—Oh, querido... ahora sí que me has intrigado.
Mientras Fénix luchaba por liberarse de la inmovilización de Isolde, un destello de movimiento apareció en su visión periférica. Xavier, con una daga que había encontrado entre los escombros de la iglesia, se acercó sigilosamente por detrás de Isolde. Con una precisión mortal, clavó la daga en el costado de la vampira, atravesando su carne con una rapidez que la sorprendió.
Isolde soltó un grito de dolor, su rostro retorciéndose por un momento en una expresión de furia y sorpresa. El impacto fue suficiente para que la fuerza de su agarre sobre Fénix disminuyera, dándole a este último la oportunidad de liberarse. Con un esfuerzo, Fénix se arrastró hacia atrás, alejándose de Isolde mientras su respiración se aceleraba, su cuerpo dolorido por el impacto contra la pared.
Se levantó lentamente, tambaleándose un poco, pero con una determinación renovada. Su mano buscó su Magnum, la cual había caído cerca de él. La tomó con rapidez y apuntó a Isolde, quien ahora estaba tambaleándose por el dolor de la herida.
Fénix disparó, tres veces, seguidas. Las balas volaron hacia ella con una velocidad mortal, pero, para su sorpresa, Isolde apenas se inmutó. Las balas parecían chocar contra una barrera invisible, sin hacerle daño alguno. Isolde sonrió, un gesto que irradiaba una confianza inquietante.
—¿De verdad pensaste que algo tan simple como una bala podría detenerme? —dijo Isolde, su voz llena de burla.
Antes de que Fénix pudiera reaccionar, la vampira se lanzó hacia él con una velocidad fulminante. En un abrir y cerrar de ojos, estaba a su lado, y sus colmillos brillaron en la oscuridad mientras intentaba morderle el cuello.
Fénix sintió el frío de su aliento en su piel y la cercanía de esos colmillos afilados. Su instinto de supervivencia se activó al máximo, y con un movimiento rápido y preciso, golpeó la cabeza de Isolde con su codo, empujándola hacia atrás. El golpe fue suficiente para desequilibrarla, y en ese instante, Fénix aprovechó para liberarse de su agarre.
Se apartó de ella, respirando con dificultad, mientras la vampira se levantaba lentamente, furiosa pero aún con una sonrisa cruel en su rostro.
—Tienes agallas, lo admito —dijo Isolde, mientras se limpiaba la sangre de su boca—. Pero no te engañes. No vas a salir de aquí con vida.
Fénix, ahora de pie y con la mirada fija en ella, apretó su Magnum con más fuerza. —Ya veremos.
Isolde, furiosa por el golpe que Fénix le había dado, no perdió tiempo. Con un rugido de ira, se lanzó hacia él con una velocidad sobrehumana. Fénix apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que ella lo empujara con tal fuerza que su Magnum voló de sus manos, aterrizando a varios metros de distancia. El impacto lo dejó momentáneamente aturdido, pero antes de que pudiera recuperar el aliento, Isolde ya estaba encima de él, lista para aplastarlo.
Mientras tanto, Xavier y Ashley observaban desde un rincón de la iglesia, evaluando la situación. Susurros bajos y tensos escapaban de sus labios mientras discutían sobre qué hacer.
—¿Qué demonios hacemos ahora? —preguntó Xavier, su voz cargada de desesperación. —Nada parece afectarla.
Ashley, mirando la escena con atención, frunció el ceño. —Tal vez el agua bendita... —murmuró, como si una idea le hubiera cruzado por la mente.
Xavier asintió, sin perder tiempo. Corrió hacia una pequeña pileta que estaba en una esquina de la iglesia, donde había agua bendita. Mientras se acercaba, Ashley lo siguió rápidamente. Xavier sumergió una estaca de madera en el agua bendita, empapándola completamente, y luego la levantó con firmeza.
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