Capítulo III: De café y luna

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La luna, bebiendo luz de las estrellas, había ascendido a su trono nocturno, derramando su claridad en el campamento que yacía inmerso en un silencio expectante. Al final, el chiste con García le costó pasar la noche de vigila . Lo cual era malo, pero no tanto como hacer de mula de carga el rostro de la guerra .

Diego estaba de pie en su puesto, el rifle colgando de su hombro como un compañero fiel. Se encontraba en el perímetro exterior, su mirada escudriñando las sombras en busca de cualquier signo de peligro. Pero la fatiga pasaba factura y cada parpadeo era una batalla. Fue entonces cuando una figura se acercó sigilosamente a su puesto de guardia. Era el teniente, con su uniforme oscuro apenas visible en la luz de la luna.Diego apretó la empuñadura de su arma, preparado para cualquier eventualidad .

-Parece que tienes una noche tranquila, soldado- comentó el teniente Vargas, con un tono calmado y despreocupado.

Diego, cuyo corazón dio un vuelco ante la presencia inesperada, asintió con un gruñido, su desconfianza hacia el hombre que tenía delante y que apenas disimulaba. No confiaba en los argentinos, y mucho menos en un general que se había atrevido a regañarlo en público.

-¿Quieres un poco de café para mantenerte despierto?- ofreciendo el teniente, una de las dos rústicas tazas con café que traía.

Diego frunció el ceño, preguntándose cuál era la verdadera intención detrás de ese gesto amable.

-No, gracias - Respondió bruscamente, manteniendo su postura de desconfiada.

Vargas no parecía afectado por la actitud de Diego, tomando un sorbo de su café con calma antes de hablar de nuevo.

-Una noche fresca para reflexionar, ¿eh, soldado? - la voz de Mateo trajo consigo el aroma del café recién hecho.

Diego comenzaba a cansarse del hombre y lo ignoró radicalmente poniéndose a silbar mientras mirava a la distancia . Mateo le respondió con una mirada pertinente y se sentó en una roca a su lado , para mayor desgracia de Diego

- Sabes, Diego, he oído hablar de ti- comenzó con voz casual .Diego levantó una ceja, intrigado por el cambio repentino de tema.

-¿Y qué es lo que ha oído? -preguntó con cautela.

El teniente sonrió de forma enigmática, como si supiera algo que Diego no.

- He oído que eres un hombre fuerte, pero también impulsivo- dijo con calma y tomó un sorbo de café - Un luchador nato, pero también alguien que a menudo actúa sin pensar en las consecuencias. Eso sumado a tu fama de descarado y mujeriego, pero aquí, para su suerte o desgracia, las últimas son características que ni ponen ni quitan mucho .

Diego apretó los dientes, sintiendo el peso de las palabras del teniente sobre sus hombros. ¿Cómo podía ese hombre conocerlo tan bien, cuando apenas habían cruzado palabras antes?¿Acaso bajo ese perfil inquebrantable de soldado modelo, estaba oculta una mundana vieja chismosa?

-Supongo que tienes razón- murmuró Diego, su voz llena de resignación. Mateo sonrió, al parecer satisfecho con la pequeña victoria de sacarle un par de palabras al hombre.

- Todos tenemos nuestros propios demonios, Diego- dijo con suavidad -Lo importante es aprender a controlarlos y vivir con ellos para seguir adelante.

Diego asintió en silencio, contemplando las palabras del teniente con una mezcla de sorpresa y resentimiento. ¿Quién era ese hombre para darle lecciones de vida, cuando apenas lo conocía? No las aceptaba de sus padre y menos las aceptaría de un rubiecillo con cabello peinado hacia atrás como una caricatura ridícula.

Fue entonces cuando una brisa suave levantó la solapa del uniforme del general Vargas, revelando un destello plateado en su dedo. Sus ojos no pudieron evitar deslizarse hacia aquel objeto que captaba la luz de la luna. Contuvo el aliento al reconocer el anillo de plata, un objeto de gran valor que nunca habría podido permitirse ver en alguna parte de su pueblo . El anillo era brillante y tenía unas pequeñas letras inscritas en algún idioma desconocido . Tenía una pequeña joya azul incrustada que dentellaba en el medio de la noche .

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