Dos desconocidos

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El clima era una mierda. Podía ver los nubarrones de tormenta en el techo encantado mientras los alumnos, tanto los antiguos como los de nuevo ingreso, metían tanta bulla como podían. Le fastidiaba mucho el bullicio de la sarta de descerebrados a los que daba clases, aunque debería estar más que acostumbrado.

A sus veintitrés años, Severus Snape estaba "celebrando" su primer aniversario de haber sido nombrado profesor de pociones y jefe de casa de Slytherin. En realidad, el puesto nunca fue solicitado por él. Era Dumbledore quien había terminado por posicionarlo allí para mantener su imagen de colaborador abnegado a la causa de la Orden del Fénix. Así que, ahí estaba él, esperando que terminara el banquete de comienzo del nuevo año escolar, deseando poder irse a dormir cuando antes.

Cuando Dumbledore le propuso ir a vivir dentro de la seguridad del castillo, Severus había dudado. Hasta hacía menos de dos años la comunidad mágica lo había considerado un mortífago y todavía había quienes se guardaban sus reservas respecto a su inocencia. Claro, no era precisamente un inocente. No después de lo que había pasado con Lily. Pero su lealtad hacia el director era tan grande como su remordimiento.

—Culminado el banquete...

Severus dejó sus cavilaciones a un lado cuando escuchó la voz del director. El silencio reinaba repentinamente en el gran comedor, con todos los alumnos atentos a las palabras del anciano. ¿En qué momento habían dejado de hacer ruido? no se había dado cuenta.

—Debo recordarles las peticiones que amablemente nos hace el señor Filch cada año.

Los chicos mantuvieron el silencio. Incluso los nuevos, que todavía conservaban la expresión asustada de antes de ser seleccionados a sus casas. Dumbledore paseó la mirada por todos los estudiantes, sonriendo afablemente.

—Están prohibidos los objetos de broma, sobre todo los frisbees colmilludos. También deben revisar los horarios aprobados para estar fuera de la cama, esto según el año que estén cursando...

El director mencionó unas cuantas reglas más del conserje y, cuando por fin terminó su discurso, todo el mundo parecía demasiado abotagado para prestar atención a nada más. Así que, el anciano los despidió a todos con un "buenas noches", y los estudiantes comenzaron a levantarse de sus asientos con pesadez para dirigirse a la salida. Severus disimuló un bostezo bebiendo de su copa e irguiéndose mejor en el asiento. Recorrió el comedor con la mirada, un tanto desganado, viendo como los mocosos abandonaban poco a poco el lugar.

Sus ojos se detuvieron en la mesa de Slytherin, en alguien que jamás había visto antes en el castillo, pero que recordaba claramente de otro lugar. Sintió que la sangre abandonaba su rostro y que su corazón comenzaba a latir desbocado dentro de su pecho. Cómo era posible que ella estuviese allí, ataviada con el uniforme del colegio. Bajó la copa hasta dejarla sobre la mesa, obligando a su mano a mantenerse firme.

Ella pareció sentirse observada, porque dirigió su mirada hacia la mesa de profesores. La sonrisa que antes iluminaba su rostro vaciló en sus labios y fue reemplazada por una expresión casi horrorizada. Era ella. Podría jurar que era ella.

******

Erin golpeó accidentalmente la copa de zumo de calabaza, derramándolo en el mantel. No podía apartar los ojos de aquel hombre en la mesa de profesores. ¿Era él? ¿De verdad era él? No lo había reconocido en primera instancia. Habiéndole dirigido solo un leve y desganado vistazo a la mesa de profesores antes de seguir hablando con Callie, no había reparado en que ya conocía a ese hombre.

—¡Erin! ¡Me has vuelto un asco! —exclamó Callie a su lado. Erin la ignoró.

El hombre también parecía haberse dado cuenta de quién era ella, porque su rostro estaba muy pálido y apretaba la copa en su mano como si dependiera de ella para sujetarse al planeta. ¿Cómo era posible? Ella había dado por sentado que era un tipo cualquiera, de esos que normalmente se solía encontrar en sus escapadas nocturnas. No parecía diferente de los otros, con su ropa oscura y su expresión sombría.

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