Dos minutos después, el hombre recibió una llamada en su oficina.

Era ella... Rossi puso los ojos en blanco y con las manos llenas de pollo atendió.

—¿Hora de almuerzo? —le preguntó Marlene con cierto tono receloso en la voz.

—Los mortales tenemos que comer para vivir, Wintour —le respondió Rossi a la defensiva. Con una mujer como Marlene nunca se sabía, además, aun mantenía sus sospechas vivas—. Ojalá pudiéramos vivir de aire, como tu...

—Ja, muy gracioso —le respondió ella con una risa—. Y a los empleados que invitaste a comer... —insinuó—. ¿Cuál es el motivo? ¿Te sobaron la espalda, te pulieron los zapatos? —bromeó.

Rossi se rio y con la boca llena de frijoles fritos.

—Ja, muy graciosa —le respondió él exactamente como ella le había respondido—. Yo no los invité, si eso te calma... —añadió después—. Mi suegro trajo comida y...

—¿Suegro? —preguntó ella en francés y se levantó de su silla por la sorpresa—. Ver para creer.

Rossi se rio más fuerte. De reojo y sin dejar de disfrutar sus frijoles fritos, aguacate y salsa de cilantro, Lily lo miró curiosa.

—¿Es eso? ¿Quieres venir? —le preguntó Chris—. Si llamas para que te suplique... —burló—. Pensé que te alimentaban por sonda...

Marlene terminó la llamada. Se estiró el traje color cielo que Laurent había diseñado exclusivamente para ella y marchó con sus tacones color beige hasta la oficina del estúpido y vengativo editor en jefe.

Apenas atravesó la puerta el aroma a especias y ajo la golpeó duro. Puso mueca nauseabunda y jadeó alterada. Eran demasiados aromas para una sola nariz.

—No lo puedo creer... —suspiró al ver las repisas llenas de comida—. Te recuerdo que esta es una revista de moda, no... —El padre de Lily se le atravesó con un platillo—. ¿Qué es esto? —preguntó ofendida.

—Su almuerzo... —le dijo Julián con su sonrisa radiante, pero la mujer no reaccionó y él cogió una silla y la sentó.

Era tan delgada que, con un movimiento pudo controlarla.

Marlene se vio estúpidamente idiotizada por ese hombre que la atendió como si fuera una maldita reina.

Le ofreció cubiertos limpios, servilleta y un vaso con limonada de sandía. Marlene pulió los cubiertos con una servilleta hasta dejarlos brillantes.

Rossi puso los ojos en blanco y con la mano se metió una presa de pollo a la boca.

Marlene miró el pollo, la cobertura frita y luego pensó en su manicura con bordes de diamantes. No, ella no metería sus uñas relucientes en pollo frito.

Intentó resistirse, pero el ayuno que hacía ya se extendía por casi dieciséis horas. La garganta se le secó cuando vio la limonada y tuvo que darle un primer sorbo.

Curiosa, su asistente apareció después y Julián la sentó también a comer. Lo divertido era verlas ceder tan fácil. Un pollo las volvía locas.

—Parece que tendré que venir más seguido, señor Rossi... está matando de hambre a estas hermosas mujeres —dijo él, con alegría y le sonrió a su bonita hija.

Ella comía tranquila, mientras analizaba las miradas indiscretas que Marlene le ofrecía a su padre.

Quien lo hubiera dicho... Su padre, un galán.

Marlene picó el pollo con mucho cuidado y comió pedacitos apenas perceptibles para el ojo humano. Se llevaba a los labios un frijol a la vez y lo degustaba lentamente.

Suya por contratoWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu