Mi último fracaso

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Liberé despacio el aire y bajé más el rostro. Por un par de segundo seguí las líneas de las flores de mi vestido. Una de las manos de Nicolás estaba sobre su rodilla y me atreví a sostenérsela.

—Sí —confirmé—. Seguro hasta vas a querer gritarme. —Venía lo peor y me faltaba valentía para sacarlo—. ¿Tienes un fuerte?

Un buen trago quemándome la laringe sería de ayuda.

—No tengo permitido tener alcohol en la casa —sonó como si yo ya lo supiera.

—¿Ni siquiera un traguito? —Junté el dedo pulgar con el índice.

—Nada de nada. Mi padrino me tiene bien checado.

Quien fuera ese padrino, seguro se le calentaron las orejas por la recordada que le estaba mandando.

—Padrino pendejo que te cargas. —Crucé los brazos.

Nicolás se levantó y se dirigió a la cocina. Desde allá me habló:

—Tengo refresco.

—Ya que. —Aborrecía no contar con un buen mezcal o por lo menos tequila—. Tráeme uno.

Él regresó con dos botellas de vidrio que dentro tenían refresco anaranjado. El que menos me gustaba, pero lo acepté de todos modos.

Volvimos a estar sentados y con menos distancia.

—¿Por qué supones que me van a dar ganas de gritarte? —Suspiró después de darle un trago a su bebida—. ¿Sobre qué hijo es?

Mi boca se curvó por las ganas de echarme a llorar.

—Esmeralda —lo solté, y me di cuenta de que salió como un quejido.

Nos quedamos callados, pensativos, o tal vez pasmados.

—¿Cuántos meses tiene? —realizó la pregunta sin más.

Agradecí que Nicolás me ahorrara el tener que decirlo.

—No sé. —me encogí de hombros—. Poco porque todavía no se le nota. —Moví el dedo hacia mí—. Adelante, reclámame. Lo merezco.

Contra todo pronóstico, Nicolás Moreno, el hombre con quien tantas veces discutí por cosas tan simples como una llegada media hora tarde o un mandado mal hecho, decidió abrazarme.

Resultó ser la muestra de tolerancia que menos esperaba y que más necesitaba.

Me atreví a recargarme en su hombro y solo hasta entonces liberé las lágrimas.

—Ya, ya —me consoló, acariciando mi hombro—. A lo mejor hasta es bueno. Esmeralda tendrá que madurar a la fuerza. Está por cumplir veintidós, dejó de ser una niña hace un rato. Un hijo la obligará a sentar cabeza.

—Ni siquiera te he dicho de quién es.

—Del Felipe, ¿no?

Me sentí una mala madre por no haberme dado cuenta de que la relación que mi hija mantenía con ese joven estaba avanzando por otros rumbos.

—¿Lo conoces? —lo cuestioné asombrada.

—No mucho. Sé que es el que saca las copias en una escuela y le gusta jugar fútbol. Es un muchacho como cualquiera, sin historiales que nos preocupen.

—Lo investigaste. —Continué descolocada.

—Hace ya un rato.

Sin pedir permiso, él me sostuvo la barbilla y se acomodó para verme.

—Seremos abuelos —dije, riendo y llorando al mismo tiempo.

Los dedos de Nicolás fueron a dar a mi cabeza, ahí sujetó unos cuantos cabellos en los que se colaron un par de canas sin pintar.

Cuestión de Perspectiva, Ella © (Libro 2)Where stories live. Discover now