Code Fénix Unleashed Sombras de la Luna

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Finalmente, la tormenta comenzó a ceder. La nieve seguía cayendo, pero con menos intensidad, permitiéndole vislumbrar su entorno. Fue entonces cuando se dio cuenta de que había entrado en un lugar distinto. Miró alrededor y vio lápidas esparcidas por el terreno, algunas inclinadas y otras cubiertas de nieve. Sin haberse percatado, había entrado en un cementerio.

Fénix detuvo al caballo junto a un árbol grande y nudoso, sus ramas desnudas extendiéndose como garras hacia el cielo gris. Ató las riendas al tronco y acarició el cuello del animal para calmarlo antes de avanzar entre las tumbas. Las lápidas llevaban nombres grabados en piedra, muchas de ellas desgastadas por el tiempo, pero todas compartían una sensación de abandono y desolación.

Mientras caminaba, escuchó un sonido rítmico, como si algo golpeara la tierra. Se detuvo y afinó el oído, siguiendo el ruido hasta encontrar a un hombre encorvado, cavando un hoyo con una pala vieja y oxidada. Vestía un abrigo grueso y desgastado, y su rostro estaba cubierto por una barba gris descuidada.

Fénix se acercó con cautela, asegurándose de no alarmarlo. —¿Trabajando tarde? —preguntó, su voz cortante pero curiosa.

El hombre se detuvo, apoyándose en la pala para mirarlo. Sus ojos, hundidos y cansados, examinaron a Fénix de arriba abajo antes de responder. —Siempre es tarde cuando se trata de estas cosas. ¿Qué hace un extraño como tú por aquí? No se ven muchos forasteros.

—Estoy buscando información —respondió Fénix, sin rodeos. —Sobre el perro del Conde. Wolfsbane.

El hombre dejó escapar un suspiro pesado y volvió a cavar, como si la conversación no fuera suficiente para detener su tarea. —Entonces estás buscando problemas, muchacho. Nadie menciona a esa bestia sin razón, y nadie que lo haga suele vivir para contarlo.

Fénix cruzó los brazos, firme. —Aún sigo vivo. Cuéntame lo que sabes.

El hombre dejó la pala a un lado y se pasó una mano por la barba, pensativo. —Wolfsbane no es un perro cualquiera, ya lo sabes. Es un monstruo. Sin pelo, más alto que cualquier hombre, con costillas marcadas como si estuviera desnutrido, pero con una fuerza que no tiene sentido. Dicen que una vez fue humano, aunque nadie sabe si eso es verdad. Lo que sí sé es que lo llaman el perro del Conde porque no sirve a nadie más. Ataca, mata, y arrastra a sus víctimas al castillo, como un perro llevando presas a su amo.

Fénix asintió lentamente, procesando la información. —¿Cómo lo controlan?

—El Conde. —El hombre lo miró con seriedad. —Es su amo. Wolfsbane obedece sus órdenes, pero no lo hace por lealtad. Lo hace porque no tiene elección. El Conde lo maldijo, lo convirtió en lo que es. Y ahora, está atrapado en esa forma para siempre. Solo la muerte lo liberará.

—¿Cómo lo sabes? —insistió Fénix.

El hombre señaló las tumbas a su alrededor. —Porque yo entierro a sus víctimas. Hombres, mujeres, niños... no hace distinciones. Todos los que terminan bajo la nieve suelen acabar aquí, si es que encuentro lo suficiente de ellos para enterrarlos. Wolfsbane no deja mucho.

Fénix frunció el ceño, sintiendo un nudo en el estómago. —¿Y no hay forma de detenerlo?

El hombre se encogió de hombros. —Algunos dicen que sí, pero nadie ha tenido éxito. Es una criatura de la noche, más fuerte bajo la luna llena. Pero si logras matarlo, su cuerpo no desaparecerá como el de los vampiros. Quedará ahí, como un testigo de su propia maldición.

El silencio se instaló entre ambos por un momento, roto solo por el viento que seguía soplando suavemente. Fénix miró el hoyo que el hombre estaba cavando y luego de nuevo a él. —¿Para quién es esa tumba?

Code Fénix-2 UnleashedWhere stories live. Discover now