—Encantado de volver a verte, ¿cómo estás? —le preguntó a su hermano, viendo poner la mesa a su mujer y a Johnny encogiéndose de hombros, jugueteando con sus pulgares.

—Me separé de Karen —respondió.

—Oh, eso es terrible. Lo siento...

Johnny movió la cabeza con una sonrisa.

—No, está bien. Estoy bien, puedo andar libremente sin tener a alguien queriendo saber en todo momento dónde estoy y lo que hago.

Los dos hombres rieron caminando hacia la mesa para cenar.

—Marie, esto sabe estupendo.

—Gracias, me alegro de que te guste.

—¡Está , mamá! —Los adultos sonrieron y se rieron de su comentario.

Los platos comenzaron a vaciarse, y Sally empezó a bostezar una y otra vez, frotándose los ojos con sus manitas. Su madre frotó suavemente su espalda.

—Parece que alguien está cansada. Hora de ir a dormir.

Sally asintió y saltó de la silla, recogiendo su plato y llevándolo al fregadero. Su madre se levantó para llevar a su hija a la cama, pero Johnny la detuvo agarrándola del brazo y sonriendo.

—Yo la llevo.

—Gracias, Johnny.

El hombre asintió mirando a la mujer. Luego, siguió a la niña a la habitación. Johnny cerró la puerta detrás de él y sonrió al ver el desorden en el cuarto de Sally.

—¿Necesitas ayuda? —le preguntó a la niña, quien asintió—. Está bien, vamos a ver lo que tienes...

El hombre comenzó a buscar entre las pijamas.

—Tienes algunos con dibujos de fresas. Seguro que tus sueños olerán a ellas si te lo pones. —Cogió la camisa, oliéndola.

Sally rió y negó con la cabeza. No quería usar esa pijama. Su tío entendió y la volvió a colocar en su sitio, y sacó, en su lugar, una pijama con un unicornio.

—¿Qué tal ésta? Te convertirás en una princesa.

Los ojos de Sally se iluminaron y dio una palmada de entusiasmo. Colocó la prenda en la cama, se acercó a ella y comenzó a desabrocharle la camisa.

—Puedo vestirme yo sola, tío —dijo Sally con una sonrisa, mirando hacia abajo.

El hombre sonrió sin dejar el trabajo a medias.

—Apuesto que sí. Pero estás cansada... ¿y por qué no te puedo ayudar? —le preguntó, mirando a Sally cabecear un par de veces.

Una vez la camisa estuvo desabrochada, la deslizó sobre sus hombros y le dio un codazo suave en su tripa, haciéndola reír. Él volvió a sonreír y tiró hacia abajo de los pantalones de la niña. Finalmente, le colocó la pijama a la niña, asegurándose de que los brazos pasaran por las mangas del camisón.

—¡Listo! —dijo alegremente, mirando la sonrisa de la niña, riendo en la cama. Johnny se levantó, cogió su ropa y la puerta se abrió; era la madre de Sally.

—¿Estás lista para dormir?

Johnny corrió al lado de la cama en donde estaba Sally.

—La voy a recostar, ¿te parece bien? —dijo Johnny.

Marie lo miró y movió la cabeza.

—Por supuesto —Se acercó a Sally y besó a la niña en la frente—. Buenas noches, mi amor.

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