Fernando fue una salvación. Bueno, si puedes considerar una adicción una salvación. Comenzamos a quedar algo antes de empezar segundo de bachillerato, pero permanecimos viéndonos casi todo el curso.
Ese curso fue especialmente difícil para mí. Tuve mi primera crisis existencial. No soy religiosa, y no encontraba realmente un sentido a la existencia. Me costaba pensar que estábamos aquí sin motivo alguno. Tan solo debido a una combinación de factores: procesos químicos favorecidos por las condiciones de la Tierra primitiva, teoría endosimbiótica de Lynn Margulis... Pero sin un fin, solo por "casualidad". No me cabía en la cabeza porque tenía que estar viva y sufrir si ni siquiera la vida tenía un propósito.
Acabé autoconvenciendome de que estábamos aquí por algo. Algo tan grande que no éramos capaces de comprender. Que éramos eslabones de la cadena evolutiva condenados a dejar descendencia con la finalidad de pasar nuestros genes. ¿Para qué? No lo sabía. Ni siquiera me sentía capaz de plantear una pregunta así, pero era la única respuesta lógica que era capaz de dar a la existencia de esa necesidad tan animal de luchar para mantenerse con vida.
Aún así, lo que menos entendía es como la gente de mi alrededor podía vivir ignorando todo eso. Pronto lo entendí. Sino, es imposible.
No tenía motivación. No sabía que quería estudiar. Me sentía insegura, sola y perdida. Y ahí, fue donde apareció Fernando. Era un chico extremadamente guapo que desde la primera vez que me vió mostró un gran interés en mí. Era de esas personas con las que te da vergüenza entablar una conversación de lo atractivas que son. Y se había fijado en mí. No lo podía creer.
Quedar con él me daba la dopamina que necesitaba para seguir con mi vida. Que no sabía conseguir de otra forma. La fuerza que necesitaba para acabar la semana. Pero, como con cualquier otra droga, es muy fácil cruzar la línea que separa el de uso recreativo de la adicción. Comencé a obsesionarme. No me concentraba en clase, ni en ningún lado. Solo podía pensar en la siguiente vez que nos veríamos y en ese cóctel de hormonas que tanto necesitaba.
Es lógico pensar que tras un tiempo esto no se viviría tan intenso, pero se daban todos los factores para que la intensidad no cesase: nuestro encuentros era espontáneos, impredecibles, de buenas a primera recibias un mensaje y todo tu día cambiaba. Tampoco eran demasiado frecuentes. Sabíamos que si los espaciabamos unos cuantos días, el subidón sería aún mayor, pero la bajada también. No nos reforzábamos con palabras, tratábamos de no dar esa validación que ambos necesitábamos verbalmente, sino dejar que nuestros cuerpos dijeran todo lo necesario. Que éramos perfectos. Deseados. Amados. Bellos. Encajábamos a la perfección y, durante unos segundos, permitía que aquello validara mi existencia.
Recuerdo como si fuera ayer el día que me enteré que se había echado novia. Estaba de camino a mi casa cuando abrí Instagram para ver una foto suya besándose con una chica preciosa, con una canción de amor de fondo. Contuve las lágrimas hasta llegar a mi portal. Al subir, no había nadie en casa. Menos mal. Pues no hubiera sabido cómo explicar que una foto en Instagram fuera la causante de mi primer ataque de ansiedad.
Tuve mono durante los siguientes meses, pero fue la forma más eficaz de acabar con una adicción.
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Confesiones de una femme fatal
RomanceA lo largo de mi adolescencia se me ha acusado de "femme fatal" o directamente de "ninfómana". Sin embargo, vengo a hablar de la persona que hay detrás del arquetipo.
