Capítulo 3. El comienzo

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Helena

Roma, año del señor 1875. Cinco años antes, Italia se había reunificado, y todos caminaban hacia una modernidad que no dejaba de producir cierta agitación en la sociedad.

He decidido viajar aquí. Ya llevaba demasiado tiempo en Francia y aunque mi dómine poseía grandes casas y mucha fortuna, llegó un momento en que el paso de un tiempo que en mí no sucedía no era justificable. Así que tomé parte de su oro y decidí recorrer mundo.

Siempre he escuchado hablar de la belleza de los monumentos italianos y deseo conocer Florencia y otras ciudades italianas. De momento, tengo el suficiente dinero para hacerlo. Luego, ya se verá.

Mi vida está llena y vacía a la vez. He conocido a hombres que me deseaban y con los que he tenido algún tiempo de relaciones, incluso años, pero siempre acabo huyendo. Además, su decepción es grande cuando les digo que soy estéril, que no podemos ser padres.

Estoy alojada en un hotel no demasiado lujoso, no deseo llamar la atención y, sí, alguna noche debo salir a cazar, para obtener algo de sangre o acabaría muerta. A veces pienso que es lo que debería hacer, dejarme morir, pero luego me acuerdo de todos aquellos lugares que no he visitado todavía y se me pasa.

Camino por las silenciosas calles. He ido por un barrio no muy recomendable, lo sé, porque, aunque no suelo asesinar a nadie, prefiero que si ocurre un accidente, sea a una persona de baja calaña, a alguien que nadie eche de menos.

Unos gritos me sorprenden. En un callejón, hay una muchacha rodeada por tres hombres. Ella parece ser una joven de la calle, pero aun así, las intenciones de esos hombres no parecen decentes.

—¿Qué ocurre aquí? —digo en voz alta y firme.

—Vaya, otra pajarita —dice uno de ellos—, será bueno para cambiar, y esta además es más madura.

—Dejad a la muchacha —exclamo.

Los tres hombres se echan a reír y dejan de prestar atención a la chica para volverse hacia mí. Me miran al detalle y alguno parece tocarse sus partes, ya abultadas.

—Vamos a pasarlo bien con una fiera como tú, incluso me gustará llevarte a mi casa, para domarte bien. Cuando acabe contigo, serás una mascota sumisa.

—Lo dudo mucho. Pero vamos, si queréis que vaya con vosotros, dejad a la chica que se vaya.

—No, a mí me gusta —dice otro. La chica se esconde en un rincón. Empiezo a enfadarme de verdad.

Mis colmillos van creciendo y mis manos se convierten en garras. Y sí, cuando estamos muy enfadados, parecemos más animales que humanos. Las orejas se me alargan ligeramente, para escuchar mejor y me agacho, en posición de combate.

Como está tan oscuro, los hombres no son conscientes de mis cambios, pero yo sí los veo a ellos perfectamente. El primero me ataca y lo esquivo, arañando su cara. Él grita y eso me gusta. Es cierto que mi dómine me enseñó a no ser cruel y a no asesinar pero esto creo que lo voy a disfrutar.

El otro ha cogido una barra y va a por mí. Me subo a su espalda. Incluso llevando mi vestido largo y las múltiples enaguas, realizo un movimiento tan rápido que ni lo ha visto y le muerdo. Su sangre no es buena, sabe a alcohol, pero me vale. Siento un golpe en la espalda. El tercero me ha atacado. Suelto un rugido y él se asusta.

—¿Qué...?

Sale corriendo, dejando a sus dos compañeros en el suelo. Recojo mis colmillos y mis uñas y voy hacia la chica, que está escondida.

Ella grita al verme, metiéndose todavía más en el rincón y me alejo de ella unos pasos.

—Vete a casa y no salgas a estas horas, los monstruos salen de noche.

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