Capítulo 5. Reflexiones en Hamburgo

Começar do início
                                    

El viaje duró unos 30 minutos, en el que hablamos un rato y luego pasamos el tiempo en un improvisado karaoke con canciones que por suerte eran conocidas a nivel internacional.

Llegamos a la entrada del camping, un lugar de ensueño, donde la arena y el bosque de enormes árboles se mezclaban en un ambiente natural de lo más paradisiaco.

Bajamos todas nuestras pertenencias y dejamos la furgoneta estacionada fuera del recinto. Por lo que entendí, los precios eran más elevados para las autocaravanas u otros vehículos, por lo que decidimos entrar a pie.

Mientras nuestros nuevos acompañantes preguntaban los precios de entrada y alojamiento, una duda importante llegó de golpe.

—Iker, ¿cómo vamos a dormir aquí? —pregunté, acercándome a su lado.

—¿No es obvio? En tiendas. —Apuntó hacia la playa.

—No, idiota. Me refiero a que yo no tengo carpa. Quizás debería ver algún alojamiento —analicé, acercándome a la lista de precios que estaba en alemán e inglés—. Tienen cabañas disponibles.

—Pero yo sí tengo —dijo, girando su torso para mostrarme su mochila, donde en la parte baja colgaba una carpa atada a las correas.

—¿Y eso qué significa? ¿Pretendes que duerma contigo? —bromeé.

—Así como lo veo yo, puedes dormir con cualquiera de nosotros.

Sus ojos mostraron una chispa de diversión, mirando a los dos chicos que nos observaban y murmuraban en voz baja. Eran dos de nuestros acompañantes, que nos saludaron con sonrisas amplias.

—Pues así como lo veo yo, estarás muy ocupado con la pelirroja para tener un espacio en tu carpa —rebatí.

Iker me observó un momento, antes de seguir mi mirada, y ver como la pelirroja que no dejaba de acomodar sus pechos todo el tiempo, se lo comía con los ojos.

—No nos preocupemos por eso ahora, Sam. Que sea un problema del futuro.

Petra y Gerard, quienes estaban hablando con el recepcionista, se acercaron al grupo y dieron algunas instrucciones. Yo miraba de uno a otro y luego a Iker, quien les respondía e intervenía por ambos. Hablaban demasiado rápido como para usar mi teléfono y seguir la conversación. Después de algo que pareció un debate, Iker sacó unos billetes y se los entregó a la pareja, que volvió a la caseta a pagar.

Nos pusimos en marcha siguiendo al guía que nos llevaba hacia nuestro lugar designado.

—¿Qué pasó? —quise saber.

—Estaban preguntándose si debían reservar 3 o 4 espacios. Te cobran por cada tienda que se instala.

—¿Y qué decidieron?

—Que serían 4 tiendas —respondió, con una sonrisa.

Nos pasamos parte de la mañana organizando nuestros espacios y armando las carpas. Los chicos se acostumbraron a mi falta de habilidad comunicativa y empezaron a darme instrucciones en palabras sencillas y monosílabos que se hacían más fácil de entender. El uso de gestos y adivinanzas me ayudó a tener más confianza y no sentirme tan dependiente de Iker para comunicarme con los demás.

Entre todos cocinamos junto a un fuego improvisado y almorzamos sentados en la arena. Durante la tarde nos cambiamos a bañadores y nos mojamos en el río mientras el sol aún brillaba en el cielo.

No hicieron falta palabras, ni gestos, ni teléfonos. Con disfrutar y reír, tuve lo necesario para pasar un buen rato.

—Pareces adaptarte bien —Iker llegó a mi lado luego de salir del río, sacudiendo su cabello llenándome de gotas de agua.

Donde el sol se escondeOnde histórias criam vida. Descubra agora