Sé lo que piensas, pero no es lo que tú crees.

—Brown...—sonrió Grafton—¿Te nos unes?—le entregó un vaso de whisky.

—No gracias—Henry empujó el vaso de vuelta hacia él. Casi botándolo.

—No se preocupe, yo me lo tomaré—se ofreció Margarita y así lo hizo.

—¿Más?—preguntó Adrien manteniendo su papel. No podía romperlo.

—Un poco—le guiñó el ojo y él volvió a sonreír.

Al otro lado del lugar Barret y Ágata se divertían ajenos a su “pequeño” problema.

—¿Creí que no le gustaban los hombres casados señorita Fernández?—Devonshire no estaba para rodeos.

—No me gustan—la muchacha se encogió de hombros y luego lo miró—Pero el señor Callister es soltero ¿no?

—Afortunadamente—Adrien entrelazó sus manos sobre la mesa haciendo alarde de la ausencia de su anillo de matrimonio y su acompañante se sonrojó. Era algo atrevida, pero seguía teniendo la experiencia de una debutante.

—Entonces deberían casarse...—prosiguió Henry para fastidiarlo.

—Todo a su tiempo, Brown—gruñó el marqués. En ese momento lo único que deseaba era enviar a dormir a su amigo.

—Si lo hacen avísenme para asistir.—insistió el conde con descaro.

—Sería un placer—la mujer se recostó en el brazo de Grafton—Pero aún es pronto, primero debemos conocernos mejor ¿no?—se acercó a su oído y susurró—Te espero esta noche en mi habitación.

—Allí estaré—contestó Adrien frente a la mirada de reproche y mal disimulado asco de Devonshire. El conde no era ningún hipócrita, conocía su pasado y el de su amigo, pero no había transcurrido ni un año desde que salieron de Inglaterra y el marqués ya volvía a sus viejas andanzas.

¿Dónde quedaba el supuesto amor que sentía por su esposa?

—Yo creo que debería irme—Henry se puso de pie. Había visto suficiente.

—Sí ya es tarde...—dijo Adrien y tomándola de la mano arrastró a la mujer con él.

Los tres caminaron en silencio el corto trayecto hacia la posada y se separaron al llegar para evitar las habladurías. Apenas la mujer desapareció de su vista el marqués tomó la palabra.

—Esto tiene una explicación...

—Seguramente...¿Hace cuánto te acuestas con ella?

—No es lo que crees...

Ambos entraron a la habitación que compartían y Adrien cerró la puerta con seguro.

—Hace media hora me desperté preocupado creyendo que te pasó algo y solo mírate...Eres la viva imagen del descaro y la infidelidad.—le increpó el conde—Mientras yo sufro porque me prohibes escribirle a mi esposa, tú vas por ahí y te revuelcas con cualquiera.

—¡Cállate!—lo tomó de las solapas de su traje y arremetió contra él—No hables de lo que no sabes.

—Para mí esto está más que claro.

—¿Claro?—lo soltó con brusquedad—No hago esto por placer, sino por trabajo.

—¿Qué clase de trabajo es ese?

—La clase de trabajo que nos devolverá a casa vivos y no en un féretro.

—Explícate...

—Hago cosas que no quiero o no siento por mantener las apariencias. Stuart Callister solo es una fachada, pero mientras lleve su nombre debo actuar como el personaje que he creado: un extranjero ingenuo, que disfruta salir de noche y teme que su padre lo encuentre y lo devuelva a su casa.

Prohibido AmarteWhere stories live. Discover now