Dalton

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Dalton

Liana Cortés Rodríguez

—Hola, mi nombre es Dalton, veo la vida de otro color—saluda el  nervioso y cansado arcoíris en su primera sesión de Confundidos Anónimos.

—Hola, Dalton—contestan con pocas ganas algunos miembros del grupo. El intenso calor provoca desgano. Los nervios de Dalton aumentan, se toca un brazo que se ve desinflado y frunce el seño de dolor. 

En la fila de enfrente,  hay dos sillas ocupadas por una montaña que escupe fuego y junto a ella está Nube. En la segunda hilera, se encuentran una sandía cuadrada que llegó al desierto en un maletín procedente de China y a su lado está un hombre vestido de blanco con un turbante. Una fila más adelante, una almendra con ubres a la que sus dueños veganos ordeñan todos los días, acompaña a su amigo, un coco que emana leche.

Entre el grupo, Dalton mira un rosal con muchos tallos negros, tupidos de flores. Cada pétalo es una combinación de tonos naranjas y rosas que resaltan su frondoso follaje. Los tallos tienen orificios por los que en vez de espinas brotan lagrimitas tornasol. Repetidamente se escucha cómo el rosal se suena. Sus pocas espinas no lastiman, pero expiden un hedor nauseabundo y así nadie se le acerca. El rosal está solo y separado de todos porque sabe que su presencia es incómoda.

Dalton: —Les hablaré un poco de mi historia, el motivo por el que estoy aquí ya todos lo conocemos. En otro tiempo, me sentía orgulloso de mi origen. Los arcoíris son una señal de promesa hecha a los seres humanos para que no se repitiera el gran diluvio. Nuestros colores han embellecido los cielos por miles de años. Vivimos en la luz, llevamos esperanza y alegría a un sinfín de rincones. Nací en Ciudad Arco, donde coexisten diferentes climas y estaciones que se mezclan entre sí. Todo era perfecto, hasta el momento en que me di cuenta de la farsa más grande de mi vida. Fue un choque entre la realidad y mi anormalidad. Tengo daltonismo.

Algunos de los presentes: en señal de sorpresa – Ooooooh  -.

Dalton se coloca unas gafas pesadas y hacen que sus ojos se vean más saltones. Es la imagen de un arcoíris gracioso y bonachón. Levanta la mirada y observa el lugar. Almendra ríe y se tapa la boca para evitar que Dalton vea que se burla de su aspecto y condición.

Coco: hace un esfuerzo para no carcajearse y le da un codazo al grano. – ¡Cállate Almendra! -.

Dalton sonríe. Le parece gracioso ver a una almendra con ubres burlándose de él.

Dalton: - Cuando supe que soy daltónico me volví rencoroso, como si cada cosa que formaba parte de Arco fuera culpable. Me valí del daltonismo para dar lástima y exigir a mis seres queridos que cumplieran mis caprichos absurdos. Estar conmigo era insoportable y decidí abandonar mi pueblo. Entonces conocí a Nube. Adelante, compañera, por favor.

Nube: Sube a tribuna y toma la palabra - yo le enseñé a describir los colores con el tacto y lo animé a que intentara sentir lo que no podía ver. Al llegar a nuevos lugares, Dalton, siempre cerraba los ojos y me describía sus impresiones. El primer sitio al que arribamos era gélido y yo le pedí memorizar y después clasificar. – La tristeza, será color azul; la soledad, gris; la libertad: blanco. Siberia fue su primer salón de clases - Dijo la nube sonriendo. Hizo una pausa y levantó el dedo.  - Pero, con el tiempo también me harté de la auto conmiseración del arcoíris y  pues lo eché, si, lo lancé de mi voluptuosa esponjosidad. ¿Saben?, yo no soy madre de nadie y si lo fuera, no tendría hijos que se la pasarán haraganeando en mi lomo todo el día.

En seguida, tomó la palabra la obesa montaña que aventaba fuego, cada que levantaba la voz, las sillas brincaban como si quisieran huir de un desastre y todos tenían que sostenerse de sus asientos.

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⏰ Last updated: Apr 17 ⏰

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