Un frío me erizó la piel de los brazos porque sí o sí debía darle el nombre del nieto político.

—Sí, se casó. —Eché la masa aplanada y redonda en el comal. El agradable susurro de la cocción relajó mis músculos—. Por eso te estaba buscando tanto.

No giré a verla ni por error. Fingí que me mantenía concentrada en el aplanado de las tortillas. Le eché un poco de tomillo al pollo y su aroma a sierra fue un breve recorrido por mi niñez, la niñez que sabía que mi madre jamás disfrutó.

—¿Y con quién fue? —Gruñó—. Espero que hayas investigado bien el apellido del hombre, sabes que no me gusta emparentar con cualquiera.

¡Ahí iba la peor parte! Me preocupaba su reacción por muchos motivos.

Deseé que mis hijos ya estuvieran durmiendo.

—No tuve necesidad —apenas dije.

—¿Por qué?

Aspiré, llené los pulmones de un aire que no fue suficiente y lo dejé salir:

—Porque se casó con un Quiroga.

Hubo un silencio perturbador, doloroso por todo lo que conllevaba.

—¡Lo que me faltaba! —Escuché que le dio un fuerte manotazo a la mesa y le siguió un tirón a mi brazo—. ¡Ahora la traidora es una nieta! Si bien dicen que la sangre podrida se hereda. ¿En qué chingados estabas pensando?

La palma de su mano amenazaba mi rostro y por su expresión de furia sabía que no dudaría en arremeter contra mí.

—¡En la felicidad de mi hija! —Pero las palabras no salieron con la suficiente fuerza como para pararla.

El perfume que usaba me asqueó al recordarme todas las veces en las que estuve igual de acorralada.

—¡Primero está tu familia! —Entrecerró iracunda los ojos—. ¡Que te quepa en esa cabezota hueca! —Con su dedo presionó mi cabeza—. Ahora sí, muy chingona, ya la entregaste y de seguro por eso ni me enteré.

La estufa detrás de mí calentó mi espalda y comenzaba a arderme.

—Ella fue quien lo escogió y yo lo respeté... «algo que tú no pudiste hacer» —pensé lo último.

Lo que le dije solo incrementó su incredulidad.

—¡Porque eres una pendeja, por eso! —Me observó fijo. La conocía lo suficiente como para saber que analizaba mi gesto. Sabía leerme mejor que nadie—. De seguro el hijo es del imbécil ese por el que tanto llorabas, ¿verdad? —Resopló de nuevo, más sonoro—. Plan con maña, calenturienta esta.

Ya no soporté el ardor y me hice a un lado, y también porque ansiaba alejarme.

—Ni siquiera sabía que eran novios.

Mi madre siguió hablando para sí:

—Pero Constanza me va a oír. Algo se podrá hacer.

De ninguna manera estaba dispuesta a permitir que se metiera en la vida de mi hija, por eso usé las armas con las que contaba.

—El matrimonio se consumó con pruebas y todo. Lo que te queda es conformarte, así como lo hice yo.

Ella no iba a ceder tan fácil.

—¿Sabe Constanza de tus amoríos con el padre de su marido? —Una media sonrisa sombría se asomó en sus labios—. A lo mejor eso la ayuda a pensarlo mejor.

Me desesperé con sus palabras.

—No tiene por qué, fue antes de que nacieran o él se casara —soné apresurada y las ganas de llorar llegaron—. Espero, mamá, que te mantengas al margen de esto, porque... —me callé. Si continuaba, la voz se quebraría sin dudarlo.

Cuestión de Perspectiva, Ella © (Libro 2)Where stories live. Discover now