Fénix se quedó tendido en el hielo, jadeando mientras trataba de calmar su corazón acelerado. El frío comenzaba a calarse en sus huesos, pero al menos estaba vivo. Por ahora.
Fénix intentó levantarse sobre la resbaladiza superficie del río congelado, sus botas patinando mientras buscaba equilibrio. Su cuerpo temblaba por el frío intenso, y su aliento salía en nubes blancas.
—Joder... —murmuró, con los dientes castañeteando.
Dio un paso adelante, pero antes de que pudiera decir otra palabra, un sonido aterrador resonó bajo sus pies. Crack.
Sus ojos se abrieron con horror cuando el hielo se quebró de golpe y su cuerpo cayó al agua helada. El mundo se volvió un torbellino de sombras y frío insoportable. Sintió cómo la corriente lo arrastraba hacia las profundidades, su piel ardiendo por el cambio brusco de temperatura. Intentó nadar, pero el peso de su ropa y la rigidez de sus músculos entumecidos lo hicieron torpe.
El agua se cerró sobre él.
Castillo de Orslok, Afueras de Blackmoor
Una fuerte ráfaga de viento sacudió los ventanales góticos del castillo, haciendo que la luz de las antorchas titilara. En el trono de piedra oscura, decorado con grabados de antiguas batallas y criaturas olvidadas, se hallaba el Conde Orslok. Sus dedos largos y pálidos tamborileaban el reposabrazos mientras observaba la luna llena a través del ventanal.
De repente, un gruñido bajo resonó en la sala. Desde las sombras, una criatura emergió, su silueta aún goteando de la nieve y la sangre de su última cacería. Wolfsbane, su leal mascota, se detuvo frente a él, con su respiración pesada y sus ojos brillando con un resplandor salvaje.
El conde sonrió con satisfacción, pero algo lo hizo fruncir el ceño. La luz de la luna, que antes bañaba el salón con su pálido fulgor, comenzó a desvanecerse tras una gruesa capa de nubes. La transformación se desencadenó de inmediato.
El cuerpo de la bestia comenzó a retorcerse y encogerse, sus huesos crujiendo en una sinfonía grotesca mientras la carne cambiaba. Garras se replegaron en dedos humanos, y la piel grisácea y reseca recuperó su color. La criatura cayó de rodillas, jadeando, hasta que finalmente quedó en su forma original: un hombre joven de cabello oscuro y ojos inyectados en sangre.
Dagon.
El Conde Orslok lo miró con una expresión de burla.
—Así que... el nuevo portador de la maldición finalmente se revela —musitó con su voz profunda y seductora—. Dime, Dagon, ¿cómo fue tu primera misión como mi leal perro de caza?
Dagon respiraba con dificultad, su cuerpo aún temblando por la transformación. Sabía que solo le quedaban unas pocas horas antes de que su humanidad desapareciera para siempre.
El conde se levantó de su trono y caminó lentamente hacia él, su capa negra ondeando tras de sí.
—Dime, ¿cómo fue conocer a nuestro nuevo intruso? —susurró con una sonrisa afilada—. ¿Cómo fue conocer a... Caos?
Dagon alzó la mirada, su expresión endurecida. Aunque su lealtad estaba atada por la maldición, su mente aún luchaba contra el destino que le esperaba.
Dagon respiraba con dificultad, su cuerpo aún estremeciéndose por la transformación. Su piel estaba cubierta de sudor frío y nieve derretida. Apretó los puños, sintiendo la tensión en sus músculos, mientras observaba al Conde Orslok con ojos llenos de rabia y desconfianza.
—No soy tu perro —gruñó, su voz aún rasposa por la transformación.
El conde se echó a reír. Una risa profunda, elegante, casi melodiosa. Caminó en círculos alrededor de Dagon con la gracia de un depredador que juega con su presa.
Code Fénix Unleashed Sombras de la Luna
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