El espolón del Wyvern - Kate Novak & Jeff Grubb

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-Veamos, ¿cuál sería la mejor manera de lucirte? -preguntó al cristal.

No tenía sentido encargar que hicieran una caja, reflexionó. Tener que sacarlo cada vez que quisiera cogerlo, sería muy molesto; sin embargo, era demasiado grande para llevarlo colgado al cuello de una cadena. Durante el viaje, había guardado la gema en el doblez de la bota, donde casi todos los aventureros escondían sus dagas.

Tendría que arreglarse con ese mismo escondrijo esa noche, decidió por último. Aunque no planeaba enseñar la gema a tío Drone ni al resto de la familia, estaba ansioso por mostrársela a sus amigos del mesón Immer. Con un poco de suerte, tía Dorath le daría permiso para abandonar la reunión familiar a tiempo todavía de llegar a la taberna antes de la hora de cierre.

Solucionado aquel asunto, Giogi se incorporó y se dirigió al vestíbulo. Con la gema metida en el cinturón, revolvió el armario que había debajo de las escaleras. Había dejado las botas en la parte delantera del ropero, pero habían desaparecido. Removió mantos y capas colgados en ganchos separados, y pateó diversos pares de zapatos que cubrían el suelo. Después empezó a sacar del armario toda clase de bastones, prendas desechadas hacía mucho tiempo y curiosos objetos variopintos que eran regalos de amigos y conocidos, por lo que no podía deshacerse de ellos si bien eran demasiado feos para colocarlos en ningún sitio, salvo en la discreta oscuridad del ropero.

Por último, tras sacar al vestíbulo la mitad del contenido del armario, el joven se dio por vencido y soltó un resoplido.

-¡Thomas! -voceó-. ¿Dónde están mis botas?

Alertado por el ruido de arcones, zapatos y bastones arrojados contra el suelo, el sirviente había decidido investigar el origen del escándalo dejando para más tarde el pulido de la sopera de plata. Salió de la cocina en el mismo instante en que Giogi gritaba su nombre. Thomas se detuvo bajo el arco que separaba el vestíbulo de lo que Giogi denominaba el «territorio de la servidumbre».

El mayordomo dirigió una mirada suspicaz a los objetos desperdigados por el suelo e intentó no perder la compostura. Debía de ser un poco más de tres años mayor que Giogi, pero una vida plena de responsabilidades le había otorgado un aspecto más maduro y ese aire de «cuando tú vas, yo vuelvo». Y ésa era la actitud con la que ahora miraba a su patrón.

-¿Necesita algo el señor? -inquirió Thomas con voz neutra.

-No encuentro mis botas. Sé que las dejé aquí.

De entre el caos que había a sus pies, Thomas sacó un par de botas negras de tacón alto y puntera afilada a las que se había sacado brillo recientemente.

-Aquí tiene el señor -ofreció sin el menor asomo de enojo.

-Ésas no. No volveré a ponérmelas. Me aprietan los pies. Llévatelas y las quemas. Quiero las botas que traje de Westgate, las de caña alta, amplias de pala, de ante marrón, con vueltas anchas. Son las botas más cómodas de todos los Reinos.

Thomas arqueó una ceja.

-Tal vez sean cómodas, señor, pero no las apropiadas para un caballero.

-¡Simplezas! Yo soy un caballero y ésas son mis botas; así que, argumentum ab auctoritate -fue la réplica de Giogi-. Etcétera, etcétera -remató.

-Pensé, señor, que, ahora que vuestros viajes han concluido, querríais desechar los atavíos utilizados en ellos. He retirado ya esas botas.

-Bien, pues sácalas del retiro. Y por favor apresúrate. Tengo que ir a Piedra Roja.

-Tenía entendido que vuestra tía no os esperaba hasta después de la cena.

-Así es. Y, puesto que he pensado ir a pie, me gustaría llegar a tiempo, para lo que habré de salir ahora mismo. -Giogi se sentó en el banco del vestíbulo y se quitó las zapatillas de una patada, presumiendo que Thomas haría aparecer las botas como por arte de magia.

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⏰ Última actualización: Jun 09, 2009 ⏰

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