—Vaya, sigues aquí— dijo una voz masculina proveniente de algún lugar detrás de Stefan, quien se dio vuelta apresurado para notar que no era nadie. Estaba aparentemente solo en el bote, como cualquier pescador de la isla. Aquella voz le era muy familiar, la reconocería en donde fuera ya que siempre estaba en sus pesadillas y en sus sueños con Ilana. La voz de un trueno y un volcán. La voz de un rey brujo.

—Sé que eres tú, Ydras— dijo Stefan al viento del alba, de aquellas temperaturas suaves que refrescan antes del arrebol.—Muéstrate y deja los juegos—.

Stefan observaba hacia todos lados con detenimiento más que con miedo, pues ese algo que había cambiado dentro de él le decía que Ydras no era alguien a quien temer. Fue cuando enfocó su vista en algún punto en el horizonte cuando el rey se hizo presente. Sobre el bote, vestido con una túnica color vino tinto que resaltaba la tonalidad púrpura de sus ojos, Ydras estaba de pie como si siempe hubiese estado allí.

— Veo que has decidido regresar a mis tierras después de todos estos años, Stefan— dijo el hombre, con sus largos cabellos platinados ondeando con la brisa. Después de cinco años, el hombre se veía idéntico a aquel encuentro junto a la inexistente Ilana, sólo que esa vez no poseía aquel semblante terrorífico que asustó al Stefan de diecinueve.

—No fue precisamente algo que planeé— dijo Stefan, alzando una ceja ante el comentario del rey— Fue algo más bien... improvisado—.

Stefan actuaba con la naturalidad que le caracterizaba, tal vez había regresado a su estado habitual ahora que se encontraba lejos de toda la tristeza de San Antonio, incluso aunque se moría de ganas por volver a su casa. Ydras le miró con aburrimiento, tal como miraba a todas las cosas vivientes, pero luego observó algo más. Sus ojos púrpura estudiaron a Stefan, quien comenzó a sentirse incómodo ante el silencio. Finalmente, luego de algunos minutos, Ydras volvió a hablar.

— Algo en ti ha cambiado—

Stefan no subestimaba a Ydras, jamás podría hacerlo luego de recordar las sombras, el fuego, el hechizo. No en vano aquel hombre de extravagante apariencia era el rey de un aquelarre, y había notado aquel algo que el musculoso rubio sabía que ahora habitaba en él.

— ¿A qué te refieres?— inquirió Stefan, como quien no quiere la cosa. Si podía obtener respuestas acerca de lo que le había ocurrido en la iniciación. Desde esa noche, Stefan se sentía muy diferente a antes. Incluso estaba seguro que había crecido algunos centímetros.

— No te hagas el ignorante. No es precisamente algo que vaya contigo. Tampoco me agrada la falsedad en las palabras— Ydras era desagradable, pero honesto.

—De acuerdo, supongamos que cambié. ¿Sabes qué cosa cambió? Poque la verdad, yo no tengo idea, y esta vez estoy siendo sincero—

 Ydras volvió a estudiarlo, esta vez con curiosidad. Para Stefan, le daba la impresión de que la mirada del rey podía traspasar todo lo físico del cuerpo y llegar directo hasta el alma, el núcleo capaz de otorgar la humanidad. Se acomodó en el duro asiento de madera del bote, que hasta ahora no se había dado cuenta que seguía allí y que la red se sacudía vigorosamente. Se puso de pie y procedió a halar la pesada malla, usando de toda la fuerza que sus potentes y fibrosos brazos le permitían. Finalmente, luego de varios segundos luchando contra el peso de los peces, estos cayeron sobre el suelo del bote haciendo un gran estruendo, sacudiendo sus aletas y sus colas con furia y desesperación. Ydras no se inmutó ante lo que sucedía, pues continuó mirando fijamente a Stefan.

—¿Qué pasa si te dijera que no fue "improvisado" tu regreso a la isla?— En la voz de Ydras había misterio, con un tono críptico que dejaba mucho a la imaginación.

—¿Puedes explicarte mejor?— Stefan se limpió la fina capa de sudo que apareció en su frente luego del esfuerzo de sacar a los peces del agua, agitándose en agonía. El rey se sentó en el borde del bote y miró hacia los peces muertos dentro de la malla.

—De verdad que estos jóvenes no saben nada— se dijo Ydras a sí mismo, negando con la cabeza—Bien, Stefan. Te explicaré. Lo que sucedió en la noche de tu iniciación fue que tu espíritu ascendió sin necesidad de todo el ritual. Descubriste la esencia de la magia dentro de ti. Eres un auténtico descendiente de las primera brujas, al igual que yo—.

No podía creerlo. Era realmente imposible. Si aquello que el rey Ydras decía era cierto, entonces Stefan tenía un poder incluso mayor al que se imaginaba.

— Eso... quiere decir...—

—Que al ascender sin depender de un rey o reina, te has convertido en un rey. Tal y como lo dijiste al momento de volar con la luz de la luna. Por eso es que el polvo y el humo en que te convertiste era de color blanco—

Un rey. Ahora recordaba bien lo que le había dicho a Alaysa justo antes de verse disolviéndose entre la materia del universo en un haz de humo blanco y plateado. Lo que le sorprendió de todo aquello fue la precisión con la que Ydras había descrito todo aquello, como si hubiese estado allí presente.

— Los reyes y reinas de las brujas pueden ascender de tres modos: Su predecesor los elige, ascienden de manera automática o deben asesinar al antiguo rey. Tú has sido uno de los pocos brujos en la historia que han ascendido por tu cuenta. Yo fui otro, por eso es que conozco de lo que pasa contigo—.

 Honestamente, Stefan no tenía idea de lo que le estaba diciendo. Pero todo tenía sentido en alguna forma que pronto el enorme rubio comprendería.

—  Pero no tengo un aquelarre. No podría dirigir uno, no soporto la idea de tener que compartir mis pensamientos con otros y mucho menos a obligarlos a hacer cosas que ellos no quieran hacer— explicó el rubio, moviendo la cabeza de un lado a otro. Sin quererlo, había descubierto el poder dentro de él.

— Eres un nómada después de todo, pero un nómada sangre de las primeras brujas. Tú y tu hermana poseen un enorme poder. Juntos, son la fuente de magia más poderosa que existe—

Stefan sintió como un nudo se hacía en su garganta. El recuerdo de Sonia hizo que varias lágrimas se asomaran de sus ojos y rodaran por las bronceadas mejillas del rubio.

— Pero mi hermana... ella no...—

 —Ella sigue con vida. Dentro de ti y en el espíritu del mundo—

Era la segunda vez que alguien decía que Sonia se hallaba en el espíritu del mundo, sea lo que aquello significara. La vez en que conoció a Alaysa, ella le había dicho lo mismo pero con ánimos de venganza. Esta vez, Ydras lo decía en otro tono, como si Sonia estuviese en algún lugar entre los mundos.

— Debo regresar a San Antonio— dijo Stefan, a lo que Ydras asintió.

— Cuando regreses, te invito a que hables con el espíritu guardián de la casa Deville. Estoy seguro que él te dará las respuestas que estás buscando—

Stefan tragó saliva. Miró hacia el cielo, donde el arrebol se había vuelto intenso entre las nubes, tiñéndolas de un color rojizo sangre. Aquel era el último amanecer que vería antes de regresar a San Antonio a cumplir con lo que le había dicho Ydras.

— ¿Espíritu guardián?— preguntó Stefan, pero se dio cuenta de que estaba solo nuevamente y con una enorme sensación de que muchas cosas iban a cambiar.

Cénit (Sol Durmiente Vol.3)Where stories live. Discover now