—Hija, presta toda tu atención, la pregunta que te haré es muy importante. Depende de tu respuesta lo que vamos a hacer, porque esto lo resolvemos juntas. Necesito que seas sincera.

Esmeralda levantó la cara y me observó fijo.

—¿Sí?

—¿Quieres seguir con él?

—¡No! —ni siquiera lo pensó—. No quiero. ¡Lo odio! Me está humillando frente a toda la ciudad. Por mí que se quede con la —gruñó—... mujer esa.

Evité sonreír, aunque por dentro festejé su decisión. El valor que a mí me faltó tantas veces, ella lo tenía encendido al tope.

—No se diga más. —Me levanté—. Saldrás adelante sin ese pendejo bueno para nada. Estarán bien tú y tus hijos, te lo aseguro.

—Él no me va a dejar ir tan fácil.

Sostuve a mi hija de los hombros.

—Si no le vamos a pedir permiso. Vete preparándole sus cositas.

Después salí de la casa con el rumbo bien definido.

Nicolás no fue el primero en quien pensé porque, si bien era el padre, quizá causaría que moliera a golpes a Felipe. Una preocupación innecesaria para Guadalupe, dado su estado.

Llegué caminando a la casa de Lucas. Lo encontré dormitando en su sillón con la televisión encendida. Uno de sus hijos cuidaba el local. Su esposa me pidió que pasara porque ella estaba pelando un pollo en la cocina.

Lo primero que hice fue apagar el aparato.

Contemplé por un instante a mi hermano. Con la edad se parecía más a nuestra madre.

—Despierta, huevón —le grité cerca del oído.

Él levantó ambos brazos.

—¡Nadie se mueva, nadie se mueva! —Sus párpados se levantaron de golpe.

Reí al verlo reaccionar así.

—¿Qué te pasa? —Respiraba agitado y se tocó el pecho—. Me vas a provocar un infarto. ¡Ah! —gruñó—. Te pasaste.

Cuando era un niño, Lucas solía asustarme las veces que lograba tener espacios para descansar. Siempre detesté que me robara esos momentos, y reconozco que disfruté regresarle una de tantas.

—¿Llamo a un médico? —le pregunté burlona.

—Muy chistosa. —Dio un largo respiro—. ¿Qué quieres?

—Iré por un fuerte. No vayas a dar el "changazo" ahorita.

Pero la realidad era que el fuerte lo busqué más para mí que para él. Sabía dónde ponían las bebidas y llené dos vasitos con mezcal.

Regresé y le entregué uno a mi hermano.

Lo bebimos de una. Quemó, pero fue vigorizante.

—¿Qué sabes de mamá? —se lo cuestioné con la intención de iniciar la conversación.

Lucas hizo una mueca de incomodidad.

—Está bien —sonó fastidiado—. Cuando Lázaro se harte, llamará. —Ladeó la cabeza—. Aunque hay que reconocer que el cabrón ya aguantó más de una semana.

Suspiré. Mi madre se encontraba a salvo, ella no me preocupaba.

—Sí, llamará. Tienes razón.

Me senté en la orilla de uno de sus sillones de tela café con flores estampadas.

Cuestión de Perspectiva, Ella © (Libro 2)Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ