Prólogo

831 43 16
                                        


Prólogo – Bienvenido al vecindario, cabrón

¿Alguna vez te ha pasado que conoces a alguien de niño, y años después esa persona resulta estar completamente loca?

O sea, no “ay qué loca, me hizo una videollamada llorando porque no le contesté el WhatsApp en 3 minutos”, no, no, no. Estoy hablando de loka con k, nivel “te abrí un altar con tu cepillo de dientes y una uña que dejaste en el lavabo”. Así de cabrón.

Bueno, pues sí, eso me pasó a mí.

Me llamo T/n. Soy regio, 100% carne asada, clima de 40 grados y memes de “cuando eres de Monterrey y hace frío porque bajó a 32”. Crecí escuchando a mi tío poner a Ramón Ayala y decir “¡eh güey, tráete otra chéve, ya se acabó la hielera!”, y juré por mi santa carnita asada que jamás iba a dejar mi tierra. Pero pos la vida tiene otros planes, y cuando tenía cuatro años, mi papá, en su infinita sabiduría de señor que cree que lo sabe todo, dijo:

—Nos vamos a mudar a California. Allá hay oportunidades.

Oportunidades mis huevos. Nos mandó a vivir a un pinche barrio donde todos los vecinos tienen sonrisa de "te invito a la iglesia" pero energía de "me meto en tu vida sin que me pidas permiso". Todo muy gringo, muy soleado, muy falso. Hasta que la vi a ella.

La primera vez que vi a Jenna Ortega, yo tenía cuatro años, morrito menso, con mocos en la cara y crocs fosforescentes. Ella tenía ocho. Y en cuanto me vio cruzar el patio, salió de su casa como si me hubiera olido, se me plantó enfrente, y me dijo con voz bien calmada:

—¿Tú vas a vivir aquí?

Yo, que apenas y sabía hablar bien, nomás respondí:
—Me gusta el cereal.

Y se rió. Una risa chida, pero con ese tono como de “awww, qué tierno… lo voy a secuestrar en 14 años.”

Mi mamá decía que Jenna era bien educada, muy amable, que hasta parecía hija de novela de Televisa: sonriente, servicial, siempre ayudando a los demás. Pero yo, desde morrito, sentía que esa mirada que me echaba no era normal. Como si ya desde entonces me hubiera marcado. Como si me dijera con los ojos: “Eres mío, cabrón. No te me vas a escapar.”

Corte a: pasan los años, yo crecí, me salieron pelos donde antes solo había preguntas, y me volví un adolescente decente. Me metí al box, porque quería estar mamado como los vatos de Creed, y al parkour, porque me gustaba andar brincando bardas como si estuviera en un videojuego. También porque aprendí que huir rápido puede salvarte de muchas cosas: de un examen sorpresa, de una señora vendiendo Avon, o de una exnovia loca. Bueno, en mi caso, de una semi-ex algo que nunca fue, pero que ya se siente mi esposa en su cabeza.

"mierda cómo que mi vecina es mi acosadora"Where stories live. Discover now