Capítulo 8. Historia vacía

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Pero imaginarlo al otro lado de la puerta, desnudo y con el agua caliente cayendo por su cuerpo, no era precisamente algo que me tranquilizara para volver a dormir.

Decidimos tener un día tranquilo en Ámsterdam, visitando algunos lugares típicos, comiendo comida chatarra mientras seguíamos recorriendo y tomándonos fotos en cualquier lugar que encontráramos interesante.

Mientras comíamos un bocadillo, sentados en la solerilla de la calle, mirábamos los veleros y cruceros que competían por un espacio en los puertos. El sol estaba por ponerse en el horizonte, y nosotros estábamos en silencio, contemplando la vida a nuestro alrededor.

—¿Cuál será nuestro próximo destino? —pregunté, luego de tragar mi último bocado.

—Donde el viento nos lleve, colibrí —dijo, sin dejar de mirar hacia los veleros que daban color al ambiente.

—¿Crees que el viento nos lleve a Londres? Porque estaba mirando el mapa y nos desviaríamos un poco del camino en ese caso.

—¿Quieres ir a Londres? ¿Por qué?

—«Viaje en autobús en Londres». —Leí la lista de la libreta de mi madre—. Es un destino por cumplir, y estamos muy cerca.

—¿Qué otros destinos tienes?

Le entregué la libreta y la recibió luego de sacudirse las manos y limpiarlas en su ropa. Leyó el listado y trazó un plan en su mente que no quiso compartir

—Bien, iremos a Londres. Luego iremos a París, para «Crepes en Francia» —dijo, leyendo la libreta, apuntando al listado—. Y seguiremos la ruta por el resto de Europa.

Regresamos al hostal solo a recoger nuestras cosas, y tomar el tren hacia Bruselas, donde además de pasear un poco y buscar un hostal con habitaciones separadas, no hicimos gran cosa, pero sirvió para marcar un lugar más en nuestros destinos.

 Llegamos a Londres cerca de las 10 de la noche de ese mismo día

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Llegamos a Londres cerca de las 10 de la noche de ese mismo día. Seguía sorprendiéndome la facilidad de como podías ir y volver entre dos países durante el día, si te organizabas correctamente, mientras que yo, debía viajar hasta 2 horas en avión para visitar a mi familia, y 5 horas si me hubiese mudado a otro país.

Pensar en eso me hizo recordar todo lo que dejé atrás, mi departamento, mi trabajo, mis cosas...

—¿En qué piensas, colibrí? —preguntó Iker, mientras recorríamos el Puente de Westminster en la noche Londinense.

—En mi hogar —respondí, deteniéndome para mirar como la luna se reflejaba en el río—. En lo que dejé atrás.

—¿Piensas en tu prometido?

—Eso es lo gracioso. No, no lo pienso.

Me apoyé en el borde del puente y observé el London Eye iluminado a la distancia. Era una perfecta postal que quedé mirando perdida en mis recuerdos.

Donde el sol se escondeWhere stories live. Discover now