Komorebi no anata e

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Aquí no se celebra la Nochebuena

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Aquí no se celebra la Nochebuena. Al menos, no como en otros países del mundo. En Japón, se trata de una fiesta para enamorados, con todo lo que eso implica. Un segundo San Valentín. Si estás solo, no puedes dejar de mirar a las parejas pasarlo bien con un toque de envidia. Ese es mi caso.

En este pequeño pueblo al pie de las montañas, apenas se nota el peso de la víspera de navidad. La gran mayoría son ancianos a los que les dan igual las costumbres extranjeras y las pocas parejas que hay quedan en sus casas.

En la cafetería que regento ofrecemos pasteles de fresa y nata, una tradición navideña que se puso de moda hace bastantes años. Los coloco en la vitrina y echo un vistazo a las mesas de madera vieja que todavía están vacías.

Es temprano por la mañana, pero la alerta por nevadas fuertes mantiene a mis clientes habituales fuera de las calles. Aquí dentro se está a gusto, con el suelo radiante y la chimenea que he encendido, la cual se encuentra en el pilar central. Huele a madera y dulces. La música clásica suena a través del altavoz que parece una vieja radio.

Me acerco al árbol para continuar decorándolo, a pesar de que no tengo mucho afán. Me gustaría estar haciendo otras cosas más interesantes, como continuar la historia que comencé a escribir a principios de año. Pongo unas cuantas bolas en el árbol, son de fino cristal y en su interior hay pequeñas casitas que sufren un vendaval cuando las mueves.

Las campanas de la puerta suenan y me giro con la mejor de mis sonrisas (esas que destino a los clientes).

—¡Bienvenido!

No hay nadie. ¿Habrá sido el viento?

Escucho a un pájaro trinar y bajo mi mirada al suelo. Un pequeño ruiseñor me observa con atención y ladea su cabeza antes de piar de nuevo. Tiene un poco de nieve en las plumas marrones, la cual se derrite con la diferencia de temperatura.

Me acerco a él; para mi sorpresa no echa a volar como hubiera esperado. Se aparta con un par de saltitos dóciles, dejándome espacio para abrir la puerta si quiero. Eso es lo que hago, instándole a marcharse. Una ráfaga de viento helado entra con brusquedad, acompañada de unos copos de nieve fresca. El pajarillo echa a volar y se posa en mi hombro. Tengo la impresión de que no pretende ir a ningún lado.

Espero un poco más e intento sacarlo agitando la mano cerca de él. Nada. Sigue aferrado a mi hombro. Salgo y siento el frío picotear en mis mejillas, pero el ruiseñor ignora el vendaval y continúa en mi hombro. Al parecer, me he convertido en una de esas princesas de los cuentos occidentales.

Con un suspiro, decido no pasar más frío y vuelvo a meterme en el interior de la cafetería. Como vivo en la parte de arriba, no tengo que preocuparme por una posible tormenta de nieve. Paso por la barra y me adentro en la cocina para abrir el bote de semillas de sésamo que tengo para decorar el pan o hacer dulces. Dejo unas cuantas en un cuenco azul; el ruiseñor agita un poco las alas y se dispone a picotear su alimento. ¿Será un animal domesticado? Se comporta con demasiada tranquilidad a mi lado.

Komorebi no anata e (BL🌈One shot)Where stories live. Discover now