Capítulo 7. Otro asesinato

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Helena

Siento la presencia de alguien que me está espiando, pero avanzo con firmeza hacia la casa de Gustav. El chico no es un vampiro muy reciente, no tendrá más de ochenta años y siente, creo que debilidad por Lynette. Con Carol, la camarera del bar, los he visto interactuar a menudo. Los tres son adolescentes tímidos y por su edad y poco interés, no han llegado a venir a muchas de mis clases. ¿Qué se le habrá pasado por la cabeza a una chica tan tímida?

Gustav vive con una familia humana en lo alto de la colina. Esa familia ya son mayores, han sido abuelos, pero siguen cuidando de él.

«¿Cuidando?», me pregunto pensando en las drogas que seguro le han dado a él, cuando llego a la casa. La puerta está abierta y me pongo en alerta.

—¿Gustav? ¿Señor Lapierre? ¿Señora Lapierre?

Olisqueo y sin duda es sangre. Escucho un ruido en el interior de la casa y una corriente de aire me atrapa y me saca fuera. Noto su olor picante a hoguera y brezo. El rey.

—No entres —ordena—. Espera aquí.

Todavía con el corazón en la boca, lo veo pasar y desaparecer dentro. Escucho sollozos y sale con Gustav, manchado completamente de sangre, llorando y mirando al suelo.

—Llama a Duncan y a la alcaldesa. Solo a ellos —me dice Magnus y no puedo evitar obedecerle mientras miro al muchacho, que me devuelve la mirada confuso y con la boca llena de sangre.

Voy todo lo deprisa que mis piernas me permiten y ¡joder! ¿cómo es que no me he dado cuenta de que no soy ni la tercera parte de rápida que antes? Llego a la plaza y Duncan está caminando. Le digo que vaya de inmediato y con discreción y voy a buscar a Francine. Está en su despacho, acompañada.

—¿Puedo hablar contigo?

Los dos militares se vuelven, quizá sospechando, pero ella acepta. Una vez le cuento todo, se despide con una excusa, aunque sabemos que no durará nada y que no decirles algo es un error.

Corremos a la casa de Gustav. Duncan está pálido, más de lo que podría estar un vampiro. Lleva las manos manchadas de sangre, así que ha entrado en la casa. Magnus está sentado en el balancín, con Gustav que tiene las piernas abrazadas y la cara escondida en ellas.

—Esto es un desastre —dice Duncan. Miro a Magnus, que parece serio, pero no alarmado.

—El muchacho ha asesinado a sus cuidadores —acaba diciendo y se levanta para dirigirse hacia nosotras—, no me ha dicho por qué. Tal vez puedas preguntarle, Helena.

Pronuncia mi nombre de una forma que eriza la piel, pero asiento y me coloco a su lado.

—Gustav, venía a hablarte de Lynette —digo por ver si él levanta la cabeza. Francine suelta una exclamación de impaciencia, pero el chico me mira, triste.

—Ella es inocente. Fui yo.

—Cariño, no puedes atribuirte algo que no has hecho —digo con mi voz más persuasiva.

—Merecía la salvación, yo no. Fui perverso cuando me convirtieron y ahora, esos pobres ancianos...

—¿Por qué, Gustav? ¿Te hicieron daño?

—El señor me hacía daño a veces, pero se portaron bien. Sin embargo, creo que alcanzaré la salvación. Es el precio a pagar por mis acciones.

—¿Quién te ha dicho eso?

El chico se levanta, confuso. Lo dejamos, mientras pasea por la terraza, nervioso. De repente, sin que lo esperemos, salta y cae sobre una valla de madera y al clavarse uno de los palos en el corazón, su sangre salpica toda la casa, incluidos a Magnus y a mí, que acudimos, sin que nos haya dado tiempo de hacer nada.

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