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El resto de la mañana se desarrolló sin incidentes, o eso pensaba.

A la hora estipulada, su madre fue a despertarlo y él se vistió mientras ella preparaba el desayuno. Tomó galletas mojadas en leche junto a ella, en completo silencio como cada mañana, hasta que ambos terminaron y fueron a prepararse para sus respectivos días.

Lucas tomó una pequeña mochila donde depositó un bocadillo y una chaqueta que su madre insistió en que llevase, además de un pequeño paraguas. Ambos salieron juntos de casa, aunque apenas hablaron.

Caminaron juntos hasta la parada de metro, donde sus caminos se separaron. Él tomó la línea 2 que, tras tres paradas, le dejaría en el retiro, su madre tomó la línea 1 en dirección a la estación de tren.

A esas horas, el metro estaba desierto a excepción de estudiantes como él. Algunos, los más pequeños, iban acompañados por sus padres, otros parecían ir al instituto como él y tenían un aire de apatía muy característico, provocado por tener que despertarse tan temprano.

Finalmente, las pantallas se iluminaron mostrando que el tren efectuaría su entrada en la estación. Todos los presentes se alejaron de sus asientos y avanzaron hasta el borde de la línea amarilla de seguridad.

El tren llegó impulsando una gran nube de aire a su paso, avanzando con rapidez mientras las personas en su interior (la mayoría adultos agotados después de una larga noche de trabajo) se aproximaban a las puertas. El chico observó sin interés los cristales llenos de grafitis, pasando a gran velocidad frente a él. Hasta que algo despertó su curiosidad.

En una de las oscuras ventanas, uno de los reflejos no se correspondía con la realidad.

Era su imagen sí, su rostro y su pelo, pero no podía ser él. No cuando el reflejo parecía flotar sin vida en medio del agua.

Sus ojos se abrieron de terror mientras la imagen avanzaba. En un acto de desesperación, trató de seguirla, pero le fue inútil cuando el tren se detuvo y todos comenzaron a entrar. La gente impidió su paso y le obligó a entrar en el coche justo antes de que un espantoso pitido le indicaste que las puertas iban a cerrarse.

El resto del viaje se desarrolló entre nerviosas miradas y un pesado silencio que se instaló en su pecho para dificultarle el respirar. Finalmente, el coche se detuvo en su parada y él salió corriendo hacia el exterior, en busca de algo de aire fresco.

Apenas tuvo que caminar un par de minutos bajo el cielo gris plomizo antes de verlo; las enormes verjas de hierro forjado que delimitaban el terreno del parque. No necesitó preguntar para saber que el enorme grupo en la entrada era su clase.

Se aproximó al resto de estudiantes mientras el profesor, un hombre bajo al que apenas se le veía la calva tras los enormes chicos, trataba de poner orden en el excitado grupo.

No solían hacer excursiones, pero la del parque del Retiro era sin duda la favorita (y la más usada por todos los cursos del instituto), siendo que todos los alumnos preferían pasar la mañana allí antes que dar clase.

Esperó pacientemente a que el hombre llegase a su nombre mientras pasaba lista. Solo entonces se percataron de su presencia.

Un par de chicos se acercaron a él entre sonrisas y saludos amistosos. Juan, el más alto de los dos, sacudió su cabeza de largos mechones castaños mientras le pasaba un brazo sobre los hombros. Pedro, que era algo más bajo y corpulento que sus amigos, se decantó por darle una palmada en el brazo.

Los tres llevaban un par de años yendo juntos a clase y, aunque no pudiese decir que eran sus mejores amigos, eran buenos chicos con los que podía pasar el rato. Por eso, forzó una sonrisa que no sentía y trató de disimular su malestar mientras participaba brevemente en las alocadas conversaciones de sus amigos.

El agua #ONC2024Where stories live. Discover now