Capítulo II

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Sobre las propiedades de lo sublime y de lo bello en el hombre engeneral.

La inteligencia es sublime; el ingenio, bello; la audacia es grande y sublime; la astucia espequeña, pero bella. «La circunspección -decía Cronwell- es una virtud de alcalde.» Laveracidad y la rectitud son sencillas y nobles; la broma y la lisonja obsequiosas son finas ybellas. La amabilidad es la belleza de la virtud. La solicitud desinteresada es noble. Lacortesía y la finura son bellas. Las cualidades sublimes infunden respeto; las bellas, amor. Losque sienten principalmente lo bello, sólo en casos de necesidad buscan sus amigos entre loshombres rectos, constantes y severos; prefieren tratarse con gentes bromistas, amables ycorteses. Se estima a algunos demasiado para que pueda amárseles. Infunden asombro, peroestán demasiado por encima de nosotros para que podamos acercarnos a ellos con laconfianza del amor. Aquellos en quienes se dan unidos ambos sentimientos, hallarán que la emoción de losublime es más poderosa que la de lo bello; pero que si ésta no la acompaña o alterna con ella,acaba por fatigar y no puede ser disfrutada por tanto tiempo " Los elevados sentimientos a quea veces se exalta la conversación de una sociedad escogida deben tener sus intermedios debroma regocijada, y las alegrías rientes deben formar, con los rostros conmovidos y serios, elhermoso contraste en que alternan espontáneamente ambos sentimientos. La amistad presentaprincipalmente el carácter de lo sublime; el amor sexual, el de lo bello. La delicadeza y elrespeto profundo dan, sin embargo, a éste último cierta dignidad y elevación, mientras lasbromas traviesas y la confianza le acentúan el carácter bello. La tragedia se distingue, en misentir, principalmente de la comedia en que la primera excita el sentimiento de lo sublime, yla segunda el de lo bello. En la primera se nos muestra el magnánimo sacrificio en aras delbien ajeno, la decisión audaz y la fidelidad probada. El amor es en ella melancólico, delicadoy lleno de respeto; la desdicha de los demás despierta en el espectador sentimientoscompasivos y hace latir su corazón con desdichas extrañas. Nos sentimos dulcementeconmovidos y vemos íntimamente la dignidad de nuestra propia naturaleza. La comedía, encambio, presenta sutiles intrigas, confusiones asombrosas, gentes despiertas que saben salir deapuro, tontos que se dejan engañar, bromas y caracteres ridículos. El amor no es aquí tantriste, sino alegre y confiado. Lo mismo que en otros casos, sin embargo, puede en estehacerse compatible hasta cierto grado lo noble con lo bello. Hasta los vicios y los defectos morales contienen a veces en sí algunos rasgos de losublime o de lo bello; por lo menos así aparecen a nuestro sentimiento sensible, prescindiendodel juicio que puedan merecer a ojos de la razón. La cólera de un hombre terrible es sublime;tal la de Aquiles en la Ilíada. En general, el héroe de Homero tiene una sublimidad terrible, yel de Virgilio, noble. El vengar una gran ofensa de un modo claro y atrevido tiene en sí algode grande, y por ilícito que pueda ser, produce, al ser referido, una emoción al mismo tiempoterrorífica y placentera. Sorprendido Schach Nadir en su tienda por algunos conjurados,exclamó, según refiere Hamway, después de haber recibido ya algunas heridas, defendiéndosea la desesperada: «¡Piedad! Os perdonaré a todos.» Uno de ellos respondió, levantando elsable: «Tú no has mostrado compasión ninguna, y tampoco la mereces.» La temeridaddecidida de un granuja es muy peligrosa; pero cuando la oye uno referir, impresiona, y aunqueel héroe vaya a terminar en una muerte vil, la ennoblece en cierto modo cuando marcha, a ellaarrogante y despectivo. Por otro lado, en un proyecto astuto, aunque su objeto sea unapicardía, hay algo fino y excita la risa. El deseo de seducir o coquetería, en un sentidodelicado, es decir, de admitir las atenciones y excitarlas, es acaso censurable en una persona amable ya de por sí, pero resulta, con todo, bello y comúnmente preferible a la actitud grave yseria. La figura de las personas que agradan por su aspecto externo reviste, ya uno, ya el otrogénero de sentimiento. Una elevada estatura conquista prestigio y respeto; una pequeña,confianza. El cabello obscuro y los ojos negros tienen más afinidad con lo sublime; los ojosazules y el tono rubio, más con lo bello. Una edad avanzada se une más bien con loscaracteres de lo sublime; en cambio, la juventud, con los de lo bello. Lo mismo ocurre con ladiferencia de clases sociales, y hasta la indumentaria puede influir en la diferente calidad deestas impresiones, que aquí sólo tocamos de pasada. Las personas altas y de apariencia debenprocurar en sus trajes la sencillez, o a lo más, la magnificencia; las pequeñas pueden usar deadornos y perifollos. A la vejez convienen los colores obscuros y la uniformidad; la juventudbrilla en los colores claros y las formas de contrastes inanimados. Entre las clases sociales, aigualdad de fortuna y rango, deben los eclesiásticos mostrar la mayor sencillez, y el hombrede estado la mayor magnificencia. El chichisbeo puede adornarse como guste. En las circunstancias externas de felicidad existen también, por lo menos en la imaginaciónde los hombres, algo que cae dentro de estas emociones. Un alto nacimiento y un títuloinclinan a los hombres al respeto. La riqueza, aun sin merecimientos, inspira reverencia hastaa gentes desinteresadas, porque acaso les sugiere la idea de los grandes proyectos que permiterealizar. Este respeto aprovecha en ocasiones a mucho rico granuja que jamás realizará talescosas, y no tiene la menor sospecha del noble sentimiento que sólo puede hacer estimable lariqueza. Lo que acrecienta lo malo de la pobreza es el menosprecio, que ni aun conmerecimientos puede ser borrado por completo, al menos ante los ojos vulgares, a no ser querango y título engañen este sentimiento grosero y lo falseen ventajosamente para él en ciertomodo. Nunca se encuentran en la naturaleza humana cualidades loables sin que al mismo tiempolas degeneraciones de las mismas no terminen por infinitas gradaciones en la imperfecciónmás extrema. La cualidad de lo sublime terrible, cuando se hace completamente monstruoso,cae en lo extravagante. Cosas fuera de lo natural, por cuanto en ellas se pretende lo sublime, aunque poco o nada seconsiga, son las monstruosidades. Quien guste de lo extravagante o crea en él, es unfantástico. La inclinación a lo monstruoso origina el chiflado (grillenfänger). Por otra parte, elsentimiento de lo bello degenera cuando en él falta por completo lo noble, y entonces se ledenomina frívolo. A una persona masculina de este género, cuando es joven, se le conoce porun lechuguino; en la edad madura es un fatuo; y como lo elevado o sublime es más necesarioque nunca en la vejez, resulta que un viejo verde es la más despreciable criatura de lacreación, así como un joven chiflado la más antipática e insoportable. Las bromas y lajovialidad entran en el sentimiento de lo bello. Con todo, puede en ellas transparentarsebastante inteligencia, y en este sentido resultan más o menos afines con lo sublime. Aquél encuya jovialidad esta mezcla es imperceptible, desbarra. Y si esto le sucede de continuo, acabaen mentecato. Fácilmente se advierte que también gentes avisadas desbarran a veces, y que nose necesita poco ingenio para jugar con el entendimiento sin dar alguna vez una nota falsa.Aquél cuya conversación ni divierte ni conmueve, es un fastidioso, y si además se esfuerza enconseguir ambas cosas, resulta un insípido. Cuando el insípido es, además, un envanecido,viene a parar en tonto Con algunos ejemplos voy a hacer algo más inteligible este extraño compendio de lasdebilidades humanas; quien carece del buril de Hogarth tiene que suplir con la descripción lasdeficiencias de la expresión en el dibujo. El arrostrar audazmente los peligros por nuestrosderechos, por los de la patria o por los de nuestros amigos, es sublime. Las cruzadas, laantigua caballería, eran extravagantes; los duelos, resto desdichado de ella, originado de un equivocado concepto del honor, son monstruosos. Un melancólico alejamiento del mundanobullicio a consecuencia de un fastidio legítimo, es noble. La devoción solitaria de los antiguoseremitas, era extravagante. Los conventos y los sepulcros de tal género para encerrar santosvivos, son monstruosos. El dominio de las pasiones en nombre de principios, es sublime. Lasmortificaciones, los votos y otras virtudes monacales, son más bien cosas monstruosas. Entrelas obras del ingenio y del sentimiento delicado, las poesías épicas de Virgilio y Klopstock, sequedan en lo noble; las de Homero y Milton, caen en lo extravagante. Las metamorfosis deOvidio, son monstruosas, y los cuentos de hadas de la superstición francesa, son las máslamentables monstruosidades jamás imaginadas. Las poesías anacreónticas están a menudomuy cerca de lo frívolo. Las obras de la razón y del entendimiento penetrante, en cuanto sus objetos, encierrantambién algo de sentimiento, participan en cierto modo de las indicadas diferencias. Larepresentación matemática de la magnitud inconmensurable del universo, las consideracionesde la metafísica acerca de la eternidad, de la providencia, de la inmortalidad de nuestra alma,contienen un cierto carácter sublime y majestuoso. En cambio, hay muchas sutilezas vanasque desfiguran la filosofía. La apariencia de profundidad no impide que las cuatro figurassilogísticas merezcan ser contadas entre las monstruosidades de escuela. En las cualidades morales sólo la verdadera virtud es sublime. Existen algunas, sinembargo, que son amables y bellas, y en cuanto armonizan con la virtud pueden serconsideradas como nobles, aunque no deba incluírselas en la intención virtuosa. El juiciosobre esto es sutil y complicado. No puede, ciertamente, denominarse virtuoso el estado deánimo del cual se originan actos que también la virtud inspiraría, porque los motivos queinspiran tales actos, aunque casualmente coinciden con la virtud, pueden, por su naturaleza,entrar a menudo en conflicto con las reglas generales de la virtud. Una cierta blandura, quefácilmente lleva a un cálido sentimiento de compasión, es bella y amable, pues muestra unabondadosa participación en el destino de otros hombres, a la que llevan igualmente losprincipios de la virtud. Pero esta buena pasión es débil y siempre ciega. Supongamos que talsentimiento os mueve a socorrer con vuestros recursos a un necesitado en ocasión en quedebemos a otros, y por tanto nos incapacitamos para cumplir el estricto deber de la justicia; elacto no puede nacer de ningún principio moral, porque siguiendo éste nunca nos veríamosexcitados a sacrificar una obligación superior a este ciego impulso. Si, en cambio, la generalbenevolencia hacia el género humano se ha convertido en un principio dentro de vosotros, alcual subordináis siempre vuestros actos, perdura entonces el amor al necesitado, pero espuesto, desde un superior punto de vista, en la verdadera relación con la totalidad de vuestrosdeberes. La benevolencia es un fundamento de la participación en su desdicha, pero tambiénde la justicia, y, según la prescripción de ésta, renuncia al acta en el caso presente. Pero ocurreque al ser exaltado este sentimiento a una debida generalidad, si bien se hace sublime, resulta,en cambio, más frío. No es posible que nuestro pecho se interese delicadamente por todohombre, ni que toda pena extraña despierte nuestra compasión. De otro modo, el virtuosoestaría, como Heráclito, continuamente deshecho en lágrimas, y con toda su bondad novendría a ser más que un holgazán tierno El segundo género del sentimiento bondadoso, ciertamente bello y amable, pero que nosirve de base suficiente a una verdadera virtud, es la cortesía, por la cual nos sentimosinclinados a mostrarnos agradables con los otros mediante la amistad, la aquiescencia a susdeseos y la ecuación de nuestra conducta con su manera de pensar. Este fundamento de unaencantadora sociabilidad es hermoso, y tan blanda condición es señal de naturalezabondadosa. Pero tan lejos está de ser una virtud, que si principios superiores no ponen susbarreras y lo debilitan, puede ser origen de todos los vicios. Aun sin contar que la complacencia hacia aquellos que tratamos significa a menudo la injusticia con otros situadosfuera de este círculo, el hombre complaciente, si se admite sólo este estímulo, podrá tenertodos los vicios, no por inclinación espontánea, sino porque vive para agradar. La afectuosasociabilidad le convertiría en un embustero, en un holgazán, en un borracho, etcétera, etc.;pues no obra según reglas encaminadas a la buena conducta en general, sino según unainclinación, bella en sí, pero que al hallarse sin freno ni principios resulta frívola. La verdadera virtud, por tanto, sólo puede descansar en principios que la hacen tanto mássublime y noble cuanto más generales. Estos principios no son reglas especulativas, sino laconciencia de un sentimiento que vive en todo pecho humano, y cuyo dominio es mucho másamplio que el campo de la compasión y de la complacencia. Creo recoger todo su contenidodiciendo que es el sentimiento de la belleza y la dignidad de la naturaleza humana. Lo primeroes el fundamento de la benevolencia general; lo segundo, de la estimación general; y si estesentimiento alcanzase la máxima perfección en un corazón humano cualquiera, este hombrese amaría y se estimaría ciertamente a sí mismo, pero no más que en cuanto es uno de todosaquéllos a los cuales se extiende su amplio y noble sentimiento. Sólo subordinando ainclinación tan amplia las nuestras, pueden aplicarse proporcionalmente nuestros buenosinstintos y producir el noble decoro que constituye la belleza de la virtud. En consideración a la debilidad de la naturaleza humana y del escaso poder que había deejercer sobre el mayor número de los corazones el sentimiento ético general, ha colocado ennosotros la Providencia, como suplemento de la virtud, tales instintos auxiliares; por ellosalgunos, aun sin principios, son llevados a bellas acciones, y aquéllos que los poseen nopueden recibir mayor impulso y estímulo más enérgico. La compasión y la complacencia sonfundamentos de bellas acciones, que acaso serían ahogadas todas ellas por el predominio deun grosero egoísmo, pero no fundamentos inmediatos de la virtud, como hemos visto, aunque,ennoblecidas por el parentesco con ella, se les llama también virtuosas. Puedo denominarlas,por consiguiente, virtudes adoptadas y genuina virtud, a la que descansa sobre principios. Lasprimeras son bellas y seductoras; pero sólo la segunda es sublime y venerable. Al espíritu enque dominan las primeras sensaciones se le denomina un buen corazón, y bondadoso alhombre de tal carácter; en cambio se atribuye con justicia un noble corazón al virtuoso, segúnprincipios, y a él mismo se le llama recto. Estas virtudes adoptadas tienen, sin embargo, gransemejanza con las verdaderas virtudes, pues encierran el sentimiento de un placer inmediatoen actos buenos y benévolos. Sin interés, por espontánea benevolencia, el bondadoso ostratará amistosa y cortésmente y compartirá de veras la pena de otro. Mas como esta simpatía moral no es todavía bastante para inspirar a los hombresindolentes acciones de utilidad general, la Providencia ha puesto en nosotros ciertosentimiento delicado que puede empujarnos a la acción o servir de contrapeso al groseroegoísmo y al vulgar deseo de placeres. Es el sentimiento del honor, y su resultado, lavergüenza. La opinión que de nuestro valer tengan los demás y su juicio sobre nuestros actos,es un móvil de gran importancia, y nos lleva a muchos sacrificios. Lo que gran parte de loshombres no habría hecho por impulsos de espontánea bondad ni por principios, se hacebastante a menudo merced al prestigio aparente de una preocupación muy útil, aunque en símuy superficial, como si el juicio de los demás determinase nuestro valor y el de nuestrosactos. Lo que acontece, obedeciendo a este impulso, no es de ningún modo virtuoso, y de ahíque quien desea ser tenido por tal, oculte cuidadosamente tal motivo. Esta inclinación no tienetampoco tanta afinidad con la genuina virtud como la bondad de corazón, porque no puede sermovida inmediatamente por la hermosura de los actos, sino por lo que éstos representan antelos ojos ajenos. Con todo, como el sentimiento del honor es delicado, puedo denominarresplandor de la virtud aquello análogo a lo virtuoso que por él es ocasionado  Si comparamos los espíritus de los hombres según en ellos predomina uno de estosgéneros de sentimiento determinando el carácter moral, encontramos que cada uno de ellos sehalla en próxima afinidad con uno de los temperamentos, tal como se les divide comúnmente;pero de tal suerte que, además, correspondería al flemático una mayor carencia de sentimientomoral. Y no quiero decir con esto que la nota principal en el carácter de estas distintasespecies de espíritus, corresponda a los indicados rasgos, pues aquí no consideramossentimientos más groseros, por ejemplo: el de egoísmo, el del placer vulgar, etc., y talesinclinaciones son las observadas con preferencia en la división corriente; sino que los másfinos sentimientos morales aquí considerados son susceptibles de unirse más fácilmente conuno o con otro temperamento, y de hecho van unidos en los más casos. Un íntimo sentimiento de la belleza y la dignidad de la naturaleza humana, y un ánimoseguro y vigoroso para referir a esto, como fundamento general, todas las acciones, son seriosy no se asocian bien con una alegría volandera ni con la inconstancia de un hombre ligero. Yhasta se halla cerca de la honda melancolía (Schwermut), una dulce y noble sensación, encuanto se funda sobre aquel temor que siente un alma limitada cuando, llena de un granproyecto, ve los peligros que debe vencer y tiene ante la vista la grave aunque grande victoriadel dominio de sí mismo. La genuina virtud, según principios, encierra en sí algo que parececoincidir con el temperamento melancólico en un sentido atenuado. El carácter bondadoso, una condición bella y sensible, para ser en casos particularesconmovido de una manera compasiva y benévola, está muy sujeto al cambio de lascircunstancias, y por no descansar el movimiento del alma sobre un principio general, tomafácilmente formas diferentes, según ofrecen los objetos uno u otro aspecto. Y como estainclinación se encamina a lo bello, parece susceptible de unirse, sobre todo, con eltemperamento denominado sanguíneo, que es volandero y dado a las diversiones. En estetemperamento debemos buscar las simpáticas cualidades que hemos denominado virtudesadoptadas. El sentimiento del honor es, desde luego, reconocido como característica de la complexióncolérica, y las consecuencias morales de este delicado sentimiento, que casi siempre sólo sepreocupa del brillo, nos presentarán rasgos para la descripción de este carácter. En hombre alguno faltan huellas de sentimientos delicados; pero una gran ausencia deellos, calificada comparativamente de insensibilidad, aparece en el carácter del flemático, yhasta los impulsos más vulgares, como el deseo de dinero, etc., suele negársele. Nosotrospodemos abandonarle esta inclinación, junto con otras análogas, porque caen fuera de nuestroplan. Examinemos ahora las sensaciones de lo sublime y lo bello, principalmente en cuanto sonmorales, bajo la admitida división de los temperamentos. No se llama melancólico a un hombre porque, substrayéndose a los goces de la vida, seconsuma en una sombría tristeza, sino porque sus sentimientos, intensificados más allá decierto punto dirigidos, merced a determinadas causas, en una falsa dirección, acabarían en estatristeza más fácilmente que los de otros. Este temperamento tiene, principalmente,sensibilidad para lo sublime. Aun la belleza, a la cual es igualmente sensible, no le encanta tansólo, sino que, llenándole de asombro, le conmueve. El placer de las diversiones es en él másserio; pero, por lo mismo, no menor. Todas las conmociones de la sublime tienen algo másfascinador en sí que el inquieto encanto de lo bello. Su bienestar será, más bien que alegría,una satisfacción tranquila. Es constante. Esto les mueve a ordenar sus sensaciones, bajoprincipios, y tanto menos están sujetas a la inconstancia y al cambio cuanto más general es elprincipio al cual se hallan subordinadas, y más amplio, por tanto, el elevado sentimiento alcual se subordinan los inferiores. Todos los motivos particulares de las inclinaciones estánsujetos a muchas excepciones y cambios si no son derivados de tal fundamento superior. El alegre y afectuoso Alcestes dice: «Amo y estimo a mi mujer porque es bella, cariñosa ydiscreta.» ¡Cómo! ¿Y si, desfigurada por la enfermedad, agriada por la vejez y pasado elprimer encanto, dejase de parecerte más discreta que cualquier otra? Cuando el fundamentoha desaparecido, ¿qué puede resultar de la inclinación? Tomad, en cambio, el benévolo ysesudo Adrasto, que pensaba para sí: «Tengo que tratar a esta persona con amor y respetoporque es mi mujer.» Tal manera de pensar es noble y magnánima. Ya pueden los encantosfortuitos alterarse; siempre continúa siendo su mujer. El noble motivo permanece y no está tansujeto a la inconstancia de las cosas exteriores. De tal calidad son los principios, encomparación con impulsos originados sólo de ocasiones particulares, y así es el hombre deprincipios, al lado de aquel al cual sobreviene una inspiración buena y afectuosa. Y lo mismo,diríamos si el secreto lenguaje de su corazón se expresara de esta suerte. «Tengo que auxiliara ese hombre porque sufre; no porque acaso sea amigo o conocido mío, ni porque le considerecapaz de agradecérmelo después. Ahora no es tiempo de hacer distingos ni detenerse encuestiones: es un hombre, y lo que daña a los hombres también a mí me toca.» Desde estemomento su conducta se apoya en el supremo fundamento dentro de la naturaleza humana, yes sublime en grado sumo, tanto por la invariabilidad como por la generalidad de susaplicaciones. Continúo mis observaciones. El hombre de carácter melancólico se preocupa poco de losjuicios ajenos, de lo que otras tienen por bueno o verdadero, se apoya sólo en su propiaopinión. Como en él los móviles toman el carácter de principios, no puede ser fácilmentellevado a otras ideas. Su firmeza degenera a veces en obstinación. La amistad es sublime, y,por tanto, apropiada a sus sentimientos. Puede acaso perder un amigo inconstante, pero ésteno le pierde a él tan pronto. Aun el recuerdo de la amistad extinguida sigue siendo para élrespetable. La locuacidad es bella; la taciturnidad meditativa es sublime. Sabe guardar biensus secretos y los ajenos. La veracidad es sublime, y él odia mentiras y fingimientos. Sientecon viveza la dignidad de la naturaleza humana. Se estima a sí mismo y tiene a un hombre poruna criatura que merece respeto. No sufre sumisión abyecta, y su noble pecho respira libertad.Toda suerte de cadenas le son odiosas, desde las doradas que en la corte se arrastran hasta lospesados hierros del galeote. Es un rígido juez de sí mismo y de los demás, y a menudo sientedisgusto de sí mismo y del mundo. En la degeneración de este carácter, la seriedad se inclina a la melancolía, la devoción alfanatismo, el celo por la libertad al entusiasmo. La ofensa y la injusticia encienden en éldeseos de venganza. Es muy temible entonces. Desafía el peligro y desprecia la muerte.Falseado su sentimiento y no serenado por la razón, cae en lo extravagante: sugestiones,fantasías, ideas fijas. Si la inteligencia es aún más débil, incurre en lo monstruoso: sueñossignificativos, presentimientos, señales milagrosas. Está en peligro de convertirse en unfantástico o en un chiflado. El de carácter sanguíneo tiene predominante sensibilidad para lo bello. Sus alegrías son,por tanto, rientes y vivas. Si no está alegre es que se halla disgustado; conoce poco la calmasatisfecha. La variedad es bella, y él gusta del cambio. Busca la alegría en sí mismo y en tornosuyo; regocija a los demás, y su compañía es grata. Comparte fácilmente el estado moralajeno. La alegría de los otros le contenta, y el dolor le enternece. Su sentimiento moral esbello, pero sin principios, y obedece siempre a las impresiones momentáneas que los objetosen él producen. Es amigo de todos los hombres, o lo que es lo mismo, nunca propiamente unamigo, aunque sea de verdad bondadoso y benévolo. No finge. Hoy os tratará con su afecto ycortesía peculiares; mañana, si estáis enfermos u os sobreviene una desgracia, mostrará uninterés verdadero, no hipócrita, pero se escurrirá suavemente hasta que las circunstanciashayan pasado. Nunca debe ser juez. Las leyes son para él, comúnmente, demasiado rígidas, yse deja sobornar por las lágrimas. Es un tipo curioso, nunca completamente bueno y nunca completamente malo. Comete excesos y es vicioso, más por complacencia que porinclinación. Es liberal y benéfica, pero lleva mal la cuenta de lo que debe, porque si es muysensible para el bien, lo es muy poco para la justicia. Nadie tiene tan buena opinión de supropio corazón como él. Aunque no le estiméis mucho no podéis menos de amarle. El mayorpeligro de su carácter es caer en lo frívolo, y entonces es alocado e infantil. Si la edad nodisminuye acaso la vivacidad o le infunde más juicio, está en peligro de convertirse en unviejo verde. Aquel cuyo carácter es calificado de colérico, tiene sensibilidad predominante para elgénero de lo sublime que se puede denominar magnífico. Es sólo el brillo de la sublimidad, uncolor llamativo que oculta, engañando e impresionando con la apariencia, el contenido íntimode la persona o cosa, acaso malo o vulgar en sí mismo. Así como un edificio cubierto por unapintura que imita la piedra produce una impresión tan noble como si fuese verdad, y así deigual modo que las molduras y pilastras empotradas sugieren la idea de firmeza, aunquetengan poca consistencia y nada sostengan, lo mismo brillan las virtudes de hojalata, elsimilor de sabiduría y los méritos pintados. El colérico considera su propio valor y el de sus cosas y actos según el prestigio o laapariencia de que se revistan a los ojos de los demás. Con respecto a la íntima calidad o a losmotivos que el objeto mismo encierra, se muestra frío, ni encendido por verdaderabenevolencia, ni conmovido por el respeto. Su conducta es artificiosa. Ha de saber tomar todaclase de puntos de vista para juzgar el efecto que produce según la distinta posición delespectador, pues no se pregunta lo que él es, sino lo que parece. Por eso ha de conocer bien lamanera de conquistar la aprobación general y las apreciaciones que ha de suscitar fuera de élsu conducta. La sangre fría que esta fina atención requiere para no ser cegada por el amor, lacompasión y el interés, le sustrae también a muchas locuras y contrariedades, en las cuales caeun sanguíneo, arrebatado por su sensibilidad espontánea. Por eso parece más razonable de loque realmente es. Su benevolencia es cortesía; su respeto, ceremonia; su amor, meditadaadulación. Está siempre lleno de sí mismo cuando toma la actitud de enamorado y de amigo, yno es nunca ni lo uno ni lo otro. Gusta de brillar con las modas; pero como todo en él esartificioso y trabajado, se muestra en ello rígido y torpe. Su conducta obedece más aprincipios que la del sanguíneo, sólo movido por impresiones ocasionales; pero no sonprincipios de la virtud, sino del honor, y no es nada sensible a la belleza o al valor de losactos, sino al juicio que el mundo pronunciara sobre ellos. Como su proceder, si no seconsidera la fuente de donde brota, resulta casi tan beneficioso a la generalidad como lavirtud, obtiene del espectador común tan elevada estima como el virtuoso; pero se ocultacuidadosamente de ojos más sutiles, pues sabe que si descubren el escondido resorte delhonor, desaparecerá también el respeto que se le muestra. Recurre, por tanto, con frecuenciaal fingimiento; en religión es hipócrita; en el trato, adulador; en política, versátil, según lascircunstancias. Se complace en ser esclavo de los grandes para después ser tirano de loshumildes. La ingenuidad esta noble o bella sencillez que lleva en sí el sello de la naturaleza yno del arte, le es completamente extraña. Por eso cuando su gusto degenera, su brillo resultachillón; esto es, desagradablemente jactancioso. Cae entonces, tanto en su estilo como en susadornos, en el galimatías -lo exagerado-, una especie de monstruosidad que es a lo magníficolo que lo extravagante o chiflado con relación a lo sublime serio. En las ofensas acaba prontoen duelos o procesos y en las relaciones ciudadanas, gusta de antepasados, preminencias ytítulos. Mientras sólo es vanidoso, es decir, mientras busca honor y se esfuerza en hacersevisible, puede ser todavía soportado; pero cuando totalmente falto de verdaderas cualidades yméritos se pavonea orgulloso, viene a parar en lo que él menos quisiera, esto es, en un necio.

LO BELLO Y LO SUBLIMEWhere stories live. Discover now