—¿Qué te parece? ¿Negra o roja? —le pregunto con ambas chaquetas en la mano dispuesta a terminar cuanto antes y largarme a conocer a Álvaro—. Luján apuesta por la roja, ha dicho algo de pasión, sensualidad y deseo.

     —Luján carece de la habilidad para combinar colores. Haz lo contrario y acertarás.

     —No me ayudas en nada, mamá, entonces de poco me vale lo que digan Gabi o los gemelos, ya.

    —Cariño, los tres disfrutan haciéndote sufrir, no debes oírlos. Anda, ven.

   Mi madre toma una toallita desmaquillante de la cómoda para pasarla por mis ojos y labios.

    —Alex, cariño, ningún hombre puede saber lo que le gustará a otro de una mujer, y por supuesto ninguna mujer tiene por qué compararse a otra para conquistar a un hombre. Sé tu misma, cielo, aunque a veces tu carácter de mierda salga a relucir y lo estropee todo.

     Las dos nos reímos a carcajadas. Cuánta razón tiene mi madre. A mis exigencias para encontrar un hombre añado ahora que mi carácter de mierda no es negociable, Álvaro tendrá que aceptarme tal como soy.

     No tardo ni cinco minutos en encontrarme a gusto con mi ropa de siempre, unos pantalones vaqueros de pata de elefante,  una cazadora de corte y color militar, y una botas negras de cordones. No he necesitado recoger mi pelo porque desde hace meses lo llevo corto y solo me he puesto rímel y delineador verde.

     —Ahora sí. Estás preciosa. ¿Lo llevas todo?

     —Sí, mamá —confirmo mirando el interior de mi bolso, cruzado en mi pecho—, no se me olvidan los condones.

     —Me bastaba el sí.

     Beso a mi madre, sonriendo, es cierto que siempre hemos hablado de sexo sin tapujos, pero en esta ocasión prefiere no entrar en debates sobre seguridad y profilaxis cuando voy a verme con un hombre desconocido para ambas. Juntas abandonamos la habitación, abrazadas.

     —No dejes que Lexi cene tan tarde, mamá, y acuéstalo pronto, ¿sí? Mañana lo recoge el inútil y no quiero que lo vea cansado.

     —No te preocupes.

     —¿Están todos abajo? —pregunto preocupada. Muchos hermanos, pero poca ayuda, hasta ahora, la que me han dado.

     —Como en cada una de tus citas, cariño, quieren darte el último apoyo. 

     "Reírse de mí una última vez, habrá querido decir".

     Bajamos las escaleras, y conforme me dejo ver por el hueco de los barrotes de la barandilla oigo a cada hombre presente en la sala, incluidos mi hijo y mi padre.

     —Estás guapa, mami. 

     —Gracias, tesoro —le digo con una sonrisa.

     —¿Qué dices de guapa, mocoso?, si no se ha arreglado siquiera.

     —René, no le hables así a mi hijo —protesto con mala cara.

     —Cuidado, René,  que te saca el fusil de asalto.

     —Payaso —contesto a Gaby que se ríe en el sofá mientras le hace cosquillas a Lexi. Últimamente él y yo no solo bromeamos con el otro, nos enfadamos muy a menudo entre nosotros. 

     —Eso no es tendencia, Alex. Nada cool. —Los gemelos hablan a la vez, como siempre que pueden, y orientan sus dedos pulgares hacia abajo mientras niegan con la cabeza. Cuatro dedos que partiría, encantada, antes de irme.

CAFÉ A CIEGAS, con doble de azúcar. जहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें