Emma
SE ME HABÍA ACABADO EL TIEMPO... y las opciones.
La matrícula vencía la semana que viene.
No tenía más remedio que mendigar el dinero esta noche, o me expulsarían de la escuela.
Agarré la fría barandilla de hierro forjado e intenté calmar mi respiración. Alcancé a enderezar
mi flequillo mientras comprobaba que el moño que aseguraba mi cabello seguía en su sitio.
Normalmente, me recogía el cabello en un moño desordenado con dos vueltas de un coletero, pero
hoy me había cuidado de alisarlo en un moño apretado y elegante. Esperaba que me hiciera parecer
mayor y estudiosa. El efecto casi valía la pena el dolor de cabeza que me producían la cinta y las
horquillas. No podía esperar a que esto terminara. Lo primero que haría sería soltarme el cabello.
Dándome una última inspección. Me agaché para limpiar una pequeña mancha en la punta de
mis Doc Marten Mary Janes antes de enderezar mi falda a cuadros rosa.
Me puse la mochila de cuero al hombro y abrí la puerta. Al oír el chirrido, me detuve,
esperando... no estoy segura que. ¿Los sonidos de los perros furiosos ladrando? ¿Un disparo de
advertencia sobre mi cabeza?
Deslizando primero un pie a lo largo de la pasarela de ladrillo, luego el otro, me obligué a subir
el corto conjunto de escaleras.
Poniendo los ojos en blanco, suspiré. La casa tendría una imponente puerta negra brillante con
una enorme cabeza de león de latón que sujetaba un pesado anillo en sus mandíbulas como aldaba.
Lo único que me faltaba era un poco de niebla y el sonido del Támesis en la orilla y estaría en una
novela de Dickens interpretando el papel de un niño pobre mendigando por las sobras.
¡No!
Yo no era el pobre niño.
Enderezando los hombros, me recordé que yo era la heroína de mi historia. Y como la mayoría
de las heroínas de Austen, esta heroína en particular necesitaba desesperadamente el dinero de este
hombre.
Como dijo Lizzie Bennet al arrogante Señor Darcy: Mi valor siempre se eleva ante cada intento de
intimidarme.
Con más audacia de la que sentía, levanté mi brazo para agarrar el anillo de metal. Antes que
pudiera, la puerta se abrió de golpe con tal fuerza que una ráfaga de aire me despeinó el flequillo.
Con un pequeño grito, di un paso atrás.
En mi vívida imaginación, la persona parecía más una bestia que un hombre.
Con las piernas abiertas, su cabeza afeitada apenas si evitaba golpear la parte superior de la
puerta. La perilla negra que le cubría el labio superior y la barbilla no hacía más que resaltar los
afilados planos de la mandíbula y la nariz. Debajo de su ojo derecho había algún tipo de marca o
cicatriz, lo que le daba, al ya hombre de aspecto bastante aterrador, una apariencia aún más siniestra.
Desnudo de la cintura para arriba, su pecho musculoso estaba cubierto de tatuajes de colores