Oliver pareció sorprendido por mi firmeza, pero antes de que pudiera responder, la voz alegre de Addie resonó desde el interior de la casa, rompiendo la tensión en el aire.

—¡Max! —exclamó, apareciendo detrás de Oliver con una sonrisa radiante en el rostro. —¿Estás listo para nuestro día juntos?

Kai, el pequeño cachorro que habíamos encontrado juntos, llego justo atrás de ella, asomándose entre sus piernas.

Mi corazón dio un salto de alegría al verla, y todos mis temores y preocupaciones se desvanecieron al instante. Con una sonrisa, me acerqué a ella, ignorando la mirada intensa de Oliver que parecía seguirme cada paso del camino.

—Por supuesto, Addie. —respondí, extendiendo mi mano hacia ella con ternura.

—Espero que hayas traído zapatillas cómodas...

Ella tomó mi mano, y juntos nos alejamos de la puerta, dejando a su amigo atrás con sus pensamientos tensos.

Addie me condujo hasta un sendero serpenteante que se extendía a lo largo de la costa de Esperance.

A medida que avanzábamos, el aire salado del océano acariciaba nuestros rostros, y nuestros pasos se mezclaban con el suave murmullo de las olas rompiendo suavemente en la orilla.

El sol filtraba sus rayos a través del dosel de los árboles, creando un juego de luces y sombras en el camino cubierto de hojas secas.

El cachorro corría adelante y luego regresaba a nosotros, que caminábamos a un ritmo más lento que él, su cola se agitaba con entusiasmo ante cada nuevo descubrimiento.

Seguimos subiendo, el sendero estaba bordeado por una exuberante vegetación costera, con árboles y arbustos que se mecían suavemente con la brisa marina. A lo lejos, podíamos ver las playas de arena blanca y el agua cristalina del océano extendiéndose hasta donde alcanzaba la vista.

Era un lugar de una belleza impresionante, y me sentí agradecido de tenerla como guía.

—¿Sabías que Esperance está llena de leyendas urbanas? —Addie traía una mirada centelleante de emoción, mientras me tomaba de la mano.

Negue con la cabeza, ansioso por escuchar más.

—Se dice que hace muchos años, antes de que la ciudad de Esperance fuera colonizada por los europeos, este sendero era utilizado por los nativos aborígenes como un lugar sagrado de encuentro con los espíritus de la naturaleza. —murmuro con una melodiosa voz. —Los chamanes de la tribu realizaban rituales de agradecimiento y veneración.

Sus ojos brillaban con entusiasmo mientras me guiaba por el camino serpenteante.

—¿Aquí?

Asintió con la cabeza.

—Si, honraban a los dioses antiguos que habitaban en los rincones más profundos del bosque y en las aguas cristalinas del océano...

Se quedo callada de repente, y yo tire de su mano para poder verla a los ojos.

—¿Por qué paraste?

Ella sonrió con timidez y levanto los hombros.

—No quiero aburrirte.

Me mordí el labio inferior, evitando sonreír.

Colocando mis manos a los lados de su rostro, aparté su cabello delicadamente de su rostro y me acerqué a ella.

Mis labios encontraron los suyos en un suave beso, tomándola por sorpresa.

Cuando me aleje, tenía los ojos brillosos y las mejillas sonrojadas.

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