—Sí, sí... Gracias —se apresuró a contestar, tapando sus pechos con ambas manos.

—Hoy hay bandera amarilla, deberíais tener más cuidado —sugirió con profesionalidad, dándole la prenda que ella se colocó con rapidez. Todavía lucía un par de algas enredadas en el cabello, pero nada le impidió coquetearle con descaro.

Mark apretó los labios para no soltar una carcajada y se arrimó a mi amiga, que lo miraba como si el mismísimo Zeus hubiese bajado del Monte Olimpo. Acto seguido, le quitó con paciencia la planta verde y babosa del pelo.

Las mejillas de June se volvieron rojas.

—¿Cómo te llamas? —quiso saber y ella tardó en descubrirle su nombre, ya que sus iris estaban muy ocupados barriendo toda su anatomía.

He de confesar que Mark se asemeja a un superhéroe de Marvel. Espalda ancha, enormes pectorales, piel bronceada, ojos cafés y pelo castaño oscuro. Normal que June cayera rendida ante sus innegables encantos, los cuales no tardaron en surtir el efecto deseado.

El resto es historia.

Durante los días siguientes se vieron a menudo, quedaban para salir por las noches o incluso le visitábamos en su caseta durante el día. Nos presentó a sus amigos, quienes ocupaban un apartamento cercano al nuestro y que pronto nos incluyeron en sus planes, llevándonos a conocer la zona y las discotecas más concurridas.

Fueron días maravillosos de desconexión. A pesar de que hubo algunos chicos que intentaron relacionarse conmigo, los rechacé con diplomacia, argumentando que estaba bien sola y atravesaba una etapa en la que ni siquiera los rollos de una noche me brindaban satisfacción.

June insistió varias veces en que me relajara, que soltara la melena y que me olvidara de todo, pero yo estaba en otra sintonía totalmente distinta. Necesitaba sanar, cicatrizar esas heridas que aún me dolían y que no me permitían avanzar en ninguna dirección.

No sabía si sería capaz de salir adelante.

Cada vez que recordaba a Francesco mi corazón gritaba en silencio que debía olvidarlo por mi bien y por el suyo, que todo había sido un enorme error y que tenía que empezar de nuevo. No obstante, era incapaz.

Una noche en la que me quedé sola en el apartamento que los padres de June habían tenido la bondad de cedernos, decidí salir a la terraza. Aquella noche el mar estaba en calma y la playa desértica. Solo se oía el ruido incesante de las olas rompiendo en la orilla, y la suave brisa de agosto golpeaba mi cara mientras me aferraba a la baranda para admirar la quietud del paisaje.

Me perdí en el hipnótico vaivén del agua, dejando a mis pensamientos vagar en busca de agradables recuerdos. Estaba sumida en una especie de sopor, cuando el característico pitido del móvil me avisó de un mensaje entrante. Era June. Mi amiga me advertía que saldría con Mark y que no la esperara despierta. Aunque me propuso unirme a ellos, le agradecí la invitación, argumentando que estaba cansada y que prefería retirarme temprano a descansar.

No insistió.

Sabía que llevaba días melancólica y cuando necesitaba mi espacio, tenía el buen tino de respetarlo.

Al concluir la conversación con mi amiga, me encontré inevitablemente con los mensajes de Francesco. Su foto de perfil, que había cambiado desde nuestro encuentro en Milán y ya no mostraba una Harley, sino su rostro meditativo contemplando el horizonte, capturó mi atención irremediablemente. Deslicé mi dedo sobre ella, la repasé sin llegar a tocar la pantalla, dudé y me mordí la uña del pulgar. Finalmente, sin poder resistir más, decidí acceder a la conversación.

Sabía que si lo hacía él vería el doble check, percatándose de que los había leído, pero ya me daba igual. Me hallaba tan triste y perdida que necesitaba un aliciente para seguir adelante.

Una Estrategia para ConquistarteWhere stories live. Discover now