La vi vacilar. La conocía tan bien que estaba segura de que se encontraba pensando en formas de reorganizar su día con tal de cubrirme.

—Ni siquiera trates de mover tus ocupaciones, tú tranquila. No pasa nada si falto al ensayo —hice un esfuerzo por sonar confiada—. Mejor cuéntame, ¿cómo vas con Pedro?

Pedro era su novio, un buen muchacho, tímido y con una solvencia económica decente porque sus padres se encargaron de dejarle dos plazas de maestro.

Me sorprendió que Onoria se ruborizara. Incluso supuse que así de intenso era su amor por el joven. Aunque mi hija no era de las que lo expresaban de una manera tan abierta.

—Pedro... —Tragó saliva, jugó con la manga de su blusa y no me miró de frente—. Resulta que... terminamos.

¡Eso era lo que menos esperaba! «¿Cuándo pasó que no supe?», me recriminé.

—¡No me digas! —Se me fue un poco el aire—. ¿Por qué? ¿Te hizo algo?

Onoria alargó los brazos hacia mí antes de responderme:

—¡No, no! Él fue bueno conmigo, atento y quería ir en serio. —Bajó el rostro—. Fui yo quien lo dejó.

—Pero ¿por qué? Si era lo que dices, no entiendo por qué lo dejaste.

Mi hija demoró un instante eterno en volver a hablar y la noté agitada.

—Mami, es que... —Suspiró—. Es que no me veo como una señora casada. Sabes que cocino muy mal y, además, lo pensé bien y no deseo vivir atendiendo a un hombre mientras a mí se me va la vida.

El disparate que pronunció me tomó desprevenida. ¡Ninguna hija mía se quedaría a vestir santos por voluntad propia!

—Onoria, ¿buscas quedarte solterona?

Ella me miró de reojo.

—¿Sería malo?

—¡Sí! —fui directa porque me superó la incredulidad—. Tu padre no lo aprobaría, ni siquiera tus abuelos. La gente dirá que nadie pidió tu mano, que eres una quedada ¡y ya ni te cuento qué otras cosas van a lanzar contra ti!

De inmediato tuve presente a la hija de una vecina que se fue por las mismas habladurías. Se llamaba Laura y tenía dieciocho años. Se casó con bombo y platillo. Los padres invirtieron una importante cantidad de dinero en la boda, y al final resultó que el novio al otro día de la fiesta dijo a los cuatro vientos que la novia no era virgen, y la regresó. La familia no soportó la censura de las amistades que se alejaron. Hasta las conocidas de la muchacha la difamaban.

—Si papá y tú no lo aprueban, me dolerá, pero es una decisión que ya tomé. De solo pensar que un bebé saldrá de mí me da horror. ¡No! Me costó mucho decidirlo. —Sus ojos se humedecieron y llevó una mano sobre el pecho—. No quiero ser la criada de un esposo que tarde o temprano me va a engañar con otra, y a lo mejor tendrá hijos regados. —Hizo una breve pausa—, así como...

Con el levantón que di, la silla se cayó hacia atrás.

—¡Silencio! —La señalé severa—. ¡Cuida tus palabras, señorita!

Mi hija también se levantó, pero con cuidado.

—Perdóname, mamacita. —Dejó caer las delgadas lágrimas—. Seré la quedada, la despreciada, la solterona... Como sea que me pongan, pero te aviso que no me voy a casar ni con Pedro, ni con nadie.

—Acuérdate de tu tía Erlinda —le dije, en un intento más por hacerla entrar en razón—. Decía que no quería tener hijos, y la vieras lo feliz que está ahora con su bebé.

Cuestión de Perspectiva, Ella © (Libro 2)Kde žijí příběhy. Začni objevovat