—Zelik escogió sus acciones, me salvó la vida porque él decidió hacerlo. Ambos sabemos que, si él no hubiera dado su vida por mí, sería mi nombre el que adornase la lápida.

—¿Y no sería eso lo justo? Unas acciones terribles, impulsivas e idiotas. Nunca has tenido el temple que tanto caracteriza al norte y eso que eres de allí. —Los ojos de Hedas la analizaron con cada una de sus provocaciones—. Tal vez después de todo no seas una norteña.

—¿Qué vas a saber tú de dónde soy? No tienes ni idea de lo que he vivido. —La chica bajó el hacha para enfundarla en su cinturón y apartarlo de un empujón para ver en la dirección donde el hombre miraba. —Yo he cambiado después de esa batalla, no soy la misma y no tomaré las mismas decisiones.

—Sé perfectamente quién eres Vanora Cadogan, aunque Dullahan te haya tenido entre algodones, tu destino siempre ha estado escrito. La muerte de Zelik tenía que suceder para que tú tomases tu lugar en la Orden. Su muerte te ha centrado, te ha hecho ver que sigues llevando esa corona. ¿Si o no?

—¿Qué le has hecho...? —Murmuró Novara dejando caer los brazos a su lado. Sus oídos ya no prestaban atención a Hedas. Le importaba una mierda si él y Dullahan habían esperado a que algo así sucediera para que ella despertase y viera quien era.

Bajo la cascada se encontraba Arterys, Darak. Su amigo. Sin camisa, con los pantalones y las botas caladas. Su cuerpo estaba erguido bajo el agua torrencial que caía sobre él y tenia los brazos alzados adoptando la posición de una cruz. ¿Allí había estado todo ese tiempo?

El agua le estaba arrancando la piel. ¿Pero cuantos días llevaba allí parado? Su piel estaba roja y llena de quemaduras producidas por el sol. Su cabeza echada hacia delante totalmente empapada. Un escarmiento por lo que había pasado.

—¿No es un castigo original? —Se burló Hedas con una sonrisa para cruzarse de brazos observando al chico. —Creo que ambos habéis aprendido cual es vuestro lugar y lo que significáis para el campamento. De una forma terrible, por supuesto...Pero al menos habéis aprendido la lección.

—Eres un monstruo, Hedas Meradiel, siempre lo has sido. —Novara clavó sus ojos plateados en los del hombre, deseando matarlo. Solo había un pensamiento en su mente, rajarle la garganta de lado a lado por todo lo que le había hecho a Arterys durante todos esos años—. ¿Sabes? Te llevarías bien con mi padre, lord Cadogan y tú tenéis más en común de lo que crees. Creo que entre bestias os entendéis.

Y fue en ese instante, en el que algo cambió en los ojos del hombre. Aquellas perlas oscuras la miraron como si hubiera mencionado algo que le hubiera tocado algo en lo más profundo de su ser. Pero aquella duda, aquel sentimiento que Novara no supo reconocer, se esfumo ante una mirada cargada de hielo.

—Entonces debe ser cosa de familia. —Y con ello se retiró de su lado.

Novara no hizo caso a las palabras de Hedas, solo corrió una vez que él se apartó de su camino. No se lo pensó dos veces. Saltó las piedras, se tropezó con ellas, las manos manchadas de barro al igual que sus botas y sus rodillas avanzaron sin mirar atrás. Sus músculos gritaron bajo su piel rogándole por que no hiciera más esfuerzos de los necesarios, pues aún estaban resentidos por lo sucedido.

Solo siguió corriendo, sin prestar atención alguna a lo que su propio cuerpo le exigía. Saltó por las piedras, se resbaló con ellas, pero también se aferró con fiereza a las que no estaban tan mojadas. Escaló el desnivel y sin pensar en la cascada se lanzó contra ella.

Su cuerpo chocó contra Arterys que aun mantenía los brazos en alto, en un castigo autoimpuesto por la reciente pérdida de Zelik, de ella...Hedas no había sido quien le había ordenado ese castigo, se lo había sugerido. Había dejado que él se hiciera eso.

Los Secretos del Rey ❘ Libro 0.1 Precuela ❘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora