Capítulo 4. Investigación

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Helena

Me despierto al atardecer y me levanto para tomar mi desayuno. Aisha me ofrece los cereales de todos los días, pero me duele la cabeza y solo quiero un café, así que no los tomaré. Ella parece contrariada, aunque no insiste.

Camino deprisa hacia el pequeño edificio que hace de comisaría y alcaldía. Hoy he soñado con Manuela, la primera alcaldesa de Crisis, una buena mujer que hizo todo lo que pudo, aunque acabara como acabó.

Suspiro y veo a los soldados armados y vigilantes. Son más de los que pensaba. Tal vez ha llegado otro helicóptero. Cuento al menos diez, y estoy segura de que parte estarán patrullando. La zona de piedra, como la llamamos, está vallada y los vampiros antiguos no se relacionan con nosotros. Nunca.

Entro sin problemas en el ayuntamiento y busco el despacho de la alcaldesa. ¡Cómo no!, está reunida con el general, el capitán y el alcalde humano. Cuando me ve, me hace un gesto para que pase.

—Buenas tardes —saludo educada. Los militares no ponen muy buena cara ante mi presencia, pero no hablan—. ¿Qué sabemos de Lynette?

—Siéntate, Helena —me invita Francine.

—Ella ha confesado —dice el capitán. El tipo de ayer entra sin llamar y se sienta en un rincón. Lo miro mal, incluso observo que también los militares no ponen buena cara.

—Aunque haya confesado, me gustaría hablar con ella. Estuvo dos años en mi clase y la conozco bien —insisto.

—No sé si será posible —dice el general, pero el tipo de la esquina, el tal John Smith se levanta y me indica con la mano que vayamos.

—Yo la acompaño.

Noto la incomodidad de los hombres y la sorpresa de Francine. Aquí está pasando algo, es como si el ambiente se pudiera cortar con un cuchillo. Acepto, porque conozco a Lynette desde que llegó a Crisis y jamás se ha comportado mal.

Bajamos las escaleras que llevan a un moderno calabozo, me acuerdo de cuando decidieron construirlo, en 1957. Solo hay dos celdas y en una de ellas está la joven vampira, echada en la cama, hecha un ovillo.

—Lynette, soy Helena, ¿cómo estás?

Ella no se gira, pero parece estremecerse.

—Quiero entrar a hablar con ella —digo. El tipo me mira fijamente, pero acaba asintiendo y marca una contraseña que no puedo evitar memorizar.

La puerta se abre con un chasquido y entro, sentándome a los pies de la cama. Miro al tipo para que se vaya, pero solo cierra la puerta y se aparta a un lado, lo más lejos posible. Bufo, pero ya, me da igual. Huele a sangre y a algo más, la verdad es que podrían limpiar la celda.

—Cariño —digo acariciando su pie. Ella da un respingo—, necesito que me expliques. Me conoces, quiero ayudarte.

—No hay esperanza para mí, profesora. Yo ... le mordí.

—¿Te hizo algo? ¿Te atacó? Si fuera en defensa propia...

Ella se sienta y abraza sus rodillas. Su rostro está desfigurado de haber llorado y me mira, como queriendo decir algo.

—No. Él merecía morir por muchas razones. No era bueno, no era bueno —dice balanceándose y mirando al vacío.

—Lynette, por favor, mírame —consigo que se centre en mí y, aunque no suelo usar mi persuasión, siento que hay algo más—, ¿qué pasó? ¿por qué lo hiciste?

—Soy una esclava, debía liberarme. Todo llegará a su fin y ahora tendré la salvación.

Vuelve a echarse y sé que ya no podré sacar nada de ella. Me levanto, desanimada y miro hacia donde está el hombre, que se acerca, me abre y salgo.

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