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— Buenos días, querida. — saludó la señora Grass al entrar en la panadería.

— Buenos días, señora. ¿Lo de siempre?. — Aomaru salió del mostrador, y meneando la cola, frenético, se acercó a la señora en busca de alguna caricia.

— Si, hija. — contestó ella estirando el brazo para acariciar el cabezón de Aomaru, que casi la alcanzaba en altura. — ¿Estos estás recién hechos?. — señaló el escaparate en el que tenía los dulces.

— Si, señora. Los hice antes de abrir. Son de crema.

— Pues ponme tres, querida. Que hoy vienen mis nietos.

— Claro que si. — dije ofreciéndole una gran sonrisa.

Conté las monedas que me entregó y me asegure meticulosamente de haberle dado su cambio correctamente.

La mujer se entretuvo jugando con el perro. Normalmente no le gustaba la compañía de nadie que no fuese yo, pero la señora Grass venía con tanta frecuencia a la tienda que al final había acabado agarrandole cariño.

— Gracias, querida. — dijo estirando la mano en mi dirección cuando se dio cuenta de que estaba esperando para darle su cambio.

— Qué tenga un buen día, señora Grass.

— Y tú pequeña... y cuidate... — me puso su arrugada y temblorosa mano sobre la mejilla. — Cuidate de esos ... — bajó tanto la voz que apenas pude escucharla. — piratas. — dijo la palabra con tal solemnidad, que me puso los pelos de punta.

— No sé preocupe, señora. — dije dedicándole otrs sonrisa, esta vez tranquilizadora. — Tengo a Aomaru para defenderme.

— Ah, si — se rió arrugando toda la cara, poniendo de nuevo la mano sobre la cabeza del perro. — Eres un husky muy bueno, si, si. Perrito bueno. — el aludido ladró dos veces como una aprobación para el comentario.

Me asomé a la puerta tras la anciana y  observé como se alejaba calle arriba .

Me percaté de que no habia nadie pasenado. Aquel silencio era raro en la isla.

Levanté la vista al cielo. Incluso él se había vuelto gris y mustio. Como si compartiese con nosotros la sensación de miedo colectiva desde que habían dado el aviso de piratas.

Solté un largo suspiro y me abracé a mi misma para protegerme de la fría brisa que me revolvía los cabellos sobre la cara.

Aomaru me golpeó con su inmenso cabezón en la pierna. — Si, si, ya entró.

Volví a entrar a la tienda. Me senté tras el mostrador y me obligue a mi misma a esbozar una sonrisa.

Miré hacia la puerta manifestando con todas mis fuerzas tener clientela aquel día, enredando mis dedos en el largo pelo del perro.

No sé en que punto de las siguientes horas perdí la consciencia, pero entre suplicas silenciosas, me quedé dormida alli sentada...

Me desperté traspuesta un par de horas después, cuando me pareció escuchar un fuerte golpe fuera de la panadería.

Me estiré, retiré la baba de mi mejilla y miré el reloj. Las dos de la tarde.  No había entrado nadie a la tienda, y que esta estuviese justo en frente del muelle no ayudaba. Esos malditos piratas iban a llevar mi negocio a la ruina.

Escuché un murmullo lejano. Como si muchas voces corearan a la vez. Aomaru profirio un quejido agudo y cargado de angustia. — ¿Qué pasa? — le pregunté frunciendo el ceño.

Me acerqué de nuevo a la puerta y puse atención al final de la callejuela, dónde se acercaba... ¿una turba furiosa?.

— ¿Qué demonios está pasando?... — le pregunté al perro que se detuvo frente a mi en gesto protector.

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⏰ Última actualización: Apr 17 ⏰

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