𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟥𝟫

19 10 24
                                    

Puedo sentir como somos empujados por la explosión mientras observo como cada vidrio de la celda, revienta detrás de la espalda de Marven antes de que él caiga encima de mí, protegiéndome del fuego y los destrozos existentes hasta que finalmente, casi inconsciente, se retira de mi cuerpo para no aplastarme respirando con fuerza.

El zumbido en mis oído es intenso y persistente, logrando que me mantenga desorientada por más tiempo del deseado, aunque consigo ver como la manga de mi saco que se incendia, por lo que con avidez, me deshago de él quedando en cuclillas para revisar a Damián que comienza a entra en razón.

Es entonces que un brazo me captura por detrás sujetando mi cuello en un amarre que me deja sin aliento. Mis botas se arrastran entre los cristales rotos con mis manos en aquella contención queriendo soltar, pero es inútil. Su amarre me sofoca al grado que apenas y consigo ver mi alrededor.

Me hace salir de la celda viendo a todos mis soldados abatidos. Humo crece de todas las esquinas y las regaderas contra incendios se encienden en automático para mitigar el incendio, mojando a todos. Las celdas yacen completamente destrozadas con un gran agujero formado en la pared por la explosión simultanea.

¿Huirían por ahí acaso?

"Absurdo. Estamos en el cuarto piso"

Pienso con lo poco que me resta de oxigeno hasta que el hombre, porque debe ser un hombre por su fuerza ejercida, me voltea en dirección a Damián y visualizo a guardias que no son de la prisión por las insignias de su uniforme, pero que lo colocan de rodillas, aunque él intenta pelear ganando solo que lo golpeen con un arma larga en el estómago y espalda doblándolo por completo de dolor.

—¡Sujétenlo bien! —se escucha detrás de mi oreja.

Reconozco la voz, pues hace no mucho la oí. Jerar Wendigo. Él, era él quién me sostenía. De pronto, pongo atención a esos guardias. Poseían insignias del gobierno de Palma. Era la guardia personal que debió traer, aunque tan solo eran cinco. Muy pocos para ejecutar un escape.

El día que Mikaela envió a atacar al campamento de los desertores, murieron algunos atacantes y un par de ellos eran natales de Palma. Jerar lo sabía y ayudó a Mikaela. Mis propios gobiernos traicionándome. Mi hermano tenía razón cuando dijo que temía más de los fuertes que de los propios rebeldes, pues ellos poseen formas más silenciosas de atacar.

Ambos gobiernos confabularon en contra mía y de mi hermano. Palma le dio el virus a Teya para que lo esparciera. Mi cuerpo comienza a despertarse por la rabia en el mismo instante que Jerar pone a la vista una jeringa gruesa y de vidrio con un líquido rosado. Quita la tapa con la boca para insertarla en mí de no ser que mis dedos sujetan mi dardo con escander que Vanss me dio y que oculté en mi escote clavándolo en su brazo.

No se queja, pero lo remueve con prevedad, soltándome y otorgando el tiempo suficiciente para que saque una pequeña daga de diamante dentro de mi bota. Lo apuñalo en el muslo seguido de ir a su muñeca, pues sus reflejos son lentos como el pésimo combatiente que es, sin embargo, es un fuerte y consigue sujetarme, haciéndome caer con él.

Mi deseo es pararle el corazón, pero lo que consigo a cambio es entrar a su mente y ver desde su perspectiva a Mikaela en el despacho principal de la casa gobernadora de Teya, mirando las afueras desde un amplio ventanal afligida por algo.

¿Estás segura, cariño? —pregunta él deseando hacer algo mas por ella.

Vi el video, Jerar. Oíste los audios por igual —ella se gira, observándose con ojos cubiertos de lagrimas—. Sé que ella no luce como un ser al cual hay que temerle, aunque... me agradaba, sabes. De verdad veía en ella la reina que necesitábamos para que tú y yo pudiéramos ser felices. Veía una amiga en quien confiar.

II. LA NACIÓN EN LLAMAS 🔥حيث تعيش القصص. اكتشف الآن