La boda de Connie, y el comienzo

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PRIMERA PARTE

1

Amerigo Bonasera estaba sentado en la Sala 3 de lo Criminal de la Corte de

Nueva York. Esperaba justicia. Quería que los hombres que tan cruelmente

habían herido a su hija, y que, además, habían tratado de deshonrarla, pagaran

sus culpas.

El juez, un hombre de formidable aspecto físico, se recogió las mangas de la

toga, como si se dispusiera a castigar físicamente a los dos jóvenes que

permanecían de pie delante del tribunal. Su expresión era fría y majestuosa.

Sin embargo, Amerigo Bonasera tenía la sensación de que en todo aquello

había algo de falso, aunque no podía precisar el qué.

– Actuaron ustedes como unos completos degenerados –dijo el juez,

severamente.

Eso, eso, pensó Amerigo Bonasera. Animales. Animales. Los dos jóvenes, con

el cabello bien cortado y peinado, y el rostro claro y limpio, eran la viva imagen

de la contrición. Al oír las palabras del juez, bajaron humildemente la cabeza.

– Actuaron ustedes como bestias salvajes –prosiguió el juez–; y menos mal

que no agredieron sexualmente a aquella pobre chica, pues ello les hubiera

costado una pena de veinte años.

El representante de la justicia hizo una pausa. Sus ojos, enmarcados por unas

cejas sumamente pobladas, miraron disimuladamente al pálido Amerigo

Bonasera, para luego detenerse en un montón de documentos relacionados

con el caso que tenía delante. Frunció el ceño, como si lo que iba a decir a

continuación estuviera en desacuerdo con su punto de vista.

– Pero teniendo en cuenta su edad, su limpio historial, la buena reputación de

sus familias... y porque la ley, en su majestad, no busca venganzas de tipo

alguno, les condeno a tres años de prisión. La sentencia queda en suspenso.

Gracias a que llevaba cuarenta años en contacto más o menos directo con el

dolor, pues era propietario de una funeraria, el rostro de Amerigo Bonasera no

dejó traslucir en absoluto la decepción y el inmenso odio que le embargaban.

Su joven y bella hija estaba todavía en el hospital, reponiéndose de su

mandíbula rota ¿y aquellos dos bestias iban a quedar en libertad? ¡Todo había

sido una farsa! Miró a los felices padres, que en ese momento rodeaban a sus

queridos hijos, y pensó que eran plenamente dichosos; no cabía la menor

duda, sus sonrisas así lo indicaban.

Por la garganta de Bonasera subió una hiel negra y amarga, que le llegó a los

labios a través de los dientes fuertemente apretados. Se limpió la boca con el

blanco pañuelo que llevaba en el bolsillo. En aquel preciso instante los dos

jóvenes pasaron junto a él, sonrientes y confiados, sin dignarse a dirigirle una

El Padrino de Mario Puzo-----CompletadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora