|68| 𝕬𝖕𝖗𝖊𝖓𝖉𝖎𝖊𝖓𝖉𝖔 𝖆 𝖘𝖆𝖓𝖆𝖗

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— ¿A qué debo su inesperada visita?

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— ¿A qué debo su inesperada visita?

Severus elevó una ceja ante la mujer frente a él apretando con fuerza los dedos en torno a la varita en su bolsillo. Recién abría la botica cuando ella apareció con los ojos húmedos y vestida de negro insistiendo una y otra vez en hablar con él en un tono de desesperación que le revolvió el estómago.

— Severus, por favor, tienes que ayudarme.

— Señora Cass, lo lamento.

— ¡Severus, por amor a Merlín, es mi hijo!

— Lo sé perfectamente, pero eso no significa que esté dispuesto a ayudarle.

— Por favor, si tan solo pudiera... —suspiró conteniendo las lágrimas— Solo deseo verlo, Severus.

— Lo lamento.

— ¡No viajé desde tan lejos para que me negaran a ver a mi hijo!

— Me temo, que por mucho que deseé ayudar, no es posible que usted vea a su hijo.

— ¿Qué demonios estás diciendo? —le observó con labios temblorosos.

— Él murió, señora Cass.

Ella retrocedió como si hubiese recibido un golpe, parpadeó varias veces apretando los dedos en torno a su túnica, meneó la cabeza conteniendo un sollozo para mirar al hombre con desesperación.

— No, no es posible —esbozó una sonrisa temblorosa— El ministerio dijo...

— Ha pasado un tiempo, ¿no es así?

— ¡Es imposible! ¡Mi hijo no puede...!

Apartó la mirada sosteniéndose de la butaca frente a ella. Severus se acercó despacio observando cómo su vieja amiga se hacía pedazos frente a él, cuando reunió fuerzas para confirmar la muerte, de nuevo, la mujer cayó al suelo soltando un grito desgarrador.

Severus no pudo evitar pensar lo irónica que era la situación, después de todo Marie Cass había dado todo de sí para garantizar el bienestar de su hijo, William, quien había hecho un sinfín de estupideces antes de morir en el incendio, mientras que Bellatrix Lestrange había trabajado hasta lo imposible por destruir a su hija, Lesath, quien, de alguna forma, siempre salía con vida.

— Mi Will... —sollozó ella aferrándose al bolso que llevaba consigo.

° ° °

Lesath rodó sobre la cama por cuarta vez sin lograr conciliar el sueño con sus pensamientos hechos un desastre, gruñó con frustración con la vista en el techo de la habitación de hotel deseando callar las voces de su mente.

Habían pasado cuatro días desde el juicio, con ayuda del auror Mitchell logró escapar del Ministerio evitando a los reporteros y a su familia, aunque al pensar en ello no podía evitar la sensación de culpa, especialmente al mirar las cartas sin abrir sobre el improvisado escritorio.

𝐃𝐞 𝐏𝐨𝐭𝐭𝐞𝐫 𝐚 𝐋𝐮𝐩𝐢𝐧Where stories live. Discover now