01

65 22 12
                                    

01

Días después de la discusión con mi novia nos arreglamos y decidimos tratar de estar mejor, según ella, no hablando de temas delicados que luego pudieran traernos malentendidos. Yo estuve de acuerdo porque siempre evitaba recordar las cosas malas que me habían sucedido desde que era más joven, y exteriorizar mis emociones era perjudicial porque no sabía cómo manejarlas. 

Terminamos de tener sexo aquella tarde, aprovechando que mi padre y Joaquín habían ido al super en busca de carne para asar al día siguiente. Wendy estaba algo molesta porque me había pedido hacerlo sin protección, y yo le había dicho que no, que ella ya tenía una hija de un padre irresponsable, ¿para qué tener dos? 

—Mañana no podré venir —me avisó mientras se vestía y yo me quitaba el condón—. La vieja quiere que lleve a Lily a una fiesta infantil, ¿puedes creerlo? —preguntó hastiada—. Ese es su deber como abuela, pero insiste en que es mi puta obligación.

Miré el tatuaje de su espalda morena y recorrí su estrecha cintura sin prestar atención a su enojo. Ella volteó a verme en espera de cualquier comentario, pero solo me encogí de hombros porque, uno: no me interesaba, y dos: no entendía nada de niños.

—Igual mañana es lo de la carne asada de mi viejo, y pues… 

—Ya sé, ya sé que no me quiere por aquí —completó por mí—. No sé, flaco, deberíamos mudarnos juntos. Yo no soporto a mi vieja y el tuyo no te quiere. 

Con Wendy todo había ocurrido muy rápido. Llevaba un tiempo de conocerla, pero ella había dado el primer paso en una fiesta organizada por Andrés. Ebrios, terminamos teniendo sexo dentro de su auto, después formalizamos a medias y empezamos a demandarnos a diario, como si no tuviéramos algo mejor por hacer. Y estaba cómodo con ella, pero siempre me quedaba un pequeño vacío que me hacía cuestionarme cada detalle. De repente sentía que faltaba algo entre nosotros, pero no sabía explicarme el qué. 

—Mejor vete ya, el viejo está por venir y no quiero más drama familiar.

—Sí, sí —dijo apurada antes de dejarme un beso corto en los labios—. Chao, flaco. No te metas en líos sin mí. 

Minutos más tarde llegaron Joaquín y mi padre con unas bolsas entre las manos. Entraron sonrientes, pero mi padre dejó de sonreír en cuanto me vio sentado en el sofá bebiéndome una cerveza y revisando mi celular. No hizo falta que alzara la voz para reclamar por mi estilo de vida holgazán, sus ojos lo dijeron todo. 

—La Wendy quiere que nos mudemos juntos —me dirigí a Joaquín para tantear la reacción de mi padre.

—Apenas tienen tres meses juntos —murmuró mi hermano con el ceño fruncido—. No tienes empleo y ella tampoco. Es una mala idea —opinó.

Papá carraspeó la garganta, antes de hablar:

—Podrían vivir debajo de un puente, ese tipo de vida les queda a los dos.

Me reí.

—Vendríamos a comer aquí todos los días —dije.

—Si sales por esa puerta… —Apuntó la entrada—. No volverás a esta casa porque no vamos a recibirte más.

Joaquín destapó una cerveza y se recargó en la encimera para mirarme con seriedad. Papá volvió a carraspear y lo miré con atención.

» A veces me pregunto qué hice mal contigo. En qué me equivoqué para que terminaras siendo un bueno para nada. Un vago sin oficio ni beneficio. Ya eres un adulto, pero sigues comportándote como un adolescente malcriado. Yo, desde hace mucho tiempo, me rendí contigo. 

Insulina [EN CURSO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora