. El tejido comenzó a tomar su color pálido habitual y el dolor se esparció por cada poro hasta difuminarse. Romina se levantó y cerró con molestia la cortina. La habitación se oscureció por completo y casi pudo relajarse. Se sentía muy cansada, como si toda la energía del cuerpo la hubiera abandonado. ¿Por qué estaba despierta? Miró el reloj azul que estaba sobre el buró, pasaban de las 4 de la tarde. El sol aún brillaba y su sueño no se había completado. Romina estaba confundida, ¿qué día era? ¿Cómo había llegado a casa? ¿Dónde estaría él?

Se sentó en la orilla de la cama, recordaba al hombre a cuya gabardina gris le faltaba un botón. Recordaba su sonrisa, el sabor dulce, extrañamente dulce, de su sangre. Recordó la tranquilidad que le proporcionó beber, esa calma, se sintió flotando en el mar, a la deriva, como cuando era niña y sus papás la dejaban nadar en el agua tranquila del mar. Añoraba las vacaciones de verano, el sombrero de paja de su madre y short a cuadros verdes de su padre. Extrañaba la sensación del sol tostando su piel, recorriendo cada centímetro con su lengua voraz. Sí, extrañaba el sol y la sonrisa de su madre, esa sonrisa entre burlona y preocupada cuando Romina le gritaba desde las aguas saladas y la saludaba con la mano.

Un ruido la sacó bruscamente de sus pensamientos. Era como un pitido agudo, ¿de dónde provenía? El ruido sonó más fuerte y la ensordeció por unos segundos. De repente, su cuerpo cayó al piso, presa de una convulsión. El pitido se repetía en su cabeza una y otra vez, como si estuviera dentro de su cerebro. Su cuerpo se retorcía de manera involuntaria. Esto no tenía sentido. Un golpe duro la sacudió violentamente.

Romina se quedó rígida, como si fuera presa de una descarga eléctrica. Su cuerpo se estiró por completo, no podía hablar y respiraba de forma irregular. La mirada se quedó fija en el techo. Sus pupilas se dilataron. De nuevo el pitido y la descarga eléctrica. ¿Qué le estaba sucediendo? El hombre. La figura del hombre con gabardina gris se quedó fija en su mente. Y otra vez sintió como cada músculo era torturado, restirado, jalado. No había nadie en la habitación, estaba sola. La mirada fija y perdida en el color blanco. El hombre navegaba en sus pensamientos. Sus ojos negros, muy negros, parecían una enorme pupila sonriente.

De pronto llegó la calma. El silencio invadió la recámara como si la hubieran transportado a otro lugar. Su cuerpo se relajó y pudo incorporarse. Se sentó sobre la alfombra roja y acarició los largos flecos por un par de minutos que se hicieron eternos, sentía bajo las palmas de sus manos los ásperos tejidos. No se atrevió a levantarse de inmediato por miedo a sufrir otra convulsión.

Las cortinas se corrieron de par en par, sin previo aviso, ¿qué estaba pasando? ¿Dónde estaba? La espalda de Romina comenzó a enrojecerse, un agudo ardor la invadió hasta hacerla sentir un rasguño profundo y de un ágil brinco llegó a la ventana. Jaló las cortinas con tanta fuerza que estuvo a punto de sacarlas del cortinero. La furia iluminó su rostro en medio de esa oscuridad provocada. Tenía que existir alguna explicación. Observó con detenimiento el lugar. Era su recámara, todo estaba en orden, la cama, el buró... Sus cortinas rojas, la alfombra, todo parecía normal. Volvió a recorrer con la mirada cada objeto. Sobre el tocador yacía su alhajero, cerrado. A un lado estaba su cepillo de madera con suaves cerdas blancas. El libro de Rimbau que estaba leyendo descansa en una de las esquinas. Su ropa era la misma de la noche anterior. Lucía limpia, ni una gota de sangre que delatara su actividad. ¿Cómo había regresado a casa? ¿Qué había pasado en toda la mañana? A Romina le daba vueltas la cabeza, sentía el latir de su corazón en las sienes. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Quién era el hombre de la gabardina?

Escuchó un maullido al otro lado de la puerta. Abrió despacio, como si fuera a ser absorbida por otra dimensión al girar el picaporte. Kira estaba sentada y la miraba con sus enormes ojos amarillos. Volvió a maullar y Romina la tomó entre sus brazos. Regresó a la cama, faltaban escasas horas para que el día terminara y el descanso no era aún suficiente. Se recostó en posición fetal, con Kira cerca de su rostro. El ronroneo la arrulló y se quedó profundamente dormida.

Romina prácticamente nunca soñaba, pero esa tarde sí lo hizo, una serie de imágenes invadieron su mente. Se sentía navegar en un mar de fotos y rostros. Las luces estridentes la cegaban por momentos, había música, se escuchaba fuerte, un grupo de rock en vivo. Rostros y más rostros. Romina no pudo identificar a nadie, se sentía perdida. Una sensación de ansiedad le provocó un escalofrío. La visión del lugar se fue haciendo cada vez más clara. Era un bar, un pequeño bar con un pasillo en el que se encontraba la barra; al fondo un cuarto más amplio con sillones bajos y una especie de colchonetas rojas. Había parejas abrazadas, personas bailando. Romina pudo ver una cerveza en su mano. ¿Por qué sostendría ella una cerveza? Era oscura, amarga, el sabor aún estaba vigente en su garganta. Estaba sola. Tal vez esperaba a alguien, tal vez estuvo ahí con el hombre de la gabardina.

Romina caminó lentamente entre las personas, nadie parecía fijarse en ella, es como si fuera un fantasma. ¿Cuánto tiempo habría pasado? Puso el envase vacío sobre la barra y pagó. Ahora estaba molesta, pudo sentir su pulso acelerado y una extraña vibración en el pecho. Salió del bar a toda prisa y empezó a caminar hacia la avenida. Tenía los nervios alterados, estaba confusa, como si de pronto algo muy malo hubiera sucedido. Un destello la deslumbró y abrió los ojos.

Kira se lamía la pata derecha con delicadeza, recostada sobre la almohada. Romina miró el reloj: las 6:45 de la tarde. Un poco mareada se levantó de la cama y se asomó por la ventana. La luz del día se ocultaba a toda velocidad tras los enormes edificios de oficinas. Kira maulló y dio un largo bostezo. Romina salió de la habitación y se dirigió a la cocina. Tomó el plato de Kira y puso más croquetas, la lógica de los gatos es que su plato nunca está lo suficientemente lleno. Encendió el calentador de agua y volvió a su recámara. Abrió con pesadez el clóset, hoy no tenía ganas de salir y, además, se sentía satisfecha. Era extraño, su hambre siempre llegaba con su despertar. Ese incómodo sentimiento en la base del estómago. Eso que el hombre había llamado "la sed", y tenía lógica, ella no comía... bebía.

Decidió tomar el baño antes de elegir la ropa, tal vez eso despejaría su mente. Escuchó el clic del calentador, el agua estaba lista. Entró al cuarto de baño y abrió la llave de la tina, una hermosa tina blanca con patas doradas, que parecían como garras de dragón o algún animal mitológico.

Romina se quitó la blusa y la falda, corte de lápiz, las dobló y las colocó en la silla negra que estaba a un lado de la bañera. Se metió con lentitud, para disfrutar el agua tibia. Se sumergió hasta quedar cubierta por completo y se quedó ahí un par de minutos. ¿Qué significaba ese sueño? ¿Qué lugar era ése?

Sacó la cabeza del agua y se sacudió. Las respuestas no llegarían, lo mejor sería relajarse y dejar que los pensamientos y las emociones fluyeran. Se sentía cansada, adolorida. Cerró lo ojos y respiró profundo. Kira salió corriendo de la habitación. Romina se incorporó en la bañera, alerta.

Alguien estaba afuera de su casa y ese alguien tocó la puerta.


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