1. Extraños en la noche

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El Sol iluminaba gran parte de la ruta que transitaban. Hasta ese momento no habían divisado a ningún robot, o, como les gustaban llamarse a sí mismos, trifectos. A menudo se preguntaba por qué habían elegido ese nombre, pero no conseguía respuesta alguna.

Exhalando un suspiro, observó a su hermana Sabrina patear una piedrita.

—Tengo hambre, Nina —su voz sonó como la de una chiquilina, a pesar de sus dieciséis años de edad.

—Ya vamos a encontrar algo. Si te impacientás, no vamos a poder conseguir nada de comer —Vanina acomodó mejor su mochila y siguió caminando.

Hacía alrededor de diez años que las máquinas estaban asesinando a personas sin remordimiento alguno. Los recursos que necesitaban para sobrevivir cada día escaseaban más y más, y la crisis de la tecnología no dejaba descansar a ningún ser viviente. Había escuchado muchos rumores sobre personas muy inteligentes que se encontraban trabajando en un virus letal que mataría a la Central de Inteligencia Artificial, que se encontraba en Rusia, así como la I.A. de los propios robots. Sin embargo, nunca había visto a ninguno de ellos, por eso no le daba esperanza oír esas cosas. Mucho tiempo atrás había perdido cualquier atisbo de ilusión con la muerte de sus papás. Por esa misma razón era que se movía de un lado a otro con su hermana menor, para no mantenerse en un mismo lugar y ser descubiertas por el enemigo.

—Vi algo —susurró Sabrina.

Vanina se detuvo al instante, tomando la Glock de su pantalón. Miró todo el espacio que le dejaban ver sus ojos y no divisó ningún robot. Luego de chequear por una segunda vez, enfundó de nuevo el arma de fuego.

—Sabrina, dejá de boludear. Más que seguro fue un pájaro...

—¡Shh! Ahí —exclamó en voz baja. Su brazo izquierdo estaba elevado y apuntaba a unos pastizales altos. Vanina entrecerró los ojos, tratando de enfocar mejor la vista, pero no vio nada. Aunque, de repente, un movimiento brusco entre los pastos hizo que volviera a por su Glock.

—Quedate atrás mío, ¿me escuchaste? —Sabri asintió, mientras Nina dejaba en el suelo su mochila pesada. Luego, caminó hacia el lugar que apuntó su hermana.

Relamiéndose los labios con nerviosismo, apuntó el arma hacia los pastos. No escuchó ningún ruido por algunos segundos, cuando, de la nada misma, un perro negro saltó hacia ella. Vanina gritó, pero se movió con rapidez hacia un costado, cayendo de bruces contra el suelo. El impacto del golpe hizo que su cabeza diera algunas vueltas, desenfocándole la vista. El animal resbaló en el concreto, sin embargo, al instante se levantó y se concentró en Vanina.

Su gruñido gutural y tenebroso le generó un escalofrío. Tratando de sentir el arma, se percató de que no la tenía consigo. Con desesperación, observó en el suelo. La divisó a unos dos metros de sí. Con las manos temblando, trató de tranquilizar al animal con dulces palabras.

—Hey, chucho, ¿qué te pasa? ¿Por qué me gruñís? No te iba a hacer nada... —a pasos lentos, se fue dirigiendo hacia donde se encontraba el arma. El can gruñó aún más grave y se acercó tres pasos a Vanina. Ella se detuvo por completo, asustada de la posible reacción que tendría el animal. Si no tomaba una decisión rápido, sería el alimento de un puto perro y su hermana terminaría sola—. Sabrina, quiero que te escondas atrás de aquél auto, ¿entendés? —no esperó una respuesta de parte de ella, sabía que le haría caso—. A ver, animalito, ¿qué tal si seguís tu camino y yo el mío? ¿Eh? ¿No? Qué lástima...

Dando un salto que la sorprendió a ella misma, cayó justo encima de la Glock, que le valió una mueca de dolor en el rostro por clavársela en un costado. En ese momento, el perro había empezado a correr hacia ella, pero antes de que siquiera pudiera ladrarle, Vanina le disparó en el medio de la cabeza. La sangre salpicó el pavimento y la cara de la chica. Parpadeó asombrada de sus propios reflejos y se lamentó un poco por la muerte del animal. Él sólo quería sobrevivir, al igual que ellas.

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