—¿Planeabas irte en taxi con un conductor amargado cuando puedes ir con esta hermosura? —inquiere con las cejas fruncidas, me cruzo de brazos cuando estoy delante de él.

—No eres tan guapo.

Ian cierra los ojos mientras ríe por lo bajo.

—Hablaba de mi auto.

Mi boca se abre ligeramente de la vergüenza, pero la cierro de inmediato intentando no mostrarle nada.

Carraspeo ligeramente y acepto ir con él. No esperaba que fuera tan caballeroso como para abrirme la puerta, pero lo hace, además me obliga a ir a su lado y me ayuda a cambiar el parche que él mismo puso en la herida de mi frente.

Él se centra en conducir mientras reviso mi celular, y aprieto mis labios al ver que nuevamente tengo dos llamadas perdidas de un número desconocido, un escalofrío recorre mi cuerpo al recordar lo que Clarissa me dijo.

Quizás deba responder y averiguar quién insiste tanto.

—¿Todo bien? —pregunta Ian, que en algún momento debió haberme hablado y no lo escuché.

Apago mi celular antes de decirle que sí, él insiste en que me veo algo preocupada y estoy tentada a preguntarle la razón por la que actúa de esa manera. ¿Por qué sigue siendo amargado, pero no parece odiarme?, pero en lugar de preguntarle eso, se me ocurre algo mejor.

—Acabo de recordar algo —digo captando su atención por unos segundos.

—¿Qué no te bañaste? —inquiere con una sonrisa.

—¿Por qué todo el mundo parece creer que no me bañé?, o sea, no me bañé, pero ¿en serio se nota tanto? —suelto con frustración y luego una idea horrible pasa por mi cabeza, —. ¿Es que acaso apesto?

Ian no deja de conducir, pero no puede evitar soltar una risa. Mi gesto de preocupación no desaparecen hasta que él se apiada de mí.

—Emily, hueles a lavanda, no te preocupes, lo decía por tu cabello, parece que ha estado sin lavar durante un siglo.

—¿Huelo a lavanda? —Mis cejas se alzan levemente —. Preferiría oler a fresas sinceramente —murmuro lo último.

Ian niega diciéndome que entonces compre perfumes de fresas.

Si supiera que el dinero que tengo está en mi tarjeta y no tengo ni idea de cómo sacar el dinero, pues por alguna razón me dan miedo los bancos.

En realidad, hacer trámites sola es lo que me da miedo.

—Lo compraría si tuviera dinero en efectivo y no en mi tarjeta —le digo sincera.

Tal como esperaba, me responde que saque el dinero y listo, así que casi deja de conducir cuando le digo que no sé hacerlo.

—¿Veintisiete años y no sabes retirar tu propio dinero?

Niego diciéndole que siempre había alguien que lo hiciera por mí.

—Que mal te han hecho esas personas, hacen todo por ti en lugar de enseñarte a hacerlas por ti misma.

Me encojo de hombros.

—Está bien, si quieres un perfume de fresas te lo compraré.

Suelto una risa burlona al escucharlo.

—¿Por qué harías eso?

—Porque a cambio quiero que me permitas enseñarte lo que nadie más te enseñó.

«¿Lo que nadie más me enseñó?, ¿me vas a enseñar lo que es sentirse amada verdaderamente?».

Estuve tentada a bromear de esa manera, pero no era correcto, así que en su lugar me dedico a escucharlo decirme que me va a enseñar a ir a un banco y retirar o depositar dinero, cuando le pregunto la razón por la que se toma tantas responsabilidades conmigo me dice que es debido a que si quiere que su boda sea perfecta necesita que yo también lo sea y que si por algún motivo necesita depositarme dinero yo sepa como retirarlo sola.

Un juego inofensivo #ONC2024Where stories live. Discover now