El hombre soltó una risa amarga. —Para el próximo que se cruce con Wolfsbane, supongo. Tal vez para ti, si no tienes cuidado.
Fénix estaba a punto de girarse para regresar al caballo cuando un ruido perturbador rompió el silencio. Era un crujido húmedo y desgarrador, seguido de un sonido gutural que provenía del lugar donde había atado al animal. Tanto él como el sepulturero se quedaron inmóviles por un instante, sus miradas cruzándose en una mezcla de incertidumbre y alarma.
—¿Qué fue eso? —preguntó el hombre en un susurro tembloroso.
Fénix no respondió. Su mano fue directamente a su Magnum, desenfundándola con rapidez mientras avanzaba con cautela hacia el origen del ruido. El sepulturero, aunque tembloroso, lo siguió de cerca, sosteniendo su pala como si fuera un arma.
Cuando llegaron al árbol donde había dejado al caballo, Fénix sintió que el estómago se le hundía. El animal estaba destrozado, sus entrañas esparcidas por la nieve teñida de rojo. Había marcas de garras profundas en el tronco del árbol, como si algo monstruoso se hubiera ensañado con la bestia.
—Dios mío... —murmuró el sepulturero, retrocediendo un paso.
Antes de que pudieran reaccionar, un rugido ensordecedor resonó en el aire, y algo enorme y oscuro se lanzó hacia ellos desde las sombras. Fénix apenas tuvo tiempo de lanzarse a un lado, rodando en la nieve mientras el sepulturero quedaba atrapado bajo la criatura.
Era Wolfsbane.
La bestia era incluso más aterradora de lo que Fénix había imaginado. Su cuerpo desproporcionado y delgado revelaba costillas marcadas bajo una piel grisácea y sin pelo. Sus ojos brillaban con un rojo antinatural, y su boca, llena de colmillos afilados, estaba cubierta de sangre fresca.
El sepulturero gritó de puro terror, pero el sonido fue rápidamente sofocado cuando Wolfsbane hundió sus fauces en su torso, despedazándolo con facilidad. Fénix se levantó de un salto, apuntando con su Magnum y disparando sin dudar. Las balas cortaron el aire, pero la criatura se movía con una velocidad inhumana, esquivando los disparos con agilidad antinatural.
—¡Maldita sea! —gruñó Fénix mientras veía cómo la bestia soltaba el cuerpo inerte del sepulturero y se lanzaba hacia las sombras.
Sin pensarlo dos veces, Fénix corrió tras ella, sus botas hundiéndose en la nieve mientras seguía las huellas ensangrentadas que dejaba Wolfsbane. La criatura se adentró en un bosque helado, donde los árboles desnudos y retorcidos creaban un laberinto sombrío. La nevada comenzaba a intensificarse de nuevo, dificultando la visibilidad, pero Fénix no se detuvo.
Cada paso que daba lo llevaba más profundo en el bosque, y cada vez que creía estar más cerca, el rugido de Wolfsbane resonaba más lejos, como si lo estuviera llevando hacia una trampa. Sin embargo, Fénix no tenía intención de retroceder.
En la mansión de Ashley, Xavier se encontraba en la enorme biblioteca, una habitación que parecía no tener fin. Las estanterías se alzaban hasta el techo, repletas de libros, pergaminos y manuscritos antiguos. Una escalera de madera se deslizaba por rieles, permitiendo alcanzar los estantes más altos. Los ventanales estaban cubiertos con pesadas cortinas de terciopelo rojo, dejando entrar apenas un rastro de luz que daba al lugar un aire solemne.
—Todo aquí es demasiado grande... —murmuró Xavier mientras recorría con la mirada las interminables filas de libros. A pesar de su tono, había una chispa de admiración en sus ojos.
Con cuidado, comenzó a buscar entre los estantes, guiado por los títulos que parecían relacionados con la criatura que Fénix estaba enfrentando. Finalmente, sus dedos encontraron un grueso volumen encuadernado en cuero negro con letras doradas que rezaban: "Las Bestias del Conde: Una Guía a las Criaturas de la Noche".
Code Fénix Unleashed Sombras de la Luna
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