Capítulo 10. Correr hacia el mar

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—¿Qué?

—Ahora. Quiero que lo hagas ahora mismo.

Me sorprendió la rudeza de su voz. Iker solía ser amable y alegre todo el tiempo, pero parece que había encontrado la espina de su zapato.

—Son las 2 de la mañana en México, no puedo llamar a esta hora.

Hizo una mueca, pero asintió. Se cruzó de brazos mirando hacia la ventana, con una tensión que no había visto durante todos estos días.

—Bien. Pero hazlo en cuanto puedas, por favor.

Asentí, sin comprender mucho su actitud.

El resto del viaje ocurrió en un silencio incómodo, hasta que Iker se durmió apoyado en la ventana y yo aproveché el momento para escaparme del vagón y encontrar un lugar tranquilo para pensar.

Al regresar, él seguía durmiendo en la misma posición. Me acomodé en sus piernas, y automáticamente me rodeó con su brazo, murmurando galimatías incomprensibles. Deslizó sus dedos en mi pelo y cerré los ojos y durmiéndome en un segundo.

Iker me despertó unos 30 minutos antes de llegar a Milán. Me refresqué un poco en el baño del tren, ya que conociendo a mi aventurero amigo, no sabía en donde estaría en la próxima hora.

—¿Qué haremos ahora? —pregunté, ordenando mis cosas—. ¿Dónde nos lleve el viento?

Dibujó una sonrisa leve en su rostro, y todo volvió a ser como antes.

—No. Almorzaremos unas pizzas en Italia, ¿no? —adivinó, haciendo alusión al listado de mi madre—. Si no, me sentiré muy decepcionado.

—Pizzas en Italia entonces. —Asentí, riendo—. Y luego, donde nos lleve el viento.

—Donde nos lleve el viento —repitió.

Compartimos una sonrisa, y cualquier malestar que había entre nosotros, se esfumó.

El tren se detuvo finalmente en Milán, y salimos a la estación con una mezcla de entusiasmo y anticipación.

—Vamos, conozco un lugar —dijo Iker.

Fruncí el ceño. Quizás él no era de buscar en internet, pero siempre preguntaba a las personas.

—Ya has estado aquí —adiviné, alcanzándolo hasta caminar a su lado.

—No. Pero este era uno de mis destinos cuando inicié el viaje. Sé exactamente qué lugares visitar.

Sonreí, y enganché mi brazo al suyo para seguir su ritmo y no perdernos mientras avanzábamos por las calles, buscando el sitio al que quería ir.

En el local, el delicioso aroma de la pizza recién salida del horno llenó el aire, y cuando llegó a nuestra mesa, yo ya estaba babeando por darle una mordida. Ahora entendía por qué la pizza italiana era tan famosa en todo el mundo.

—¿Qué otros destinos tienen la lista de tu madre?

Me limpié las manos y saqué la libreta, abriéndola en la hoja marcada.

—Mmm... Bulgaria, Egipto, China, Brasil, Colombia, Canadá, Islandia... —Leí algunos de los destinos—. Creo que mi madre no tenía problemas para soñar en grande, pero tengo que asumir que no podré hacerlo todo en este viaje. Nos saldríamos mucho de nuestra ruta.

—Entonces, estás libre.

—Supongo. —Cerré la libreta y la guardé. En casi dos semanas logré cumplir 5 de los deseos de mi madre, y recorrer 9 países. O al menos visitado alguna de sus ciudades. No es menor—. ¿Por qué? ¿Dónde te llevará el viento ahora, Iker?

Donde el sol se escondeOù les histoires vivent. Découvrez maintenant