Joaquín se encogió de hombros.

—¿No les gusta? Es que como cada uno va de un lugar a otro solo, pues, nos queda bien.

Por mi parte, no quería herir al joven con un comentario de desprecio, pero me preocupó que los otros dos sí se atrevieran.

—Está... más o menos —añadió Fermín, sonando poco entusiasta.

Salvador levantó su guitarra.

—Me da igual —dijo, restándole importancia.

El desánimo no podía llegar tan pronto. Por eso, opté por conciliar. El nombre no era malo, solo había que acostumbrarse.

—Quitémosle el "los" —propuse.

Salvador nos ignoró y creo que Fermín analizaba el resultado.

—Grupo Errantes —Joaquín lo mencionó en voz alta—. Suena bien.

Cada uno dio su aprobación y en nuestro alegre compañero brilló una amplia sonrisa contagiosa.

Ese era el tipo de ingreso extra que tanta falta me hacía... Mejor dicho, nos hacía, y no pensaba echarlo a perder.

Alfonso nos invitó a mis hijos, a Nicolás, a mi madre y a mí a pasar el fin de semana completo conviviendo en honor a Celina. En vida, a ella le complacía tener visitas y que la gente disfrutara de sus atenciones. De paso, el reunirnos serviría para que conviviéramos con ellos como matrimonio, y con su padre.

Nicolás no fue, usó la excusa de su negocio. Seguía pegado con la tal Lupita, pero no daba indicios de haber iniciado una relación. A mi madre la dejé encargada con Lucas. Todavía no estaba preparada para que hubiera un acercamiento de ese tipo con los Quiroga. De ellos solo asistieron doña Esperanza, Gerónimo y Anastasio, ambos con sus respectivas familias.

Estuvimos ahí desde las diez de la mañana.

Catalina se presentó en aquella ocasión.

A Esteban se le iluminaron los ojos y todo el rostro cuando su hija adoptiva llegó. La muchacha no se le despegaba y lo atendía de forma entregada. Eso sí me sorprendió porque con las primeras impresiones me pareció que era el tipo de señorita que exige ser servida, y no al contrario.

Después del basto almuerzo, los hombres se fueron hacia las caballerizas nuevas para ver a los caballos que llevaron un par de días antes.

A las mujeres nos dejaron bebiendo té con galletitas.

Yo quería conocer a los comentados ejemplares y me escapé para ir hacia allá.

Un círculo irregular de hombres se ubicaba a un lado de la nueva construcción de madera.

Alfonso me vio a lo lejos.

—Suegra, acérquese. —Él extendió un brazo hacia mí.

Avancé con más confianza.

Al estar cerca sentí las miradas de los caballeros, pero no me importó.

Dentro de las caballerizas estaban tres caballos criollos: dos castaños y uno gris, cada uno en un espacio independiente.

El olor a establo me recordó a al modesto espacio que mi padre destinó para sus cinco ejemplares.

Mi yerno se mostró entusiasta a la hora de mostrármelos.

—Este es Anacleto. —Fue hasta al castaño más cercano y lo dejó salir—. Ese de allá es Agapito. —Señaló al gris que mantuvo encerrado—. Y el buen Genovevo es el que está dormido. —En el tercer espacio reconocí el cuerpo del animal, tumbado y descansando—. Nada más que ya es viejito y no lo montamos.

Cuestión de Perspectiva, Ella © (Libro 2)Where stories live. Discover now